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—No creía que los hombres neanderthales fueran así. Lo siento, Bandra.

Bandra se encogió levemente de hombros.

—Hace mucho tiempo que llevo esta carga. Estoy acostumbrada. Y …

—¿Si?

—Y creía que se había acabado. Él no me pegaba desde que se marchó mi mujer-compañera. Pero…

—Nunca paran —dijo Mary—. No definitivamente. —Podía saborear el ácido en el fondo de su garganta. Algo habrá que puedas hacer. Puedes defenderte. Seguro que eso es legal. Podrías …

—¿Qué?

Mary miró el suelo cubierto de hierba.

—Un neanderthal puede matar a otro con un puñetazo certero.

—Si que es cierto! —dijo Bandra—. Sí que es cierto. ¿Ves?, debe amarme, porque si no me amara, yo estaría muerta.

—Pegarle a alguien no es forma de amar —dijo Mary—, pero defenderte y golpear … con fuerza … puede que sea tu única opción.

—No puedo hacer eso. Si se llega a la decisión de que yo no tenía por qué matarlo, me juzgarían a mí por conducta violenta y mis hijas sufrirían de todas formas, pues también comparten la mitad de mis genes.

—Un maldito atolladero —dijo Mary. Miró a Bandra—. ¿Conoces esa expresión?

Bandra asintió.

—Una situación sin salida. Pero te equivocas, Mare. Hay una salida. Tarde o temprano, Harb, o yo, moriremos. Hasta entonces …

Alzó las manos, abrió los puños y volvió las palmas hacia arriba en un gesto de impotencia.

—¿Pero por qué no te divorcias de él, o como lo llaméis aquí?

Se supone que eso es fácil.

—Los mecanismos legales de lo que llamas divorcio son fáciles, pero la gente sigue chismorreando, sigue haciéndose preguntas. Si yo disolviera mi unión con Harb, la gente me interrogaría a mí y lo interrogaría a él al respecto. La verdad podría salir a la luz, y de nuevo mis hijas correrían el riesgo de ser esterilizadas. —Negó con la cabeza—. No, no, así es mejor.

Mary abrió los brazos y envolvió a Bandra en ellos, sujetándola, mientras acariciaba su pelo naranja y plata.

27

Es hora, compañeros Homo sapiens, de que vayamos a Marte…

«Esto tiene que ser tremendamente amargo para él», pensó Ponter Boddit, que disfrutaba cada segundo de la incomodidad del consejero Bedros.

Después de todo, Bedros les había ordenado a él y a la embajadora Tukana Prat que regresaran de la versión de Mare de la Tierra como preludio al cierre del portal interuniversal. Pero Ponter no sólo se había negado a volver, sino que Tukana Prat había convencido a diez eminentes neanderthales (incluido Lonwis Trob) para que cruzaran a la otra realidad.

Y ahora Bedros tenía que recibir al contingente gliksin de ese mundo. Ponter había estado esperando en la sala de cálculo cuántico mientras los delegados cruzaban; no era conveniente que lo más parecido que los divididos gliksins tenían a un líder mundial quedara cortado en dos porque el fluctuante portal se cerrara de pronto mientras recorría el tubo de Derkers.

Bedros no había bajado a las profundidades de la mina de níquel Debral. Esperaba en la superficie a que aparecieran el secretario general y los otros representantes de las Naciones Unidas.

Cosa que acababan de hacer. Habían hecho falta dos viajes en el ascensor circular de la mina para subirlos, pero allí estaban. Cuatro exhibicionistas vestidos de plateado estaban también presentes para que el público viera lo que sucedía. El líder de piel oscura de las Naciones Unidas había salido el primero del ascensor, seguido de Ponter y de tres hombres y dos mujeres de piel más clara; a continuación salió Jock Kricger, el más alto del grupo.

