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—¿Mamut? —preguntó Bandra, mirando la lista.

—¡Cielos, sí! —dijo Mary—. Me muero por probarlo.

Bandra sonrió, abrió la caja de vacío (que siseó) y escogió un par de chuletas. Las pasó al horno láser y le dio unas cuantas instrucciones habladas.

—Debe ser difícil cazar rnamuts.

—Yo nunca lo he hecho —contestó Bandra—. Quienes lo tienen por contribución dicen que es sencillo, —Se encogió de hombros. Pero, como dirías tú, el mal putativo acecha en las minucias.

Mary parpadeó tratando de descifrar la traducción que Christine hacía de lo que acababa de decir Bandra.

—El diablo está en los detalles, quieres decir.

—¡Exactamente! —dijo Bandra.

Mary se echó a reír.

—Voy a echarte de menos cuando me marche. Bandra sonrió.

—Yo también voy a echarte de menos. Siempre que necesites un lugar donde alojarte en este mundo, serás bienvenida.

—Gracias, pero …

Bandra alzó una de sus enormes manos.

—Oh, lo sé. Sólo tienes previsto venir de visita cuando Dos sean Uno, y entonces pasarás todo el tiempo con Ponter. Y yo …

—Lo siento mucho, Bandra. Tiene que haber algo que podamos hacer.

—No insistamos en ello. Disfrutemos del tiempo que nos queda antes de que tengas que marcharte.

—¿Carpe diem? —dijo Mary. Bandra sonrió.

—Exactamente.

La cena estaba excelente: el mamut tenía un sabor exquisito y la ensalada aliñada con azúcar de arce que Bandra preparó estaba para morirse.

Mary se acomodó en la silla de horcajadas y suspiró satisfecha. —Es una lástima que no tengáis vino.

—Vino —repitió Bandra—. ¿Qué es eso?

—Una bebida. Alcohol. Uvas fermentadas.

—¿Es delicioso?

—Bueno, no sólo es eso, el alcohol actúa sobre el sistema nervioso central, al menos el de los gliksins. Hace que nos sintamos relajados.

—Yo estoy relajada. Mary sonrió.

—La verdad es que yo también.

El periódico The Globe and Mail que Ponter le había traído a Mary publicaba el resultado de un concurso para determinar cuál era el chiste más gracioso del mundo. No el que hiciera reír más a la gente: no se trataba de un intento de reproducir el chiste arma secreta de los Monty Python, que hacía que todo aquel que lo escuchara se muriese de risa. Más bien el proyecto era encontrar un chiste sin fronteras culturales, que casi todos los seres humanos encontraran gracioso.

Mary decidió probarlo con Bandra; como daba la casualidad de que era un chiste de caza, le pareció que le gustaría a la neanderthal. Introdujo unas cuantas referencias en su conversación para que Bandra tuviera la información necesaria, y luego, a eso de las nueve de la noche (tarde en el sexto diadécimo), lo dejó caer:

—Vale, vale. Bueno, van dos tíos y salen de caza, ¿no? Y uno de ellos de repente se desploma … se cae al suelo. Parece que no respira y tiene los ojos en blanco. Así que el otro tipo llama al 9-1-1—. Ése es nuestro teléfono de emergencias, ya que no tenemos Acompañantes. Y el tipo (lleva un teléfono móvil, ¿sabes?), lleno de pánico, dice: «Oiga, estoy aquí cazando con mi amigo Bob, y se acaba de caer. Me parece que está muerto. ¿Qué hago? ¿Qué hago?»

»Y la operadora de emergencias dice: “Tranquilícese, señor. Inspire profundamente. Vayamos paso a paso. Primero, asegurémonos de que Bob está realmente muerto.”

»Y el tipo dice: “Vale.” La operadora lo oye soltar el teléfono y alejarse. Luego, bang, se oye un tiro. El tipo vuelve a ponerse al teléfono y dice: “Muy bien, ¿y ahora qué hago?”

Bandra explotó con una carcajada. Estaba tomando té de piña; la forma de la boca neanderthal impedía que lo expulsara por la nariz, pero si hubiera sido una gliksin, sin duda lo habría hecho dado lo fuerte que reía.

