—Ah —dijo Mary.
Ponter alzó una mano.
—No partiré a Donakat hasta que este próximo Dos que se convierten en Uno haya pasado, por supuesto, y volveré mucho antes de que Dos se conviertan en Uno otra vez.
El entusiasmo de Mary se enfrió un poco. Sabía que, aunque estuviera en el mundo neanderthal, pasarían veinticinco días antes de poder estar en brazos de Ponter, pero le resultaba difícil acostumbrarse a esa idea. Deseó que hubiera una solución, en alguna parte, en algún mundo, para que Ponter y ella pudieran estar siempre juntos. —Si vas a regresar —dijo Ponter—, podemos atravesar el portal juntos. Iba a hacer el viaje con Lou, pero …
—¿Louise? ¿Ella también va?
—No, no. Pero irá a Sudbury pasado mañana para visitar a Reuben.
Louise Benoit y Reuben Montego se habían hecho amantes mientras estaban en cuarentena juntos, y su relación había continuado desde entonces.
—Oye —dijo Ponter—, si los cuatro vamos a estar en Sudbury al mismo tiempo, tal vez podamos comer juntos. Me encantan esas barbacoas de Reuben …
Mary Vaughan tenía dos casas en su versión de la Tierra: un piso alquilado en la bahía de Bristol, en el estado de Nueva York, y un apartamento propio en Richmond Hill, al norte de Toronto. Ponter y ella se dirigían a este último lugar: un trayecto de tres horas y media desde la sede del Grupo Sinergía. Por el camino, una vez que dejaron atrás la interestatal en Búfalo, se pararon en un Kentucky Fried Chicken. A Ponter le parecía la mejor comida del mundo, una opinión con la que Mary no estaba en completo desacuerdo, en detrimento de su cintura. Las especias eran un producto de los climas cálidos, para enmascarar el sabor de la carne pasada: el pueblo de Ponter, que vivía en latitudes altas, las utilizaba mucho corno aliño, y la combinación de doce hierbas y especias distintas no se parecía a nada que hubiera probado antes.
Mary puso el reproductor de CD's del coche; era mejor que ir cambiando continuamente de emisora según iban avanzando. Empezaron con los Grandes Éxitos de Martina McBride, y ahora escuchaban el Come On Over de Shania Twain. A Mary le gustaban la mayoría de las canciones de Shania, pero no podía soportar The Woman In Me, carente del sonido característico de la Twain. Suponía que algún día se armaría de valor y haría una copia en CD del álbum, saltándose esa canción.
Mientras seguía su camino con la música sonando y el sol poniéndose (lo hacía temprano en esa época del año) , Mary dejó correr sus pensamientos. Eliminar una canción de un disco era fácil. Corregir una vida, no. Cierto, sólo había unas cuantas cosas de su pasado que deseaba poder cambiar. La violación, desde luego. ¿Realmente había sucedido hacía sólo tres meses? Algunos atolladeros financieros, desde luego. Aparte de un puñado de meteduras de pata.
Pero ¿y su matrimonio con Colm O'Casey?
Ella sabía lo que quería Colm: que ella declarara, delante de su Iglesia y su Dios, que su matrimonio nunca había existido realmente. Eso era en realidad una anulación: una negación del matrimonio, una negativa de que hubiera existido alguna vez.
Sin duda algún día la Iglesia católica acabaría por aceptar el divorcio. Hasta que Mary había conocido a Ponter no tenía ningún motivo para poner punto final a su relación con Colm, pero ahora sí que quería acabar con eso. Y sus opciones eran la hipocresía (buscar una anulación) o la excomunión, el castigo por conseguir el divorcio.
Resultaba irónico: los católicos podían librarse de cualquier pecado venial simplemente confesándose. Pero si tenías la mala suerte de casarte con la persona equivocada, no había una salida fácil. La Iglesia quería que fuese hasta que la muerte os separe… a menos que estuvieras dispuesta a mentir sobre el hecho mismo del matrimonio.
