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Mary asintió lentamente, más para sí misma que para Ponter. —Se ha especulado mucho ¿sabes?, en Internet y en los periódicos, sobre lo que sucedió con vuestras otras razas. La gente supone que… bueno que con vuestra práctica de la purga genética, los eliminasteis.

—Nunca hubo otras razas. Aunque tenemos algunos científicos en lo que llamáis África y América Central, no residen permanentemente allí. —Alzó una mano—. Y sin razas, obviamente nunca hemos tenido discriminación racial. Pero vosotros sí: aquí, las características raciales influyen en la probabilidad de ser ejecutado por crímenes graves, ¿no es cierto?

—Se sentencia a muerte a los negros con más frecuencia que a los blancos, sí. —Mary decidió no añadir: sobre todo cuando matan a un blanco.

Tal vez, como nosotros nunca hemos tenido esas divisiones, la idea de esterilizar a un segmento de la humanidad de manera arbitraria no se nos ha ocurrido nunca.

Se cruzaron en la galería con un par de mineros que se quedaron mirando abiertamente a Ponter, aunque la visión de una mujer allí abajo era probablemente casi igual de rara, pensó Mary. Una vez que pasaron de largo, Mary continuó:

—Pero sin duda, incluso sin razas distinguibles, debe existir el deseo de favorecer a los que están más relacionados con vosotros que a los que no lo están. Ese tipo de selección afín se da incluso en el reino animal. No puedo creer que los neanderthales sean inmunes.

—¿Inmunes? Tal vez no. Pero recuerda que nuestras relaciones familiares son más… complicadas que las vuestras o, ya puestos, que las de la mayoría de los animales. Tenemos una interminable cadena familiar de hombres-compañeros y mujeres-compañeras, y como nuestro sistema de Dos que se convierten en Uno es temporal, no tenemos la dificultad para determinar la paternidad que preocupa tanto a vuestra especie. —Hizo una pausa, y luego sonrió—. De todas formas, y ya que nos estamos andando por las ramas, a mi gente le parece que vuestra idea de la ejecución o de décadas de encarcelamiento es más cruel que nuestra esterilización y nuestro escrutinio judicial.

Mary tardó un instante en recordar qué era el «escrutinio judicial»: el proceso de ver las transmisiones de un implante Acompañante, de modo que todo lo que un individuo decía y hacía pudiera ser observado tal como había sucedido.

—No sé —dijo—. Como te he dicho en el coche, yo practico el control de natalidad, que es algo que mi religión prohíbe, así que no puedo sostener que me oponga moralmente a algo que impida la concepción. Pero … pero impedir que gente inocente se reproduzca me parece mal.

—¿Aceptarías la esterilización de quien cometió el delito, pero no de sus hermanos, padres e hijos, como una alternativa a las ejecuciones o la cárcel?

—Tal vez. No lo sé. En determinadas circunstancias, tal vez. Si el convicto así lo eligiera.

Los dorados ojos de Ponter se abrieron como platos.

—¿Dejarías a los culpables eligieran su castigo?

—En circunstancias muy concretas, le daría al criminal la opción de decidir entre varios castigos, sí —respondió Mary, pensando de nuevo en el padre Caldicott cuando le dio a elegir entre las penitencias en su última confesión.

—Pero sin duda en algunos casos, sólo un castigo es adecuado. Por ejemplo, en …

Ponter se detuvo bruscamente.

—¿Qué? —dijo Mary.

—No, nada.

Mary frunció el ceño.

—Te refieres a una violación.

Ponter guardó silencio durante un rato, sin dejar de mirar el suelo fangoso mientras caminaba. Al principio, Mary pensó que lo había ofendido al sugerir que había sido insensible al sacar de nuevo aquel incómodo tema, pero sus siguientes palabras, cuando volvió a hablar, la sobresaltaron aún más.

—Lo cierto es que no hablo de la violación en general.