—Bienvenidos a Jantar —dijo Bedros. Obviamente había instruido a su Acompañante para que no tradujera el nombre barast de su planeta. Por su parte, los siete gliksins no llevaban ningún Acompañante, ni siquiera unidades temporales. Al parecer, habían debatido mucho al respecto, pero esa extraña «inmunidad diplomática» suya les había permitido quedar exentos de tener que grabar para los archivos de coartadas todo lo que hacían y decían. Lo cierto era que, si no lo entendía mal, Jock ni siquiera tenía derecho a un tratamiento de cortesía, pero tampoco llevaba Acompañante.

—Les damos la bienvenida con grandes esperanzas para el futuro —continuó Bedros. Ponter tuvo que esforzarse por contener una mueca; Bedros había tenido que ser instruido por Tukana Prat (la embajadora que había desafiado su autoridad) en lo que constituía un discurso adecuado según los baremos gliksins. Continuó durante lo que parecieron diadécimos, y el secretario general respondió del mismo modo.

Jock Krieger debía ser barast de corazón, pensó Ponter. Mientras los otros gliksins parecían disfrutar de la pompa, él la ignoraba claramente, y contemplaba los árboles y las montañas, cada pájaro que volaba, el cielo azul.

Finalmente, los discursos terminaron. Ponter se situó junto a Jock, que llevaba un largo abrigo beige sujeto a la cintura por una tira beige, guantes de cuero y sombrero de ala ancha; los gliksins habían esperado en la mina a que descontaminaran su ropa.

—Bueno, ¿qué te parece nuestro mundo?

Jock meneó lentamente la cabeza adelante y atrás, y su voz sonó llena de asombro.

—Es precioso …

El mirador de la casa de Bandra estaba conectado a la pared del salón, y su superficie seguía suavemente la curvatura de la habitación redondeada. El gran cuadrado estaba dividido en otros cuatro más pequeños: cada uno mostraba la perspectiva de uno de los cuatro exhibicionistas presentes en la mina de níquel Debral cuando aparecieron los delegados de las Naciones Unidas. Nadie podía ver a Bandra todavía, así que Mary y ella se habían quedado en casa con la excusa de ver en el mirador la llegada de los otros gliksins.

—¡Oh, mira! —dijo Bandra—. Allí está Ponter.

Mary esperaba verlo, de refilón al menos … y, por desgracia, parecía que eso sería todo lo que iba a conseguir. Los exhibicionistas no tenían ningún interés en un compañero barast. Centraban toda su atención en el grupo de gliksins.

—Dime, ¿quién es quién? —preguntó Bandra.

—Ese hombre de ahí —Mary tenía el típico miedo canadiense a que la tacharan de racista; evitaba decir «el hombre negro» o «el hombre de piel oscura», aunque ésa fuera la diferencia más evidente entre Kofi Annan y el resto del grupo— es el secretario general de las Naciones Unidas.

—¿Cuál?

—Ése. El de la izquierda.

—¿El de la piel marrón?

—Bueno, sí.

—¿Entonces ése es el líder de vuestro mundo?

—Bueno, no. En realidad no. Pero ostenta el cargo más alto de la ONU.

—Ah. ¿Y ese tipo alto quién es?

—Ése es Jock Krieger. Mi jefe.

—Tiene … parece … un depredador.

Mary reflexionó sobre esto. Bandra tenía razón.

—Tiene un aspecto famélico, ansioso.

—Ooooh! —dijo Bandra complacida—. ¿Es eso una expresión?

—Es una cita de una obra de teatro.

—Bueno, pues le va a la perfección. —Asintió con decisión—. No me gusta. No hay ninguna alegría en su expresión.

Pero entonces Bandra pareció darse cuenta de que quizás estuviera ofendiendo a Mary.

—¡Lo siento! No tendría que hablar así de tu amigo.

—No es mi amigo —respondió Mary. Para ella un amigo era alguien en cuya casa has estado o que ha estado en tu casa—. Sólo trabajamos juntos.