—Ustedes son dos. Debo ir acompañado —empezó a decir Miles. «¿Ivan?»
—¿Su bonita guardaespaldas? Muy bien. Dos.
El vid se quedó en blanco.
—No…
Silencio.
Miles llamó a Thorne.
—¿Lo has localizado, Bel?
—Claro que sí. Qué amenazador. ¿Quién es Ivan?
—Una persona muy importante. ¿Desde dónde se efectuó la llamada?
—Desde un nexo-tubo, comuconsola pública. Tengo a un hombre de camino, tardará sólo seis minutos en llegar allí. Desgraciadamente…
—Lo sé. Seis minutos producen un radio de búsqueda de varios millones de personas. Creo que le seguiremos el juego. Hasta cierto punto. Pon una patrulla aérea sobre la Barrera, suministra un plan de vuelo para mi lanzadera, que un coche aéreo y un conductor dendarii y un guardia la esperen. Dile a Bone que quiero ahora ese crédito. Dile a Quinn que se reúna conmigo ante la compuerta de la lanzadera, y que traiga un par de escáneres médicos. Y permanece a la espera. Quiero comprobar algo.
Inspiró profundamente y abrió el enlace comunicador.
—¿Galeni?
Una pausa.
—¿Sí?
—¿Sigue aún confinado en sus habitaciones?
—Sí.
—Necesito una información urgente. ¿Dónde está de verdad Ivan?
—Por lo que sé, sigue aún en…
—Compruébelo. Compruébelo rápido.
Hubo una larga, larguísima pausa, que Miles aprovechó para comprobar meramente el armamento, encontrar a la teniente Bone y dirigirse hacia la lanzadera. Quinn estaba ya esperando, muerta de curiosidad.
—¿Qué pasa ahora?
—Hemos descubierto algo. Más o menos. Galen quiere una reunión, pero…
—¿Miles? —dijo por fin la voz de Galeni. Sonaba bastante forzada.
—Hola.
—El soldado que enviamos como conductor y guardia ha llamado hace unos diez minutos. Sustituyó a Ivan, que escoltaba a milady, mientras éste iba a hacer un pis. Cuando transcurrieron veinte minutos sin que volviera, el conductor fue a buscarlo. Se pasó treinta minutos… el Salón de Horticultura es enorme, y esta noche estaba repleto de gente… Luego nos informó. ¿Cómo lo sabía usted?
—Creo que lo pillé por el otro extremo. ¿Reconoce el estilo de alguien?
Galeni maldijo.
—Cierto. Mire. No me importa cómo lo haga, pero quiero que se reúna conmigo dentro de cincuenta minutos en la Barrera del Támesis, Sección Seis. Lleve al menos un aturdidor, y lárguese preferiblemente sin alertar a Destang. Tenemos una cita con su padre y mi hermano.
—Si Ivan está en su poder…
—Si no tuviera alguna carta, no vendría a jugar. Nos queda una última oportunidad de que salga bien. No es gran cosa, pero es lo que nos queda. ¿Está conmigo?
Una leve pausa.
—Sí —el tono era decidido.
—Nos veremos allí.
Tras guardarse el comunicador en el bolsillo, Miles se volvió hacia Elli.
—Ahora, en marcha.
Entraron en la lanzadera. Por una vez, Miles no puso ninguna pega a la costumbre de Ptarmigan de hacer todos los descensos a velocidad de combate.
14
La Gran Barrera Contra las Mareas del Támesis, conocida por los graciosos locales como el «Monumento al rey Canuto», era una estructura mucho más impresionante vista desde cien metros de altura que desde la panorámica de kilómetros que ofrecía la lanzadera. El vehículo aéreo trazó una vuelta. La montaña de sintarmigón se extendía en ambas direcciones hasta mucho más allá de lo que alcanzaba el ojo de Miles, convertida en una ilusión de mármol por los reflectores que acuchillaban la negra neblina de la noche.
