—Eso dijo Lurt. Sólo estaré aquí un mes o así, pero si te apetece tener una compañera de piso…
—Me apetece, pero…
Mary tuvo ganas de decir «¿pero qué?». Pero no tenía derecho a entrometerse. Bandra no tenía por qué justificarse si la rechazaba.
Al cabo de un momento, Bandra continuó:
—¿Sólo un mes, dices? Entonces ¿estarías aquí solamente durante el próximo Dos que se convierten en Uno?
—Sí —dijo Mary—, pero no te molestaré entonces, por supuesto.
Mary vio las emociones luchando en el ancho rostro de Bandra… y lo entendió perfectamente. La mujer neanderthal estaba sopesando los inconvenientes de soportar a una desconocida y su fascinación científica por poder pasar una temporada con un ser de otro mundo.
—Muy bien —dijo Bandra por fin—. ¿Cómo lo decís? «Tu casa es mi casa.»
—Me parece que es al revés.
—¡Ah, sí, sí! ¡Todavía estoy aprendiendo!
Mary sonrió. —Yo también.
16
Pero han pasado tres décadas desde que Eugene Cernan se convirtiera en la última persona en caminar por la Luna. ¡La última persona! ¿Quién iba a pensar que nacerían generaciones enteras a partir de 1972 para las que la idea de humanos en otros mundos no sería más que una lección en clase de historia…?
A Mary la casa de Bandra le pareció mucho más acogedora que la de Lurt, aunque no fuese más grande. Para empezar, los muebles encajaban más con sus gustos. Y además, resultó que a Bandra le encantaba observar pájaros y era una artista maravillosa: había cubierto las paredes y techos interiores de madera con pinturas de aves, incluidos, naturalmente, palomos. A Mary también le encantaban los pájaros: por eso había trabajado en el ADN del palomo migratorio en York mientras su estudiante de posgrado, Darla, se ocupaba de la misión, aparentemente más atractiva, de recuperar material genético de una momia egipcia.
A Mary le resultaba extraño llegar a casa antes que Bandra, y aún más extraño cruzar la puerta. Pero, naturalmente, los neanderthales no echaban la llave: no les hacía falta.
Bandra tenía un robot casero, como muchos barasts. Era un ser insectoide, larguirucho. Observó a Mary con ojos azules metálicos, no muy distintos de los de Lonwis, pero continuó con su tarea, limpiando y quitando el polvo.
Aunque Mary sabía que no podía ver a Ponter hasta el siguiente Dos que se convierten en Uno, no había motivos para no llamarlo: su flamante nuevo Acompañante podía conectarse con el Acompañante de él, o el de cualquier otro, sin dificultad.
Mary se acomodó en el sofá del salón de Bandra, contempló el hermoso mural del techo e hizo que Christine llamara a Hak. —¡Mare! —En la voz de Ponter se notaba la alegría—. ¡Cuánto me alegro de oírte!
—Te echo de menos —dijo Mary. Se sentía como si volviera a tener dieciocho años y hablara con su novio Donny desde el dormitorio, en casa de sus padres.
—Yo también te echo de menos.
—¿Dónde estás?
—Estoy sacando a Paba a dar un paseo. A los dos nos viene bien el ejercicio.
—¿Adikor está contigo?
—No, está en casa. Bueno, ¿qué novedades hay?
Mary se lo contó todo sobre la implantación de su nuevo Acompañante, y luego le comunicó que se había mudado a casa de Bandra.
—Lurt me ha dicho una cosa muy intrigante: que hay un aparato prohibido que podría ayudamos a tener un hijo.
—¿De verdad? —dijo Ponter—. ¿Qué aparato?
—Un invento de alguien llamada Vissan Lennet.
—¡Oh! Ahora la recuerdo; la vi en mi mirador. Se quitó su Acompañante y se fue a vivir a los bosques. Tuvo alguna clase de conflicto con los Grandes Grises por un invento suyo.
—¡Exactamente! Inventó un aparato llamado escritor de codones, capaz de producir las cadenas de ADN que uno quisiera … y eso es exactamente lo que nos hace falta para tener un bebé. Lurt cree que Vissan probablemente conserva todavía su prototipo.
