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Se hizo el silencio durante tres segundos.

—Muy bien —convino Galen por fin.

Miles avanzó, se arrodilló, dejó el aturdidor en el centro de la cubierta, retrocedió. Mark repitió su actuación, mirándolo mientras tanto. Galen vaciló un largo, agónico momento, los ojos aún llenos de recelo; luego depositó su arma junto a las otras. Galeni lo siguió sin vacilación, con una sonrisa como el tajo de una espada y la mirada insondable excepto por el transfondo de dolor que acechaba en ella desde que su padre había decidido resucitar.

—Su propuesta primero —le dijo Galen a Miles—. Si tiene una.

—Vida —dijo Miles—. He ocultado… en un lugar que sólo yo conozco, y que si me hubiera aturdido nunca habría descubierto a tiempo, una orden de crédito de cien mil dólares betanos… eso son medio millón de marcos imperiales, amigos… pagaderos al portador. Puedo dárselos, más una ventaja: información útil sobre cómo eludir la Seguridad barrayaresa… que por cierto anda muy cerca de usted…

El clon parecía enormemente interesado; sus ojos se habían ensanchado al mencionar Miles la suma y todavía más ante la mención de la Seguridad barrayaresa.

—A cambio de mi primo —Miles tomó aliento—, mi hermano y su promesa de… retirarse y abstenerse de forjar nuevos planes contra el Imperio de Barrayar. Tales planes sólo provocarían inútiles derramamientos de sangre y un dolor innecesario a sus pocos parientes vivos. La guerra ha terminado, Ser Galen. Es hora de que otros intenten otra cosa. Un camino distinto, tal vez un camino mejor… Después de todo, difícilmente sería peor.

—La revolución no puede acabar —susurró Galen, casi para sí.

—¿Aunque todo el mundo muera? ¿«No funcionó, sigamos un poco más»? En mi trabajo a eso lo llaman estupidez militar. No sé cómo lo llaman en la vida civil.

—Mi hermana mayor se rindió porque aceptó la palabra de un barrayarés —observó Galen. Su rostro era muy frío—. También el almirante Vorkosigan estaba lleno de suave y lógica persuasión, y de promesas de paz.

—La palabra de mi padre fue traicionada por un subordinado que no supo reconocer cuándo se acabó la guerra —dijo Miles—. Pagó el error con su vida; fue ejecutado por su crimen. Mi padre le dio su venganza entonces. Fue todo lo que pudo darle: no pudo devolver aquellos muertos a la vida. Ni yo tampoco. Sólo puedo intentar impedir más muertes.

Galen sonrió con amargura.

—Y tú, David. ¿Qué soborno me ofrecerías por traicionar a Komarr, por aceptar el dinero de tu amo barrayarés?

Galeni se estaba mirando las uñas. Una sonrisa peculiar asomó a sus labios mientras escuchaba. Se frotó levemente los dedos en la costura de los pantalones, se cruzó de brazos, parpadeó.

—¿Nietos?

Galen tuvo un instante de sorpresa.

—¡Ni siquiera estás prometido!

—Quizá lo esté algún día. Si vivo, claro.

—Y todos serían buenos súbditos imperiales —Galen escupió su desprecio, recuperando con esfuerzo el equilibrio inicial.

Galeni se encogió de hombros.

—Parece encajar con la oferta de vida de Vorkosigan. No puedo darte nada más que quieras de mí.

—Creo que son ustedes dos más parecidos de lo que piensan —murmuró Miles—. ¿Entonces cuál es su propuesta, Ser Galen? ¿Por qué nos ha hecho venir aquí?

Galen dirigió la mano derecha a su chaqueta. Luego se detuvo, sonrió, ladeó la cabeza como si pidiera permiso. «Aquí viene el segundo aturdidor —pensó Miles—. Tímidamente, pretendiendo hasta el último minuto que no es un arma.» Miles no parpadeó, pero por su mente pasó un cálculo involuntario de cómo saltar la balaustrada y hasta dónde nadar bajo el agua conteniendo la respiración con la fuerte marea. Y con las botas puestas. Galeni, frío como siempre, no se movió tampoco.

Ni siquiera cuando el arma que Ser Galen reveló bruscamente resultó ser un letal disruptor neural.

