Ponter asintió.
—Nada en absoluto. Únicamente yo, a solas con mis pensamientos.
—¿En qué estabas pensando? —preguntó Mary. Era posible, después de todo, que Ponter no reconociera una experiencia religiosa.
—Estaba pensando en el almuerzo, preguntándome dónde vamos a tomarlo. Y en el tiempo, y en cuándo llegará el invierno.
Miró a Mary, y debió advertir la decepción en su rostro. —¡Oh, y en ti! —dijo rápidamente, al parecer intentando consolarla—. ¡Estaba pensando en ti, por supuesto!
Mary sonrió débilmente y apartó la mirada. Una prueba a un solo neanderthal no demostraba nada. Sin embargo …
Sin embargo era significativo que ella, una Homo sapiens, hubiera tenido la experiencia completa, y él, un Homo neanderthalensis, hubiera experimentado …
La idea afloró libremente a su mente, pero era la triste verdad. Ponter Boddit había experimentado la bendita nada.
8
Fue ese espíritu de búsqueda lo que indujo a nuestros antepasados a expandirse por el Viejo Mundo…
Verónica Shannon caminaba de un lado a otro. Mary estaba sentada en una de la dos sillas gemelas del despacho; Ponter había descubierto que la anchura de los asientos entre sus brazos metálicos era demasiado estrecha para su corpachón, y por eso se había sentado en el borde del escritorio de Verónica, que estaba sorprendentemente ordenado.
—¿Sabe algo de psicología, Ponter? —preguntó Verónica, las manos a la espalda.
—Un poco. La estudié cuando aprendía informática en la Academia. Era … ¿cómo lo dirían ustedes? … Algo que había que estudiar además de la inteligencia artificial.
—Una materia obligatoria —informó Mary.
—En los primeros cursos de psicología, los humanos de aquí estudian a B. F. Skinner —dijo Verónica.
Mary asintió; ella misma había seguido un curso de introducción a la psicología. —Conductismo, ¿verdad?
—Así es. Condicionamiento conductual; refuerzo y castigo.
—Como cuando se entrena a los perros —dijo Ponter.
—Exacto. —Verónica dejó de caminar—. Ahora, por favor, Mary, no diga nada. Quiero oír la respuesta de Ponter sin ninguna influencia suya.
Mary asintió.
—Muy bien, Ponter. ¿Recuerda sus estudios de psicología?
—No, en realidad no.
La joven pelirroja pareció decepcionada.
—Pero yo sí —dijo Hak, a través de su altavoz externo, con su voz masculina sintetizada—. O, más concretamente, tengo el equivalente a un libro de texto de psicología en mi memoria. Me ayuda a aconsejar a Ponter cuando está quedando como un idiota.
Ponter sonrió mansamente.
—Excelente —dijo Verónica—. Muy bien, ahí va la pregunta: ¿cuál es la mejor forma de inducir una conducta en una persona? No algo que uno quiera eliminar, sino algo que se quiera potenciar.
—La recompensa —dijo Hak.
—¡La recompensa, sí! Pero ¿qué clase de recompensa?
—Consistente.
Verónica puso cara de que algo increíblemente significativo acababa de tener lugar.
—Consistente —repitió, como si fuera la clave de todo—. ¿Estás seguro? ¿Estás absolutamente seguro?
—Sí —dijo Hak, y parecía más asombrado que nunca.
—Aquí no, ¿sabes? —explicó Verónica—. La recompensa consistente no es la mejor manera de inducir una conducta.
Mary frunció el ceño. Sin duda hubiese podido dar la respuesta correcta hacía tiempo, pero al cabo de tantos años no la recordaba. Por fortuna, el propio Ponter hizo la pregunta que Verónica estaba esperando.
—Bueno, ¿entonces cuál es la mejor forma de inducir una conducta en su especie?
—La recompensa intermitente —dijo Verónica, triunfante. Ponter arrugó la frente.
—¿Quiere decir recompensar a veces la conducta deseada y a veces no?
—¡Así es! ¡Exactamente!
—Pero eso no tiene sentido.
