—Es una perra.
—¡Mi Pabo es una perra! —declaró Ponter—. Y he visto otras criaturas perrunas antes. ¡Pero eso! ¡Eso no se parece a nada que haya visto antes!
La perra y su dueña se acercaban hacia ellos. Ponter se agachó, las manos sobre las rodillas, para examinar al pequeño animal, que iba sujetado por una correa de cuero que sostenía una atractiva joven blanca.
—¡Parece una salchicha! —declaró Ponter.
—Es un dachshund —dijo la mujer, algo molesta. Mary pensó que estaba ocultando muy bien la sorpresa que debía sentir al verse en presencia de un neanderthal.
—Es … —empezó a decir Ponter—. Perdóneme, ¿es un defecto de nacimiento?
La mujer pareció aún más molesta.
—No se supone que es así.
—¡Pero sus patas! ¡Sus orejas! ¡Su cuerpo! —Ponter se incorporó y sacudió la cabeza—. Los perros son cazadores —declaró, como si el animal que tenía delante fuera una afrenta para toda la especie.
—Los dachshund son cazadores —dijo con brusquedad la joven—, Fueron criados en Alemania para cazar tejones. Dachs significa «tejón» en alemán. ¿Ve? Su forma les permite seguir al tejón a su madriguera.
—Oh —dijo Ponter—. Ah, um, mis disculpas. La mujer pareció aplacarse.
—Los perros de aguas —dijo, con un gesto despectivo—, ésos sí que son ridículos.
A medida que iba pasando el tiempo, Cornelius Ruskin no podía negar que se sentía diferente: y mucho más rápido de lo que hubiese creído posible. Sentado en su ático en los suburbios, iba buscando datos en Google; sus resultados mejoraron después de descubrir que el término médico para castración era «orquiectomía» y empezó a excluir específicamente los términos «perro», «gato» y «caballo».
Rápidamente encontró una gráfica en la página web de la Universidad de Plymouth titulada «Efecto de la castración y la sustitución de la testosterona en la conducta sexual masculina» que mostraba un descenso inmediato de esa conducta en los conejillos de indias castrados…
¡Pero Cornelius era un hombre, no un animal! Sin duda lo que se aplicaba a los roedores no podía…
Tras hacer correr el ratón del ordenador hacia abajo, encontró en la misma página un estudio de un par de investigadores llamados IEM y Hursch que demostraba que más del cincuenta por ciento de los violadores castrados «dejaban de exhibir conducta sexual poco después de la castración… similar a los efectos en las ratas».
Naturalmente, cuando él era estudiante, según la retórica feminista la violación era un crimen de violencia, no de sexo. Pero no. Cornelius sentía más que un interés pasajero por el tema y había leído la Historia natural de la violación: bases biológicas de la coacción sexual, de Thornill y Palmer, cuando se publicó en el año 2000. Ese libro sostenía, basándose en la psicología evolutiva, que la violación era realmente una estrategia reproductiva … una estrategia sexual para …
Cornelius odiaba considerarse aquello, pero era cierto; sabía lo que era: una estrategia para los machos que carecían del poder y el estatus para reproducirse de manera normal. No importaba que se le hubiera negado injustamente ese estatus; la realidad era que no lo tenía, y no podía conseguirlo… no en el mundo académico.
Seguía odiando la política que le había impedido progresar. Era tan experto en ADN antiguo como Mary Vaughan… , ¡había estado en el Centro de Biomoléculas Antiguas de Oxford, por el amor de Dios!
Era injusto, total y completamente… como las malditas «reparaciones por los esclavos»: a gente que nunca había hecho nada malo le pedían que soltara enormes cantidades de dinero para otra cuyos antepasado, muertos hacia muchísimo tiempo, habían sido ofendidos. ¿Por qué debía Cornelius sufrir las políticas de discriminación sexual de generaciones pasadas?
