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En comparación, el resto de la operación (insertar los dos implantes en su oído) fue más sencillo, o eso le pareció a Mary, aunque pudo deberse a que no podía ver esa parte.

Por fin se terminó. Limpiaron de sangre el brazo de Mary, retiraron la película protectora de la placa del Acompañante y los implantes del oído fueron equilibrados y sintonizados.

—Muy bien —dijo la cirujana, extendiendo la mano hacia el antebrazo de Mary y tirando de un pequeño control en forma de perla, uno de seis, cada uno de distinto color—. Allá vamos.

—Hola, Mary —dijo una voz sintética. Sonaba como si surgiera del centro de su cabeza, exactamente entre sus oídos. La voz era Neanderthaloide (grave, vibrante, probablemente femenina), pero consiguió pronunciar el fonema de la i larga del nombre de Mary perfectamente; estaba claro que el problema había sido abordado y resuelto.

—Hola —respondió Mary—. Um, ¿cómo debo llamarte?

—Como quieras.

Mary frunció el ceño.

—¿Qué tal Christine? —Así se llamaba la hermana de Mary.

—Está bien —dijo la voz en su cabeza—. Naturalmente, si cambias de opinión, eres libre de cambiarme el nombre tantas veces como quieras.

—Muy bien. Dime, ¿Cómo es que puedes pronunciar sonidos que el Acompañante de Ponter no puede articular?

—No ha sido un problema de programación difícil —contestó Christine—, una vez comprendida la carencia subyacente.

Mary se sobresaltó cuando notó un golpecito en el hombro. Se había aislado del mundo exterior mientras hablaba con el Acompañante: se preguntó si habría ladeado la cabeza como hacían por rutina los neanderthales, si eso era un comportamiento natural o una conducta aprendida, una cortesía para que los demás supieran que uno estaba momentáneamente ocupado.

—Bien —dijo la cirujana, sonriéndole a Mary, que seguía sentada en el sillón—. Supongo que el Acompañante funciona.

Por primera vez, Mary oyó una traducción tal como lo hacía Ponter: no a través de un altavoz externo, sino como palabras formándose y fluyendo en su cabeza. El Acompañante era un buen imitador, aunque hablaba inglés con una entonación extraña (como William Shatner), su voz era muy parecida a la de la cirujana.

—Sí, en efecto —respondió Mary … y en cuanto terminó, el altavoz externo de su Acompañante pronunció lo que Mary reconoció como el equivalente neanderthaclass="underline" «]a pan ka.»

Muy bien, pues —dijo la mujer, todavía sonriendo—. Ya está.

—¿Está transmitiendo mi Acompañante a mi archivo de coartadas?

—Sí —respondió la cirujana.

—Lo estoy —dijo Christine con su propia voz después de traducir el «Ka» de la cirujana.

Mary se levantó del sillón, dio las gracias a la cirujana y su colega, y se puso en camino. En el vestíbulo de las instalaciones médicas vio a cuatro varones neanderthales, cada uno de ellos con un brazo o una pierna rotos. Uno iba vestido de plateado, un exhibicionista. Mary supuso que una persona semejante no se ofendería si le preguntaba algo, así que se le acercó y le dijo:

—¿Qué les ha ocurrido?

—¿A nosotros? —preguntó el exhibicionista—. Lo habituaclass="underline" heridas de caza.

Mary recordó a Erik Trinkaus y su observación de que los antiguos neanderthales tenían a menudo heridas similares a los participantes en los rodeos.

—¿Qué estaban cazando?

—Alces.

A Mary la decepcionó que no se tratara de un bicho más exótico. —¿Merecen la pena? —preguntó—. Las heridas, quiero decir. El exhibicionista se encogió de hombros.

—Poder comer alce la merece. Uno se harta de palomos y búfalos.

—Bueno, espero que los curen pronto.

—Oh, lo harán —dijo el exhibicionista con una sonrisa.