La miró, y luego observó otra vez el suelo, un cenagal de pisadas de botas iluminado por el rayo de la linterna de su casco. —Estoy hablando de tu violación.

Mary sintió el corazón en la garganta.

—¿Qué quieres decir?

—Yo… es nuestra costumbre, entre nuestro pueblo, no tener secretos entre compañeros, y sin embargo…

—¿Sí?

Ponter se dio media vuelta y miró hacia el fondo de la galería, para asegurarse de que estaban solos.

—Hay algo que no te he dicho… algo que no le he dicho a nadie excepto…

—¿Excepto a quién? ¿A Adikor? Pero Ponter negó con la cabeza.

—No. No, él no lo sabe tampoco. La única persona que lo sabe es un varón de mi especie, un hombre llamado Jurard Selgan.

Mary frunció el ceño.

—No recuerdo que hayas mencionado ese nombre hasta ahora.

—No lo he hecho —dijo Ponter—. Es… es un escultor de personalidad.

¿Un qué?

—Un…trabaja con aquellos que desean modificar su… su estado mental.

—¿Quieres decir un psiquiatra?

Ponter ladeó la cabeza para escuchar a Hak hablarle a través del implante en su oído. El Acompañante seguramente estaba dándole la raíz etimológica del término que Mary había usado: irónicamente, la psique era lo más parecido al alma para los neanderthales. Por fin, Ponter asintió.

—Un especialista comparable, sí. Mary se envaró.

—¿Has estado viendo a un psiquiatra? ¿Por mi violación? Maldición, Mary había creído que él lo había comprendido. Sí, los varones Homo sapiens solían mirar a sus esposas de manera diferente después de que éstas hubieran sido violadas, preguntándose si de algún modo habría sido culpa de la mujer, si ella de algún modo lo habría querido secretamente …

Pero Ponter …

¡Se suponía que Ponter lo entendía!

Continuaron caminando en silencio un rato, las luces de sus cascos iluminando la galería.

Ahora que lo pensaba, Ponter había parecido desesperado por conocer los detalles de la violación de Mary. En la comisaría de policía, había agarrado la bolsa que contenía pruebas de la violación de Qaiser Retmulla, la había abierto y olido su contenido e identificado a uno de los colegas de Mary, Cornelius Ruskin, como el autor del delito.

Mary miró a Ponter, una forma oscura y fornida contra la pared de roca.

—No fue culpa mía —dijo.

—¿Qué? No, lo sé.

—No lo quise. No lo pedí.

—Sí, sí, eso lo comprendo.

—Entonces ¿por qué estás viendo a ese … ese escultor de personalidad?

—Ya no lo estoy viendo. Es sólo que…

Ponter se detuvo y Mary lo miró. Con la cabeza ladeada, escuchaba a Hak. Al cabo de un instante asintió levísimamente, una señal para el Acompañante, no para ella.

—¿Es qué? —dijo Mary.

—Nada. Lamento haber mencionado el tema.

«Y yo también», pensó Mary mientras continuaban avanzando en la oscuridad.

11

Fue ese espíritu de búsqueda lo que hizo que los vikingos llegaran a Norteamérica hace mil años. lo que impulsó a la Pinta, la Niña y la Santa María a cruzar el Atlántico hace quinientos años…

Llegaron por fin al Observatorio de Neutrinos de Sudbury.

Ponter y Mary recorrieron las enormes instalaciones (todo tuberías colgantes y tanques gigantescos) hasta la sala de control. Ahora estaba desierta: la primera llegada de Ponter había destruido el tanque detector de agua pesada del observatorio, y los planes para repararlo habían sido pospuestos cuando el portal volvió a restablecerse.

Llegaron a la sala situada sobre la cámara de detección, atravesaron la compuerta, y (para Mary esto era lo aterrador) bajaron por la larga escalerilla hasta la zona de espera, a seis metros bajo tierra. La zona de espera estaba al final del tubo de Derkers, un túnel imposible de aplastar que había atravesado el portal desde el otro lado.