—Algunos empates son más igualados que otros —dijo Galen. Su sonrisa se convirtió en una parodia—. Recoge esos aturdidores —le ordenó al clon, que se inclinó, los recogió y se los guardó en el cinto.

—¿Qué va a hacer con eso? —preguntó Miles, tratando de no dejar que sus ojos y su mente se paralizaran hipnotizados por la boca plateada del arma.

—Matarlos —explicó Galeni. Sus ojos volaron hacia su hijo, se desviaron. Se concentró en Miles como si tratara de afianzar su resolución.

«Entonces ¿por qué hablas en vez de disparar?» Miles no expresó ese pensamiento en voz alta, no fuera a ser que Galen se dejara llevar por el buen sentido.

«Haz que siga hablando, quiere decir más, está deseando decir más.»

—¿Por qué? No veo cómo servirá eso a Komarr a estas alturas, excepto tal vez para aliviar sus sentimientos. ¿Simple venganza?

—Nada de simple. Completa. Mi Miles saldrá de aquí siendo el único.

—¡Oh, venga ya! —Miles no tuvo que recurrir a su habilidad como actor para prestar ira a su tono; le salió de forma bastante natural—. ¡No seguirá todavía con el dichoso plan de sustitución! Toda la Seguridad barrayaresa está advertida, lo identificarán de inmediato ahora. No es factible —miró al clon—. ¿Vas a dejar que te meta de cabeza en un eliminador? Serás carne muerta en el momento en que asomes la cabeza. Es inútil. Y no es necesario.

El clon parecía claramente incómodo, pero alzó la barbilla y consiguió mantener una postura orgullosa.

—No voy a ser lord Vorkosigan. Voy a ser el almirante Naismith. Ya lo hice una vez, así que sabes que puedo. Tus dendarii nos ofrecerán la salida de aquí… y una nueva base de operaciones.

—¡Bah! —Miles hizo ademán de tirarse de los pelos—. ¿Crees que habría venido hasta aquí si eso fuera remotamente posible? Los dendarii están también advertidos. Todos los líderes de las patrullas de ahí fuera (y será mejor que creas que tengo patrullas por ahí) llevan un escáner médico. A la primera orden que des, te escanearán. Si encuentran hueso en las piernas donde debería haber prótesis sintéticas, te volarán la cabeza. Fin del plan.

—Pero si los huesos de mis piernas son sintéticos —dijo el clon, sorprendido.

Miles se quedó inmóvil.

—¿Qué? Me dijiste que los huesos no se te rompían…

Galen volvió la cabeza hacia el clon.

—¿Cuándo le dijiste que…?

—No se rompen —le respondió el clon a Miles—. Pero después de que reemplazaran los tuyos, también reemplazaron los míos. De lo contrario, el primer escáner médico lo habría descubierto todo.

—¿Pero sigues sin tener las viejas fracturas en los otros huesos…?

—No, eso requeriría un análisis mucho más detallado. Y cuando los tres sean eliminados, podré evitarlo. Estudiaré tus archivos…

—¿Los tres?

—Los tres dendarii que saben que tú eres Vorkosigan.

—Su bonita guardaespaldas, y la otra pareja —explicó vengativo Galen ante la mirada horrorizada de Miles—. Lamento que no la haya traído. Ahora tendremos que darle caza.

¿Era aquello que asomó al rostro de Mark una expresión de fugaz desazón? Galen también se dio cuenta y frunció el ceño.

—No saldrá bien —argumentó Miles—. Hay cinco mil dendarii. Conozco a centenares de ellos por su nombre, o de vista. Hemos combatido juntos. Sé cosas sobre ellos que sus madres no saben, cosas que no están en ningún archivo. Y me han visto bajo todo tipo de tensiones. Ni siquiera sabrías qué chiste es adecuado contar. Y aunque tuvieras éxito durante un tiempo y te convirtieras en el almirante Naismith como antes quisiste convertirte en el Emperador… ¿dónde está entonces Mark? Tal vez Mark no quiera ser un mercenario del espacio. Tal vez quiera ser un… un diseñador textil. O médico.

—Oh —suspiró el clon, dirigiendo una mirada a su cuerpo retorcido—, médico no…