—¡Y mira! —dijo Bandra—. ¡No lleva Acompañante!
Mary escrutó la pantalla.
—No, no lo lleva. —Estudió otras partes de las cuatro imágenes—. Ningún gliksin lo lleva.
—¿Cómo puede ser?
Mary frunció el ceño.
—Por inmunidad diplomática, supongo. Lo que significa …
—¿Sí?
El corazón de Mary latía con fuera.
—Significa que un diplomático puede viajar sin que examinen su equipaje. Si consigo entregarle a Jock el escritor de codones podría llevarlo a mi mundo sin ninguna dificultad.
—Perfecto —dijo Bandra—. ¡Oh, mira! ¡Ahí está Ponter otra vez!
El vuelo desde Saldak a la isla de Donakat duró dos diadécimos. Como Ponter sabía, eso era mucho más de lo que duraba el mismo viaje en el mundo de Mare. Se pasó todo el tiempo pensando en ella y en el aparato de Vissan que les ayudaría a concebir un bebé, pero Jock, que estaba sentado a su lado en la ancha cabina del helicóptero, lo sacó su ensimismamiento.
—Nunca habéis inventado el avión? —preguntó.
—No —respondió Pontel—. Eso me estaba preguntando yo mismo. Desde luego, muchos de nosotros se han sentido fascinados por las aves y el vuelo, pero he visto las largas … ¿«pistas de aterrizaje», las llamáis?
Jock asintió.
—He visto las largas pistas de aterrizaje que requieren vuestros aviones. Creo que sólo una especie que ya esté acostumbrada a despejar grandes zonas de tierra con la agricultura habría considerado natural hacer lo mismo para construir las pistas de aterrizaje, o las carreteras, sin ir más lejos.
—Nunca me lo había planteado de ese modo.
—Bueno —continuó Ponter—, desde luego nosotros no tenemos carreteras como vosotros. La mayoría somos … ¿cómo lo diría. tú? Tipos caseros. No viajamos mucho y preferimos tener la comida justo delante de nuestra puerta.
Jock contempló el helicóptero.
De todas formas, aquí se está muy cómodo. Hay un montón de espacio entre los asientos. Nosotros tendemos a abarrotar de gente los aviones … y los trenes y los autobuses también, por cierto.
—No es un asunto de comodidad —dijo Ponter—. Se trata más bien de mantener las feromonas de los otros lejos de tu nariz. Me ha resultado difícil volar en vuestros grandes aviones, sobre todo con las cabinas presurizadas. Uno de los motivos por los que no volamos tan alto como vosotros es para que nuestras cabinas no tengan que estar selladas; necesitamos aire fresco constantemente para evitar la acumulación de feromonas y …
Ponter dejó de hablar y ladeó la cabeza.
—Ah, gracias, Hak.
Miró a Jock.
—Le había pedido a Hak que me avisara cuando pasáramos por el lugar que se corresponde con Rochester, Nueva York. Si te asomas ahora a la ventanilla …
Jock apretó la cara contra un cuadrado de cristal. Ponter se acercó a otra ventanilla. Vio la orilla meridional de lo que sabía que para Jock era el lago Ontario.
—No hay más que bosque —dijo Jock, asombrado, volviéndose hacia Ponter.
El neanderthal asintió.
—Hay algunos cotos de caza, pero no hay habitáculos en masa.
—Es difícil incluso reconocer la orografía sin las carreteras.
—Pasaremos dentro de poco por los lagos Finger … nosotros los llamamos iguaclass="underline" es evidente que parecen dedos. No te costará reconocerlos.
Jock se asomó de nuevo a la ventanilla, hipnotizado.
Los exhibicionistas no volaron hacia el sur con el contingente de las Naciones Unidas, aunque Bandra dijo que habría otros cuando llegaran a la isla de Donakat. En el ínterin, Bandra le dijo al mirador que se apagara. Entonces se volvió hacia Mary.
—No hablamos mucho anoche sobre … sobre mi problema con Herb.
Mary asintió.
—¿Fue por eso … por lo que se marchó tu mujer-compañera? Bandra se levantó y echó atrás la cabeza, mirando al techo. Había centenares de pájaros pintados en él, de docenas de especies, cada uno meticulosamente representado por ella.
