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—Se trata simplemente de la cuestión de tu alojamiento.

Mary asintió. Por supuesto.

—He prolongado demasiado mi estancia. Lo siento. Lurt alzó una manaza, la palma hacia afuera.

—Por favor, no me malinterpretes. Disfruté enormemente de compañía en tu anterior visita. Pero mi casa está abarrotada. Cierto, Dab nos dejará dentro de un par de diezmeses para irse a vivir con Ponter y Adikor, pero…

Mary asintió.

—Pero eso será dentro de un par de diezmeses.

—Exactamente. Si vas a pasar mucho tiempo en este mundo, debes tener tu propio hogar.

Mary frunció el ceño.

—No tengo ni idea de cómo hacer eso. Y tendré que hablar con Ponter. Una cosa es que pague mis cosas con su cuenta, pero si voy a comprar una casa…

Lurt se echó a reír, pero sin desdén.

—Las casas no se compran. Seleccionas una vacía y la ocupas.

Tu contribución no se cuestiona: nos has traído mucho conocimiento nuevo. Tienes derecho a una casa.

—¿Quieres decir que las casas no son propiedad particular?

—No. ¿Por qué deberían serio? Ah, comprendo. Recuerda que nosotros tenemos una población estable. No hay necesidad de más casas, excepto para sustituir los árboles que mueren. Y los árboles que van a ser casas los planta y los cuida el Gobierno, ya que, después de todo, pasa mucho tiempo antes de que sean lo bastante grandes para ser ocupados. Pero siempre hay de sobra, para los visitantes temporales de Saldak. Podemos buscarte una de ésas. Conozco a una carpintera excelente que podría hacerte los muebles … sospecho que le gustará el desafío de satisfacer tus necesidades particulares. —Lurt hizo una pausa—. Naturalmente, vivirías sola.

Mary no quiso decir que eso sería un alivio, pero, de hecho, estaba acostumbrada a vivir sola. En los años transcurridos desde que Colm y ella se habían separado, Mary se había acostumbrado a disfrutar de sus noches solitarias en casa. En comparación, el bullicio de la casa de Lurt había sido apabullante. Y sin embargo…

Sin embargo, ese mundo era muy extraño. Mary no estaba preparada para enfrentarse a él sin ayuda. Incluso con Christine, se sentía como una inválida.

—¿No tendrás una amiga a la que pudiera interesarle una compañera de cuarto? —preguntó Mary—. Ya sabes, que esté sola, pero que desee compartir las tareas de la casa con alguien durante algún tiempo.

Lurt se dio un golpecito con el pulgar en la frente, justo encima de donde los arcos gemelos de su ceño se unían.

—Déjame pensar … déjame pensar …

Luego ladeó la cabeza. Evidentemente escuchaba una sugerencia de su Acompañante.

—Es una idea excelente —dijo, asintiendo. Miró a Mary—. Hay una mujer llamada Bandra Tolgak que vive no muy lejos de aquí. Es geóloga y una de las personas que más me gustan. Y los gliksins la tienen absolutamente fascinada.

—¿Y no tiene familia que viva con ella?

—Así es. Su unión con su mujer-compañera se disolvió hace algún tiempo, y las dos hijas de Bandra se han marchado ya de casa… su hija menor hace muy poco. Ha mencionado alguna vez lo vacía que parece su casa; tal vez podríamos llegar a un acuerdo…

Era un fresco día de otoño con cirros pintados a dedo sobre un cielo de plata. Lurt y Mary paseaban. Ante ellas se alzaba un edificio de la anchura de un campo de fútbol y, a juzgar por el despliegue de ventanas, de cuatro plantas de altura.

—Es nuestra Academia de Ciencias —dijo Lurt—. Bandra Tolgak trabaja aquí.

Llegaron a una de las muchas puertas: sólida, opaca, con goznes. Lurt la abrió y continuaron por un pasillo iluminado por las reacciones catalíticas que se producían dentro de los tubos de las paredes. Muchas hembras neanderthales de la generación 147 (la edad de cursar los estudios universitarios) iban de un lado para otro, y los robots zancudos correteaban cumpliendo encargos. Lurt se detuvo ante un par de ascensores. Los neanderthales, muy sensatamente, dejaban abiertas las puertas de sus ascensores en espera: las cabinas no se recalentaban y bastaba una ojeada para saber si había alguno disponible en la planta. Lurt condujo a Mary hasta uno de ellos.