—Por supuesto que no —reconoció Verónica, sonriendo ampliamente—. Es una de las cosas más extrañas de la psicología del Homo sapiens. Pero es absolutamente cierta. El ejemplo clásico es el juego: si siempre ganamos en un juego, el juego se vuelve aburrido para nosotros. Pero si sólo ganamos en ocasiones, el juego puede volverse adictivo. O es como cuando los niños les lloriquean a sus padres «¡Cómprame este juguete!», «¡Déjame acostarme tarde!». Es la conducta que los padres más odian en sus hijos, pero los niños no pueden evitarlo … no porque el lloriqueo funcione siempre, sino porque funciona a veces. Lo imprevisible nos parece irresistible.
—Eso es una locura —dijo Ponter.
—Aquí no —repuso Verónica—. No por definición: la conducta de la mayoría nunca es una locura.
—Pero … pero tiene que ser irritante no poder predecir un resultado.
—Posiblemente —reconoció Verónica—. Pero, claro, no va con nosotros.
Mary estaba fascinada.
—Obviamente quiere llegar a algo, Verónica. ¿A qué?
—Todo lo que estamos haciendo en el Grupo de Investigación Neurocientífica gira en torno a la explicación de la experiencia religiosa clásica. Pero hay montones de creyentes que nunca han vivido una experiencia religiosa, y sin embargo siguen creyendo. Ésa es la laguna de nuestro trabajo, la pieza que falta en la explicación de por qué el Homo sapiens cree en Dios. Pero ésa es la respuesta, ¿ve? Es la psicología del refuerzo, este detallito de cómo están programados nuestros cerebros, lo que nos hace tendentes a creer en Dios. Si realmente existiera un Dios, una especie racional esperaría una conducta racional y predecible de su parte. Pero no la tenemos. A veces, parece corno si Dios protegiera a cierta gente, y en otras ocasiones, deja que una monja se precipite por el hueco de un ascensor. No hay sentido ni lógica en ello, y por eso decimos …
Mary asintió y terminó el razonamiento por Verónica.
—Por eso decimos: «El Señor actúa de formas misteriosas.»
—¡Exacto! —exclamó Verónica—. Las oraciones no siempre tienen respuesta, pero la gente sigue rezando. Pero el pueblo de Ponter no tiene esa misma constitución. —Se volvió hacia el neandertal—. ¿Verdad?—
—No. Contestó Ponter. No necesito que Hak me diga que tengo que comportarme de una manera. Si el resultado no es predecible, si no puede discernirse una pauta, descartamos esa conducta por absurda.
—Pero nosotros no —dijo Verónica, frotándose las manos. Mary vio en su cara la misma expresión de «¡Portada de Science, allá voy!› que ella misma había tenido hacía años, cuando consiguió extraer el ADN de aquel espécimen de neanderthal en Alemania. Verónica le sonrió a Ponter, luego a Mary.
—Aunque no haya ninguna pauta, nos convencemos a nosotros mismos de que hay alguna lógica subyacente en todo ello. Por eso no nos inventamos sin más las historias sobre los dioses, sino que nos las creemos.
La Mary religiosa había pasado por completo a segundo plano; la científica que había en ella estaba viviendo su propia experiencia culminante_
—¿Está segura, Verónica? Porque si lo está …
—Oh, lo estoy. Lo estoy. Hay un famoso experimento … le enviaré por e-mail los detalles. Dos grupos de personas jugaban a un juego en una cuadrícula, por separado, sin que les hubieran explicado las reglas. Todos sabían por anticipado que conseguirían puntos por los buenos movimientos y ningún punto por los malos movimientos. Bien, a un grupo se le concedían puntos cada vez que marcaba el espacio situado en la esquina inferior derecha de la cuadrícula … y, naturalmente, después de varios movimientos, los jugadores comprendían de qué iba y podían ganar siempre la partida. Pero al segundo grupo de jugadores se le concedían los puntos aleatoriamente: conseguir puntos o no conseguirlos no tenía nada que ver con los movimientos. Esos jugadores también sacaron reglas que según ellos gobernaban el juego, y estaban convencidos de que siguiendo esas reglas les iría mejor.