Mary frunció el ceño y ladeó la cabeza, absolutamente anonadada.
—¿Si?
—Él… él… —Ponter pareció incapaz de continuar. Por fin, simplemente alzó el brazo izquierdo y dijo—: ¿Hak?
Hak lo relevó y habló directamente en inglés.
—No te sorprendas, Mare —dijo el Acompañante—. El propio Ponter no se daba cuenta tampoco, aunque resultaba evidente para el sabio Selgan … y para mí también.
—¿Qué? —dijo Mary, con el corazón en un puño.
—Es concebible que, si murieras, Ponter no sintiera una pena tan grande como cuando murió Klast… no porque te ame menos, sino porque podría templar sus sentimientos con la creencia de que seguías existiendo de alguna forma.
Mary sintió que su cuerpo se vaciaba. Si los brazos de Ponter no hubieran estado rodeando su cintura, se habría caído.
—Dios mío … —dijo. La cabeza le daba vueltas. No sabía qué pensar.
—No acepto que Selgan tenga razón —dijo Ponter—, pero … Mary asintió levemente.
—Pero eres un científico y es …
Mary hizo una pausa, reflexionando. Creer en otra vida después de la muerte permitía ese consuelo.
—Es una hipótesis interesante.
—Ka —dijo Ponter.
Ka, en efecto.
20
Pero ha llegado el momento de reemprender nuestro viaje. pues es nuestro amor al viaje lo que nos hace grandes…
—¡Adivina! —le dijo Ponter a Mega—. ¡Hoy vamos a hacer un viaje! ¡Vamos a volar en helicóptero!
Mega era todo sonrisas.
—¡Ya me lo dijo Mary! ¡Bien!
Había muchos viajes entre ciudades cuando Dos se convertían en Uno: los helicópteros volaban habitualmente desde el Centro de Saldak al Centro de Kraldak esos días, y Ponter, Mary y Mega se dirigieron al punto de despegue. Ponter llevaba una bolsa de cuero. Mary se ofreció a ayudado con el peso puesto que Mega iba a hombros de su padre.
El helicóptero era marrón rojizo, de forma cilíndrica; a Mary le recordó una lata gigantesca de Dr. Pepper. El interior de la cabina era sorprendentemente espacioso, y Mary y Ponter disponían de amplios asientos acolchados uno frente al otro. Mega, por su parte, se sentó junto a Ponter y se lo estuvo pasando la mar de bien mirando por las ventanillas mientras el suelo iba alejándose.
La cabina tenía un excelente aislamiento acústico; Mary había volado pocas veces en helicóptero, pero siempre le había dado dolor de cabeza.
—Tengo un regalo para ti —le dijo Ponter a Mega. Abrió su bolsa de cuero y sacó un complejo juguete de madera.
Mega soltó un gritito de placer.
—Gracias, papá!
—Y no me he olvidado de ti —dijo él, sonriéndole a Mary. Buscó de nuevo dentro de la bolsa y sacó un ejemplar de The Globe and Mail, el periódico nacional canadiense.
—¿De dónde has sacado eso? —preguntó Mary, los ojos como platos.
—De la instalación de cálculo cuántico. Encargué a uno de los gliksins que lo trajera del otro lado.
Mary estaba asombrada … y encantada. Apenas había pensado en el mundo donde había nacido, pero no estaría nada mal que se pusiera al día … y había echado de menos la tira de Dilbert. Desdobló el periódico. Había habido un descarrilamiento de trenes cerca de Vancouver; India y Pakistán volvían a amenazarse mutuamente; y el ministro de Hacienda había presentado un nuevo presupuesto en el Parlamento. Pasó la página. El periódico crujió con fuerza cuando lo hizo, y entonces …
—Oh, Dios mío!
—¿Qué ocurre? —preguntó Ponter.
Mary se alegró de estar sentada.
—El Papa ha muerto —dijo, en voz baja. Estaba claro que la muerte había tenido lugar hacía unos días, de lo contrario hubiese estado en primera plana.
—¿Quién?
—El líder de mi sistema de creencias. Ha muerto.
—Lo siento-dijo Ponter—. ¿Qué sucederá ahora? ¿Se trata de una crisis?
Mary negó con la cabeza.
—Bueno, no … no exactamente. Como te conté, el Papa era viejo y frágil. Hace tiempo que se sabía que tenía los días contados.
Mary había dejado de preocuparse por no usar frases hechas y determinadas expresiones, ya que Bandra conocía tantas, pero vio la expresión de desconcierto en el rostro de Ponter.