En las torres de vigilancia emplazadas a cada kilómetro no había soldados que protegieran la muralla, sino los ingenieros y técnicos del turno de noche que atendían las compuertas y estaciones de bombeo. Con toda seguridad, si el mar se abría paso alguna vez arrasaría la ciudad más implacablemente que ningún ejército.
Pero el mar estaba tranquilo aquella noche de verano, salpicado de luces de navegación de colores, rojas, verdes, blancas, y por el distante chispear móvil de las luces de los barcos. Al este, el horizonte brillaba débilmente: un falso amanecer producido por las radiantes luces de Europa, más allá de las aguas. Al otro lado de la barrera blanca, hacia el viejo Londres, la noche se tragaba toda la suciedad y la porquería y los lugares derruidos, dejando sólo la enjoyada ilusión de algo mágico, perfecto e inmortal.
Miles apretó el rostro contra la burbuja del auto aéreo para echar una última ojeada estratégica al ruedo en el que estaba a punto de lidiar antes de que el vehículo se lanzara hacia la zona de aparcamientos, casi vacía, situada detrás de la Barrera. La Sección Seis no era una de las principales secciones del canal, con sus enormes compuertas ocupadas a todas horas; estaba formada por un dique y varias estaciones de bombeo auxiliares, casi desiertas a esa hora. Eso le convenía. Si la situación degeneraba en tiroteo, cuantos menos curiosos civiles hubiera cerca, mejor. Pasarelas elevadas y escaleras conectaban con portillas de acceso a la estructura, negros acentos geométricos sobre la blancura; barandillas arañiles marcaban los pasillos, algunos anchos y públicos, otros estrechos, reservados sin duda al personal autorizado. En aquel momento todos estaban desiertos; ni rastro de Galen o Mark. Ni rastro de Ivan.
—¿Qué tiene de significativo las 02.07? —se preguntó Miles en voz alta—. Tengo la sensación de que debería ser obvio. Es una hora tan exacta…
Elli, nacida en el espacio, sacudió la cabeza, pero el soldado dendarii que pilotaba el vehículo aéreo apuntó:
—Es la marea alta, señor.
—¡Ah! —dijo Miles. Se acomodó en su asiento, pensando furiosamente—. Qué interesante. Sugiere dos cosas. Han escondido a Ivan por alguna parte… y será mejor que concentremos nuestra búsqueda bajo la línea de la marea alta. ¿Lo habrán encadenado a una barandilla junto a las rocas o algo por el estilo?
—La patrulla aérea podría hacer una pasada y comprobarlo —dijo Quinn.
—Sí, que lo haga.
El vehículo aéreo se posó en un círculo pintado sobre el pavimento.
Quinn y el segundo soldado salieron primero, con cautela, e hicieron una rápida comprobación de la zona.
—Alguien se acerca a pie —informó el soldado.
—Recemos para que sea el capitán Galeni —murmuró Miles, echando una ojeada a su crono. Faltaban siete minutos para su tiempo límite.
Era un hombre que corría con su perro. La pareja miró a los cuatro dendarii uniformados y los evitó nerviosamente dando un rodeo para llegar al otro extremo del aparcamiento antes de desaparecer en los matorrales que adornaban la zona norte. Todos apartaron las manos de los aturdidores. «Una ciudad civilizada —pensó Miles—. No harías eso a tales horas en algunas partes de Vorbarr Sultana, a menos que tuvieras un perro mucho más grande.»
El soldado comprobó sus infrarrojos.
—Ahí viene otro.
Esta vez no era el suave roce de unas zapatillas de deporte, sino el rápido resonar de unas botas. Miles reconoció el sonido antes de distinguir la cara en el baile de luces y sombras. El uniforme de Galeni pasó de gris oscuro a verde cuando entró en la zona más iluminada del aparcamiento, caminando rápidamente.
—Muy bien —le dijo Miles a Elli—, aquí nos separamos. Permanece fuera de la vista a toda costa, pero si puedes encontrar un punto de observación, adelante. ¿Está abierto el comunicador?