Y, maldición, su matrimonio con Colm no merecía ser anulado, borrado, erradicado de los archivos.
Oh, ella no estaba segura al ciento por cien cuando aceptó su propuesta de matrimonio, y no se sentía completamente confiada cuando recorrió el pasillo de la iglesia del brazo de su padre. Pero su matrimonio había funcionado bien durante los primeros años, y cuando se estropeó fue debido al cambio de intereses y objetivos.
Se hablaba mucho últimamente del Gran Salto Adelante, cuando la verdadera conciencia surgió en este mundo, hacía cuarenta mil años. Bueno, Mary había experimentado su propio Gran Salto Adelante, al comprender que sus deseos y ambiciones laborales no tenían que ir por detrás de los de su marido. Y, a partir de ese momento, sus vidas habían divergido… y ahora estaban a mundos de distancia.
No, ella nunca negaría su matrimonio. Y eso significaba…
Eso significaba que había que recurrir al divorcio, no a una anulación. Sí, no había ninguna ley que dijera que una gliksin (así llamaban los neanderthales a los Homo sapiens) que estaba todavía legalmente casada con otro gliksin no pudiera realizar la ceremonia de unión con un barast del sexo opuesto, pero algún día, sin duda, esa ley existiría. Mary quería comprometerse de todo corazón con Ponter como su mujer-compañera, y hacerlo significaba resolver de una vez por todas su situación con Colm.
Mary adelantó a un coche, y luego miró a Ponter. —¿Cariño? —dijo.
Ponter frunció levemente el ceño. Era un término afectivo que Mary empleaba de manera natural, pero a él no le gustaba: porque la palabra inglesa contenía el fonema «i» largo que su boca era incapaz de pronunciar.
—¿Sí?
—Sabes que vamos a pasar la noche en mi casa de Richmond Hill, ¿verdad?
Ponter asintió.
—Y, Bueno, también sabes que sigo estando legalmente unida a mi… a mi hombre-compañero aquí, en este mundo.
Ponter volvió a asentir.
—Me… me gustaría verlo, si puedo, antes de ir a Sudbury. Desayunar con él, o almorzar temprano.
—Siento curiosidad por conocerlo —dijo Ponter—. Por saber qué tipo de gliksin elegiste…
El disco pasó a una nueva canción: ¿Hay vida después del amor? —No —respondió Mary—. Quiero decir que necesito vedo a solas.
Ella lo miró y vio que la ceja continua de Ponter subía hacia su frente.
—Oh —dijo, usando la palabra inglesa directamente. Mary volvió a mirar la carretera que tenía delante.
—Ya es hora de que aclare las cosas con él.
3
Lo dije durante mi campaña y vuelvo a decirlo ahora: un presidente debe mirar hacia el futuro, no sólo a las siguientes elecciones sino a las décadas y generaciones por venir. y es con esa visión a largo plazo en mente con lo que vengo a hablarles esta noche…
Cornelius Ruskin estaba tendido en su cama empapada de sudor. Vivía en un pequeño ático en el sucio distrito de Driftwood, en Toronto: «su ático en los suburbios», como lo llamaba cuando estaba de humor para hacer chistes. La luz del sol se filtraba a través de las ajadas cortinas. Cornelius no había puesto en hora el despertador (no desde hacía varios días) y no se sentía con fuerzas para volverse y mirar la hora.
Pero el mundo real se entrometería pronto. No recordaba los detalles del seguro médico del que disponía como sustituto temporal, pero fueran cuales fuesen, sin duda, después de varios días, la universidad, el sindicato, el seguro del sindicato, o los tres, exigirían un certificado médico. Y si no volvía a impartir sus clases, no cobraría, y si no cobraba…
Bueno, tenía suficiente para el alquiler del mes siguiente, y, por supuesto, había tenido que pagar dos meses por adelantado como señal, así que podría quedarse hasta final de año.
Cornelius se obligó a no buscarse las pelotas con la mano una vez más. Habían desaparecido; sabía que habían desaparecido. Estaba empezando a aceptar que habían desaparecido.