—Puede ser —dijo Ponter—. Pero si lo tiene… Discúlpame. ¡Buena perra! ¡Buena perrita! ¡Allá va! ¡Tráelo, tráelo! Lo siento, estaba diciendo que, si existe, sigue estando prohibido.
—Así es. En este mundo. Pero si lo llevamos al mío…
—¡Eso es brillante! —exclamó Ponter—. Pero ¿cómo lo conseguiremos?
—Supongo que encontrando a Vissan y pidiéndoselo. ¿Qué tenemos que perder?
—¿Y cómo la encontramos? No tiene Acompañante.
—Bueno, Lurt dijo que solía vivir en una ciudad llamada Kraldak. ¿Sabes dónde está?
—Claro. Justo al norte del lago Duranlan… el lago Erie. Kraldak está más o menos donde Detroit está en tu mundo.
—Bueno, si vive en el bosque no habrá podido ir muy lejos, ¿no?
—Supongo. Desde luego no puede utilizar ningún tipo de transporte sin un Acompañante.
—Y Lurt dice que probablemente habrá construido una cabaña.
—Eso tiene lógica.
—Podríamos buscar fotos por satélite de una cabaña nueva… una que no salga en otras con más de cuatro meses de antigüedad.
—Te olvidas de dónde estás, mi amor —dijo Ponter—. Los barasts no tenemos satélites.
—Es verdad. Maldita sea. ¿Y reconocimiento aéreo? Ya sabes … fotos tomadas desde aviones.
—Tampoco tenemos aviones… aunque sí helicópteros.
—Bueno, ¿se habrá hecho algún reconocimiento en helicóptero desde que se marchó?
—¿Cuando dices que fue eso?
—Lurt comentó que hace unos cuatro meses.
—Bueno, entonces sí, seguro. Los incendios forestales son un problema en verano, naturalmente … los causados por los rayos y por los errores humanos. Se toman fotografías aéreas para localizarlos.
—¿Podemos acceder a ellas?
—¿Hak?
La voz de Hak sonó dentro de la cabeza de Mary.
—Estoy accediendo a ellas mientras hablamos —dijo el Acompañante—. Según los archivos de coartadas, el Acompañante de Vissan Lennet se desconectó el 148/1 01/17, Y ha habido tres reconocimientos aéreos de Kraldak y su entorno desde entonces. Pero aunque una cabaña sería claramente visible en invierno, cuando los árboles han perdido sus hojas, divisarla entre el follaje del verano será difícil.
—Pero ¿lo intentarás? —preguntó Mary.
—Por supuesto.
—Probablemente será inútil —dijo Mary con un suspiro—. Otra gente habrá intentado localizarla, si lo que Lurt dijo sobre el escritor de codones es cierto.
—¿Por qué?
—Bueno, ya sabes: los individuos esterilizados, para burlar la sanción que se les ha impuesto.
—Tal vez —replicó Ponter—, pero no ha pasado tanto tiempo desde que Vissan abandonó la sociedad, y no hay tanta gente esterilizada. Y, después de todo, nadie de este mundo pretende concebir antes del próximo verano, así que …
—Discúlpame —dijo Hak—. La he encontrado.
—¿El qué? —preguntó Mary.
—La cabaña… o al menos una cabaña que no aparece en ninguno de los mapas. Está aproximadamente a treinta y cinco kilómetros al oeste de Kraldak. —Tradujo las unidades neanderthales para Mary, aunque Ponter probablemente había oído algo parecido a «70.000 brazadas» en sus implantes.
—¡Maravilloso! —exclamó Mary—. ¡Ponter, tenemos que ir a verla!
—Desde luego.
—¿Puedes ir mañana?
Ponter pareció dubitativo.
—Mare…
—¿Qué? Oh, lo sé, Dos no son Uno, pero …
—¿Si?
Mary suspiró.
—No, tienes razón. Bueno, entonces, ¿podremos ir la próxima vez que Dos se conviertan en Uno?
—Por supuesto, mi amor. Podemos hacer lo que quieras entonces.