Mary se despidió y dejó el hospital para salir al sol de la tarde.

Probablemente le había dado toda una alegría al público del exhibicionista.

Y entonces se dio cuenta de que acababa de entrar en una sala en la que había cuatro varones a los que no conocía, y en vez de sentirse aterrada, como le habría sucedido en su mundo incluso después de conocer la identidad de su violador, no había sentido ninguna aprensión. De hecho, se había acercado con osadía a uno de los hombres y había entablado conversación con él.

Contempló asombrada su antebrazo, a su Acompañante, a Christine. La idea de que las actividades de todos estaban siendo grabadas no le había parecido real hasta que su propio Acompañante permanente formó parte de ella. Pero ahora comprendía lo liberador que era. Allí, estaba a salvo. Oh, podía haber montones de personas de mala voluntad a su alrededor, pero nunca intentarían nada… porque nunca podrían salirse con la suya.

Mary podría haber pedido a Christine que llamara un cubo de viaje para que la llevara de regreso a casa de Lurt, pero hacía un maravilloso día de otoño, así que decidió caminar. Y, por primera vez en aquel mundo, se encontró mirando con tranquilidad a los ojos de los otros neanderthales, como si fueran vecinos de una ciudad pequeña, como si perteneciera al lugar, como si estuviera en casa.

15

Hay pisadas humanas conservadas en ceniza volcánica en Laetoli, hechas por un australopitecus macho y una hembra, los antepasados de gliksins y barasts, deambulando. caminando lentamente, el uno al fado del otro. explorando: los pasos del pequeño homínido original. y hay pisadas humanas en Base Tranquilidad y el Océano de las Tormentas y Fra Mauro y Hadley Rille y Descartes y Taurus-Littrow en la Luna … verdaderos saltos de gigante…

Mary estaba agotada por la operación, y cuando llegó a la casa Lurt, simplemente se fue a dormir y echó una larga siesta en uno de los huecos cuadrados llenos de cojines que le servía de dormitorio.

No se despertó hasta que Lurt volvió a casa del laboratorio dos décimos más tarde.

—¡Mira! —dijo Mary, mostrándole su nuevo Acompañante. Casi todos los Acompañantes parecían iguales, pero Lurt, evidentemente, detectó que Mary esperaba un cumplido. —Es precioso.

—¿Verdad que sí? Pero no es precioso, es preciosa. Se llama Christine.

—Hola —dijo la voz sintética de Chiristine.

Christine —dijo Mary—, ésta es la sabia Lurt Fradlo. Es la mujer-compañera del sabio Adikor Huid, que es el hombre-compañero de mi…

Mary se detuvo, buscando la palabra correcta, y entonces, tras encogerse de hombros, continuó:

—De mi novio, el sabio (y enviado) Ponter Boddit.

—Día sano, sabia Fradlo —dijo Christine.

—Día sano —respondió Lurt—. Puedes llamarme Lurt.

—Gracias.

Lurt inspiró profundamente, al parecer inhalando olores. —Ginrald no ha vuelto a casa todavía —dijo. Ginrald era la mujer-compañera de Lurt. —No. Ni Dab ni Karatal.

Dab era el hijo de Lurt y Adikor Huid; Karatal era la hija que Ginrald tenía con su propio hombre-compañero.

Lurt asintió.

—Bien. Entonces tal vez podamos hablar. Hay una cuestión que debemos resolver. —¿Sí?

Pero Lurt guardó silencio, al parecer reacia a continuar.

—¿He hecho algo mal? —preguntó Mary—. ¿Te he ofendido de algún modo?

Sabía que vivir en aquel mundo estaría cargado de dificultades culturales, pero se había esforzado por seguir los consejos de Lurt en todo.

—No, no —dijo Lurt—. Nada de eso.

Indicó a Mary que se sentara en la gran zona circular del salón Mary lo hizo en el sofá, y Lurt ocupó una silla de horcajadas cercana.