—Al laboratorio de Bandra Tolgak — le dijo Lurt al aire. Las puertas se cerraron y el ascensor se puso en marcha. Al cabo de unos segundos las puertas volvieron a abrirse y salieron a otro pasillo.

—Tercera puerta a la derecha —dijo una voz sintetizada.

Mary y Lurt se encaminaron hacia esa puerta, la abrieron y entraron.

—Día sano, Bandra —saludó Lurt.

Una mujer neanderthal que estaba de espaldas se volvió hacia ellas.

—¡Lurt Pradlo! —sonrió—. ¡Día sano!

Entonces sus ojos (de un sorprendente color de trigo) se posaron sobre Mary.

—Y usted tiene que ser la sabia Vaughan. Lurt me dijo que vendría.

Sonrió de nuevo y, para sorpresa de Mary, le ofreció la mano. Mary la aceptó y la estrechó con firmeza.

—Yo… creía que los neanderthales no se daban la mano.

—Oh, no lo hacemos —contestó Bandra, sonriendo—. Pero he estado leyendo sobre ustedes los gliksins. ¡Qué gente tan fascinante! —Soltó la mano de Mary—. ¿Lo he hecho bien?

—Sí. Muy bien.

Bandra estaba radiante. Era una 144, nueve años mayor que Mary; en realidad ocho y medio, probablemente, ya que Mary había nacido en septiembre, y la mayoría de los neanderthales nacían en primavera. El vello facial y corporal de Bandra era una hermosa mezcla de cobre y plata.

—Bien, bien. ¡Oh, espere! ¡Hay otro ritual!

Recompuso sus agradables rasgos en una expresión de fingida seriedad.

—¿Cómo está usted?

Mary se echó a reír.

—Muy bien, gracias. ¿Y usted?

—Yo también estoy bien. —Bandra soltó una carcajada—. ¡Qué gente tan maravillosa! ¡Cuánta amabilidad!-Le sonrió a Mary—. Es un placer conocerla, sabia Vaughan.

—Puedes llamarme Mary.

—No, no puedo —dijo Bandra, riendo de nuevo—. Pero me encantaría llamarte Mare.

El laboratorio de Bandra estaba lleno de muestras minerales: Cristales de roca, piedras pulidas, hermosas geodas y otras cosas. —Es un placer conocer por fin a una gliksin —continuó Bandra—. Leo todo lo que puedo sobre vosotros.

—Vaya, gracias.

—Háblame de ti. ¿Tienes hijos?

—Todavía no —dijo Mary.

—Ah. Bien. Yo tengo dos hijas y un nieto. ¿Te gustaría ver sus fotos?

—Pues claro.

Bandra rió una vez más.

—¡Vosotros los gliksins y vuestros complicados modales! ¡Qué maravillosamente adaptables sois! Creo que podría obligarte a ver durante diadécimos enteros las imágenes que he grabado en mis viajes.

Mary notó que se sentía muy relajada; el buen humor de Bandra era contagioso.

—Espero que no te importe que nos hayamos pasado a verte —dijo Lurt—, pero…

—¡Pero estabais en el barrio! —dijo Bandra, sonriéndole ampliamente a Mary.

Mary asintió.

—Dando una vuelta —continuó Bandra, exagerando el acento, tal como los americanos hacían en imitación de los canadienses, aunque Mary no había oído nunca hablar así a sus compatriotas—. Qué expresiones tan maravillosas tenéis los gliksins.

—Gracias.

—Bien. Lurt ha dicho que tenías que pedirme un favor. —Bandra señaló las rocas repartidas por la habitación—. No me imagino en qué puede ayudarte una geóloga, pero (y ésta es una de mis frases favoritas), «soy todo oídos».

—Bueno, yo … vaya, estoy buscando un sitio donde alojarme, aquí, en el Centro de Saldak.

—¿De verdad?

Mary sonrió.

—Que me muera si miento. Bandra soltó una carcajada.

—¡Espero que no! —Hizo una pausa—. Tengo una casa vieja y grande, y ahora estoy sola.