Pero a Mary ya no le molestaba que Ponter estuviera con Louise. Después de todo, era a Mary, no a la franco-canadiense, a quien amaba Ponter, y las tetas grandes y los labios carnosos no ocupaban los primeros lugares en la lista de rasgos que los barasts preferían.
Un momento después llamaron a la puerta. Mary alzó la cabeza.
—Pase —dijo.
La puerta se abrió, revelando a Jock Krieger, alto, delgado, con un tupé gris que a Mary siempre le recordaba el de Ronald Reagan. No era la única: para los mismos que llamaban a Louise DL era el Destripador. Mary imaginaba que también tendrían un mote para ella, pero aún tenía que averiguarlo.
—Hola, Mary —dijo Jock con su voz áspera y profunda. ¿Tienes un momento?
Mary resopló. —Tengo montones. Jock asintió.
—De eso quería hablar contigo. —Entró y se sentó en una silla—. Has terminado el trabajo para el que te contraté: encontrar un medio infalible para distinguir a un neanderthal de uno de nosotros.
Y en efecto lo había hecho, algo que le había resultado sencillísimo: los Homo sapiens tenían veintitrés pares de cromosomas, mientras que los Horno neanderthalensis tenían veinticuatro.
Mary notó que el pulso se le aceleraba. Sabía que aquel trabajo de ensueño, con su alto sueldo, era demasiado bueno para durar.
—Víctima de mi propio genio —dijo, tratando de gastar una broma—. Pero, ¿sabes?, no puedo volver a la Universidad de York, no este curso. Un par de sustitutos (uno de los cuales es un monstruo horrible) están dando mis clases.
Jock alzó una mano.
—Oh, no quiero que vuelvas a York. Pero sí que quiero que salgas de aquí. Ponter va a volver pronto a casa, ¿no?
Mary asintió.
—Sólo ha venido a asistir a una reunión en las Naciones Unidas, y, naturalmente, a traer a Lonwis aquí a Rochester.
—Bueno, ¿y por qué no lo acompañas cuando vuelva? Los neanderthales están siendo muy generosos al compartir lo que sabían de genética y biotecnología, pero siempre hay más cosas que aprender. Me gustaría que permanecieras un tiempo prolongado en el mundo neanderthal… tal vez un mes, y aprendieras cuanto sea posible sobre su biotecnología.
Mary sintió el corazón en la garganta.
—Me encantaría.
—Bien. No estoy muy seguro de cómo te las apañarás allí, pero …
—Me alojo con la mujer-compañera del hombre-compañero de Ponter.
—La mujer-compañera del hombre-compañero de Ponter … —repitió Jock.
—Eso es. Ponter está unido a un hombre llamado Adikor: ya sabes, el tipo que creó con él su ordenador cuántico. Adikor, por su parte, está unido a una mujer, una química llamada Lurt. Y cuando Dos no son Uno (cuando los neanderthales masculinos y femeninos viven vidas separadas), yo me alojo con Lurt.
—Ah —dijo Jock, sacudiendo la cabeza-o Y yo que creía que en los culebrones se veían relaciones familiares complicadas …
—Bueno, pues como te decía, la mujer-compañera del hombre-compañero de Ponter es una química llamada Lun … y los neanderthales consideran que la genética es una rama de la química, como en realidad es, pensándolo bien. Así que podrá presentarme a la gente adecuada.
—Excelente. Si estás dispuesta a viajar al otro lado, podríamos darle uso a toda esa información.
—¿Que si estoy dispuesta? —dijo Mary, tratando de contener su nerviosismo—. ¿Es católico el Papa?
—La última vez que supe de él, sí —respondió Jock con una sonrisita.
2
Y, como verán, es sólo a nuestro futuro, el futuro del Homo sapiens, al que me dirijo esta noche. Y no solo porque puedo hablar como presidente americano. No, hay algo más. Pues, en este asunto, nuestro futuro y el de los neanderthales no están entrelazados…
Cornelius Ruskin temía que las pesadillas no terminaran nunca: aquel maldito cavernícola lo atacaba, lo derribaba, lo mutilaba. Cada mañana despertaba empapado en sudor.
Cornelius se había pasado la mayor parte del día tras el horrible descubrimiento tendido en la cama, dolorido, encogido sobre sí mismo. El teléfono había sonado en varias ocasiones, y al menos una de ellas era sin duda alguien que lo llamaba desde la Universidad de York para averiguar dónde demonios estaba. Pero no podía hablar con nadie todavía.
Esa noche, tarde, llamó al Departamento de Genética y dejó un mensaje en el contestador de Qaiser Remtulla. Siempre había odiado a aquella mujer, y la odiaba todavía más ahora que le habían hecho aquello. Pero consiguió mantener la voz calmada para decir que estaba enfermo y que no volvería hasta al cabo de varios días.
Cornelius vigilaba atentamente su orina en busca de sangre. Cada mañana, palpaba la herida por si rezumaba, y se tomaba la temperatura repetidamente, para asegurarse de que no tenía fiebre … y no la tenía, a pesar de sus frecuentes arrebatos de calor.
Todavía le costaba creerlo, todavía la idea lo abrumaba. Sentía dolor, pero disminuía día a día, y las tabletas de codeína ayudaban: gracias a Dios en Canadá podían comprarse sin receta médica; siempre tenía algunas a mano, y al principio había empezado a tomarlas de cinco en cinco, pero ahora había pasado a la dosis normal de dos.
Sin embargo, aparte de tomar analgésicos, Cornelius no tenía ni idea de qué hacer. Desde luego, no podía acudir a su médico … ni a ningún médico. Si lo hacía, sería imposible mantener en secreto su herida; alguien podría hablar. Y Ponter Boddit tenía razón: Cornelius no podía arriesgarse a eso.
Finalmente, cuando por fin consiguió hacer acopio de valor, Cornelius encendió su ordenador. Era un viejo Pentium sin marca que tenía desde sus días de estudiante de posgrado. La máquina le servía como procesador de textos y para recibir correo, pero normalmente navegaba por la red en el trabajo: York tenía líneas de alta velocidad, mientras que lo único que él podía permitirse en casa era una conexión telefónica con un servidor local. Pero necesitaba respuestas de inmediato, así que tuvo que soportar la enloquecedoramente lenta carga de páginas.
Tardó veinte minutos, pero finalmente encontró lo que estaba buscando. Ponter había regresado a esta Tierra con un cinturón médico que incluía un escalpelo láser cauterizador. Habían empleado ese aparato para salvarle la vida al neanderthal cuando le dispararon ante la sede de las Naciones Unidas. Sin duda así había sido como …
Cornelius sintió que todos sus músculos se contraían cuando pensó de nuevo en lo que le habían hecho.
Le habían abierto el escroto, presumiblemente con el láser, y luego …
Cornelius cerró los ojos y deglutió con fuerza, tratando de impedir que los ácidos del estómago escalaran de nuevo por su esófago.
De algún modo (posiblemente incluso con las manos desnudas), Ponter le había arrancado a Cornelius los testículos. Y luego debió emplear de nuevo el láser, para cerrar su carne.
Cornelius había buscado sus pelotas frenéticamente por todo el apartamento, con la esperanza de que pudieran reimplantárselas. Pero después de un par de horas, mientras lágrimas de furia y frustración le corrían por la cara, tuvo que aceptar la realidad. Ponter las había arrojado por el retrete, o había desaparecido en la noche con ellas. Fuera como fuese, las había perdido para siempre.