Había pasado años furioso por aquello. Pero ahora… Ahora… Ahora, sólo estaba enfadado; sentía un enfado que, por primera vez desde que podía recordar, parecía estar bajo control.
No había ninguna duda sobre por qué se sentía mucho menos furioso. ¿O sí? Después de todo, no había pasado tanto tiempo desde que Ponter le había cortado las pelotas. ¿Era de verdad razonable que Cornelius se sintiera distinto tan rápidamente?
La respuesta, al parecer, era afirmativa. Mientras continuaba navegando por la red, encontró un artículo del New Times de San Luis Obispo. Era una entrevista con Bruce Clotfelter, que había pasado dos décadas encarcelado por abusos infantiles antes de someterse a la castración quirúrgica. «fue como un milagro —decía Clotfelter—. A la mañana siguiente, me di cuenta de que había pasado toda la noche sin aquellos horribles sueños sexuales por primera vez en años.»
A la mañana siguiente …
Jesucristo, ¿cuál era la vida media de la testosterona? Unos cuantos clics con el ratón, y Cornelius obtuvo la respuesta: «La vida media de la testosterona en sangre es de apenas unos minutos», decía un sitio; otro marcaba la cifra en diez minutos.
Un poco más de búsqueda lo llevó a una página de Geocities donde una persona nacida varón se sometió a la castración, sin ningún tratamiento hormonal anterior o posterior durante años. Informaba: «Cuatro días después de mi castración… parecía que esperar a que cambiaran los semáforos y otros pequeños inconvenientes ya no me molestaban tanto… Seis días después de la castración regresé al trabajo. Aquel día fue especialmente agobiante… y sin embargo me sentí absolutamente calmado cuando terminó. Decididamente estaba sintiendo los efectos de la castración y con toda seguridad me sentía mejor sin la testosterona. Diez días después de la castración me sentía como una pluma flotando por todas partes. Cada vez me sentía mejor. Para mí, la serenidad fue el más fuerte de los efectos de la castración, seguido por la disminución de la libido.»
Cambio inmediato.
De la noche a la mañana.
Cambio en cuestión de días.
Cornelius sabía (¡lo sabía!) que tendría que haber estado furioso por lo que le había hecho Ponter.
Pero le resultaba difícil enfurecerse por nada…
10
Fue ese espíritu de búsqueda lo que hizo que otros pusieran valientemente proa al horizonte, para descubrir nuevas tierras en Australia y Polinesia…
Había un buen motivo para querer establecer un nuevo portal interuniversal en la sede de las Naciones Unidas. El portal existente estaba situado a dos kilómetros bajo tierra, a 1,2 kilómetros en horizontal del ascensor más cercano del lado gliksin, y a tres kilómetros del ascensor más cercano en el lado barast.
Mary y Ponter necesitarían un par de horas para trasladarse desde la superficie del mundo de ella hasta la superficie del mundo de él. Empezaron poniéndose cascos y botas de seguridad y bajando en el ascensor de la mina Creighton de Inco. Los cascos llevaban linterna incorporada y protectores para los oídos para el caso necesario.
Mary había traído dos maletas y Ponter las llevaba sin esfuerzo, una en cada mano.
Cinco mineros los acompañaron durante casi todo el trayecto y se bajaron un nivel por encima de donde Mary y Ponter tenían que bajar. Mary lo agradeció: siempre se sentía incómoda en el ascensor. Le recordaba el embarazoso viaje que había hecho con Ponter, cuando le explicó que, a pesar de la obvia atracción mutua, no había sido capaz de responder a su caricia.
A dos mil metros de profundidad empezaron la larga caminata hasta el campamento del Observatorio de Neutrinos de Sudbury. Mary nunca había sido una buena deportista, pero aquello era aún peor para Ponter, ya que la temperatura, tan lejos de la superficie de la Tierra, era de unos constantes cuarenta grados, demasiado calor para él.