—Que iba a morir relativamente pronto.
—¿Lo conocías?
—¿Conocer al Papa? —dijo Mary, asombrada—. No. No, sólo las personas muy importantes llegan a conocer personalmente al Papa . …-—…:Miró a Ponter—. Tú habrías tenido muchas más posibilidades que yo.
—Yo … no estoy seguro de qué le diría a un líder religioso.
—Era más que eso. Para los católicos, el Papa es quien da a la
humanidad las instrucciones de Dios.
Mega quiso bajarse de su asiento y encaramarse en el regazo de
Ponter en ese momento. Él la ayudó a hacerla.
—¿Quieres decir que el Papa habla con Dios?
—Supuestamente.
Ponter sacudió levísimamente la cabeza. Mary forzó una sonrisa.
—Sé que no crees que eso sea posible.
—No empecemos de nuevo. Pero … pero pareces triste. Y sin embargo no conocías personalmente al Papa, y has dicho que su muerte no supone una crisis para vuestro sistema de creencias.
Ponter hablaba en voz baja y por eso Mega lo ignoraba. Pero Christine transmitía su traducción de las palabras de Ponter a volumen normal a través de los implantes que Mary tenía en el oído.
—Es por la conmoción. Y, bueno …
—¿Sí?
Mary resopló.
—El nuevo Papa tomará decisiones políticas, sobre temas fundamentales.
Ponter parpadeó.
—¿Como cuáles?
—La Iglesia católica es … bueno, mucha gente dice que no se ha adaptado al ritmo de los tiempos. Ya sabes que no permite el aborto, ni el divorcio … la disolución del matrimonio. Pero tampoco permite que sus sacerdotes practiquen el sexo.
—¿Por qué no?
Mega estaba entretenida asomada a la ventanilla.
—Bueno, tener una vida sexual se supone que disminuye la capacidad para cumplir con los deberes espirituales —dijo Mary—. Pero la mayoría de las otras religiones no exigen el celibato a sus sacerdotes y muchos católicos piensan que es una idea que hace más mal que bien.
—¿Mal? Nosotros les decimos a los chicos adolescentes que no se contengan, porque podrían llenarse de esperma y explotar. Pero eso es sólo un chiste, claro. ¿Qué mal puede haber en el celibato?
Mary apartó la mirada.
—Se sabe que los curas … los miembros del clero célibe … —Cerró los ojos, empezó de nuevo—. Es sólo un porcentaje muy pequeño de los curas, compréndelo. La mayoría son hombres buenos y honrados. Pero algunos han abusado de niños.
—Abusado, ¿cómo? —preguntó Ponter.
—Sexualmente.
Ponter miró a Mega; la niña no parecía estar prestando atención a lo que decían.
—Define «niños».
—Niños y niñas pequeños, de tres, cuatro años y más.
—Entonces es bueno que esos curas sean célibes. El gen de esa actividad debería extinguirse.
—Eso quisieras —dijo Mary. Se encogió de hombros. Tal vez vosotros hagáis lo adecuado, al esterilizar no sólo al culpable, sino también a los que comparten al menos la mitad de su material genético. En cualquier caso, parece que el abuso infantil por parte de los sacerdotes está alcanzando proporciones epidémicas. —Agitó el Globe—. Al menos, ésa es la impresión que una se lleva leyendo los periódicos.
—No sé leerlos —dijo Ponter—, aunque espero aprender. Pero he visto vuestros noticiarios en televisión y los he oído en la radio de vez en cuando. He oído los comentarios: «¿Cuándo vamos a ver el lado oscuro de la civilización neanderthal? Seguro que también tienen cualidades malas.» Pero te digo, Mare —Christine podría haber sustituido los murmullos de Ponter por el nombre de Mary bien pronunciado, pero no lo hizo—, que nosotros no tenemos nada comparable a vuestros corruptores de niños, a vuestros contaminadores; a vuestros fabricantes y usuarios de bombas, a vuestra esclavitud, a vuestros terroristas. Nosotros no ocultamos nada, y sin embargo persiste la creencia de que tenemos que tener actitudes malas similares. No sé si esta falacia es comparable a vuestros impulsos religiosos, pero parece que hace un daño similar: vuestra gente cree que cierta cantidad de mal es inevitable. Pero no lo es. Si surge algún beneficio del contacto entre tu mundo y el mío, tal vez sea esa revelación.