—¡Es horrible! —exclamó, secándose las lágrimas.

Mary sonreía, probablemente tanto que hasta hubiese podido rivalizar con Ponter.

—¿Verdad que sí?

Pasaron el resto de la velada charlando de sus familias, contando chistes, escuchando música neanderthal grabada emitida simultáneamente en sus implantes y, en general, pasándoselo bien. Mary había tenido varias amigas íntimas antes de casarse con Colm, pero se había apartado de todas durante el matrimonio, y no había hecho nuevas amistades desde la separación. Una de las cosas buenas del sistema neanderthal, pensó, era que dejaba tiempo de sobra para entablar amistad con otras mujeres.

Y, a pesar de proceder literalmente de otro mundo, Bandra era desde luego el tipo de amiga que hubiese elegido: cálida, ingeniosa, desprendida e inteligente; alguien con quien se podía compartir un chiste, además de discutir sobre los últimos hallazgos científicos.

Al cabo de un rato, Bandra sacó un tablero de partanlar, el mismo juego al que Mary había jugado con Ponter. El tablero de Ponter estaba hecho de madera pulida, con las casillas oscuras y claras. Como correspondía a una geóloga, el tablero de Bandra era de piedra pulida, con: las casillas blancas y negras.

—¡Oh, bien! —dijo Mary—. ¡Conozco este juego! Ponter me enseñó a jugar.

En el ajedrez y las damas, los jugadores se sitúan uno frente al otro y cada uno intenta mover su ejército de piezas hacia el lado contrario del tablero. Pero el partanlar no tenía esa direccionalidad: no había avances ni retrocesos. Y por eso Bandra colocó el tablero en la mesita, ante uno de los sofás, y luego se sentó en el sofá, dejando espacio de sobra para que Mary se acomodara a su lado.

Jugaron casi una hora. Era el tipo de juego agradable que le gustaba a Mary, no la competición típica de a-ver-quién-es-mejor que tanto satisfacía a Colm. Ni a Mary ni a Bandra parecía importarles realmente quién ganaba, y cada una se complacía con los movimientos inteligentes de la otra.

—Es divertido tenerte aquí —dijo Bandra.

—Es divertido estar aquí —contestó Mary.

—¿Sabes?, hay gente de mi especie que no aprueba el contacto entre nuestros mundos. El consejero Bedros (¿lo recuerdas del mirador?) es uno de ellos. Pero aunque haya (otra expresión vuestra que me gusta) unas cuantas manzanas podridas, no estropean el cesto. Está equivocado, Mare. Se equivoca con vosotros. Tú eres la prueba.

Mary volvió a sonreír. —Gracias.

Bandra vaciló largamente, sus ojos pasaban de la izquierda de Mary a su derecha y esta vez a la izquierda. Y entonces se inclinó hacia adelante y dio un lento y largo lametón en la mejilla izquierda de Mary.

Mary se envaró.

—Bandra …

Bandra bajó la mirada.

—Lo siento … —dijo en voz baja—. Sé que no es tu costumbre … Mary colocó una mano bajo la larga mandíbula de Bandra, y alzó lentamente su rostro hasta que se la quedó mirando.

—No —dijo Mary—. No lo es.

Miró los ojos color trigo de Bandra. El corazón le latía con fuerza.

Carpe diem.

Mary se inclinó hacia delante, y cuando sus labios entraron en contacto con los de Bandra, dijo:

—Es ésta.

29

Y aunque nuestros primos neanderthales serán bienvenidos si deciden acompañamos a esta grandiosa aventura marciana, es algo que parece que pocos desearán…

Cornelius Ruskin llamó a]a puerta del despacho.

—Pase —dijo la familiar voz femenina con su ligero acento paquistaní.

Cornelius inspiró profundamente y abrió la puerta.

—Hola, Qaiser-dijo, entrando en el despacho.

El escritorio de metal de la profesora Qaiser Remtulla formaba ángulo recto con la puerta, a lo largo contra una pared y en el lado izquierdo bajo la ventana.

La profesora iba vestida con una chaqueta verde oscura y pantalones negros.