—Sí. No podía soportar ver lo que me hacía. Pero … pero en cierto modo, es mejor que se haya ido.
—¿Porqué?
—Es más fácil esconder tu vergüenza cuando no hay nadie cerca.
Mary se levantó, colocó una mano sobre cada hombro de Bandra y se apartó un paso para mirarla a la cara.
—Escúchame, Bandra. No tienes que avergonzarte de nada. No has hecho nada malo.
Bandra logró forzar una sonrisa.
—Lo sé, pero…
—Pero nada. Encontraremos un modo de salir de ésta.
—No hay ningún modo —dijo Bandra, y se secó los ojos con una mano.
—Tiene que haberlo. Y lo encontraremos. Juntas.
—No tienes que hacer esto —dijo Bandra en voz baja, negando con la cabeza.
—Sí que tengo.
—¿Porqué?
Mary se encogió un poco de hombros …
—Digamos que tengo una deuda con la causa femenina.
—Y aquí estamos, damas y caballeros —dijo el consejero Bedros—. La isla de Donakat … lo que ustedes llaman Manhattan.
Jock no daba crédito a sus ojos. Conocía Nueva York como la palma de su mano … ¡pero aquello!
Aquello era maravilloso.
Sobrevolaban el sur del Bronx … pero todo eran viejos bosques de castaños, nogales, cedros, arces y robles de hojas teñidas con los colores del otoño.
—¡Miren! —gritó Kofi Annan—. ¡La isla de Rikers!
Y, en efecto, allí estaba, sin centro penitenciario, naturalmente. Tenía sólo un tercio de tamaño ampliado artificialmente que Jock conocía. Mientras el helicóptero la sobrevolaba, Jock vio que no había ningún puente que conectara el sur con Queens. Ni, por supuesto, ningún aeropuerto a la izquierda, donde estaba La Guardia en su mundo. En cambio, había una bahía. Joek se sorprendió cuando divisó lo que parecía un portaaviones: creía que los neanderthales no tenían esas cosas. Odiaba tener que provocar que el neanderthal que los acompañaba reiniciara su interminable cháchara, pero tenía que saberlo.
—¿Qué es eso?
—Un barco —dijo Ponter, en un tono que dejaba claro que la respuesta era obvia.
—Sé que es un barco —repuso Jock, picado—. Pero ¿por qué tiene esa ancha cubierta plana?
—Esos son recolectores solares que suministran energía a sus turbinas.
Estaba claro que le habían dicho al piloto que se acercara para que el espectáculo fuera completo. Ahora se dirigían al oeste, hacia la isla de Wards, cuya periferia estaba salpicada de edificios que parecían casitas de campo.
El helicóptero continuó. Era como si Central Park hubiera invadido todo Manhattan, desde East River Drive hasta Henry Hudson Parkway.
—La isla de Donakat constituye el Centro de la ciudad que llamamos Pepraldak —dijo Ponter—. En otras palabras, es territorio femenino. En Saldak hay muchos kilómetros de campo que separan el Borde del Centro. Los de Pepraldak están separados solamente por lo que llamáis río Hudson.
—¿Así que los hombres viven en Nueva Jersey? Ponter asintió.
—¿Cómo cruzan? No veo ningún puente.
—Los cubos de viaje pueden volar sobre el agua —dijo Ponter—, así que los usan en verano. En invierno el río se congela y lo cruzan simplemente andando.
—El río Hudson no se congela.
Ponter se encogió de hombros.
—En este mundo sí. Vuestras actividades modifican vuestro clima más de lo que creéis.
El helicóptero había girado hacia el sur y volaba a lo largo del río. No tardaron en llegar a un leve desvío en su curso, lo que significa que sobrevolaban la salvaje espesura de Hoboken. Jock miró a la izquierda. La isla estaba allí, en efecto: con elevaciones (¿no significaba Manhattan «isla de las colinas»?), salpicada de lagos … y completamente libre de rascacielos. En algunos claros había edificios de ladrillo, pero ninguno de más de tres pisos. Jock se volvió hacia la derecha. Lo que habría sido Liberty State Park era todo bosque. La isla de Ellis estaba allí, igual que la isla de la Libertad, pero naturalmente sin ninguna estatua. Menos mal, pensó Jock: en realidad no le apetecía ver a ninguna neanderthal de cuarenta y cinco metros de altura, aunque …