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Básicamente había quedado en ridículo. Se marchó a toda prisa.

—Tal vez tengas razón —dijo Cornelius—. En cualquier caso, ¿cómo dice la vieja oración?: «Dios, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que puedo y sabiduría para conocer la diferencia.» —Tras una pausa añadió—: En este caso, yo distingo la diferencia.

—Lo siento, Cornelius.

—Y por eso debo marcharme.

«Recojo mis pelotas y me vaya casa», pensó … pero, claro, eso ya no lo podía hacer.

—La mayoría de las universidades tienen programas similares de discriminación positiva, ya lo sabes. ¿Adónde vas a ir?

—A la industria privada, tal vez… Me encanta la enseñanza, pero … Qaiser asintió.

—La biotecnología está en boga ahora mismo. Hay montones de ofertas de trabajo y …

—Y como la biotecnología es principalmente una industria en pañales, no hay ningún desequilibrio histórico que corregir —dijo Cornelius, en tono mesurado.

—¿Sabes lo que deberías hacer? ¡Ir al Grupo Sinergía!

—¿Qué es eso?

—La cantera de pensamiento del Gobierno estadounidense, dedicada a los estudios neanderthales. Es el grupo que contrató a Mary Vaughan.

Cornelius estuvo a punto de descartar la idea (trabajar con Mary sería tan difícil como trabajar con Qaiser), pero Qaiser continuó:

—He oído decir que le ofrecieron a Mary ciento cincuenta mil dólares estadounidenses.

Cornelius se quedó boquiabierto. Eso era … Cristo, eso era casi un cuarto de millón de dólares canadienses al año. ¡Era en efecto el dinero que tendría que ganar un tipo como él, doctorado en Oxford!

Sin embargo …

—No quiero quitarle el trabajo a Mary —dijo.

—Oh, nada de eso. Lo cierto es que he oído decir que ha dejado Sinergía. Daria Klein recibió un e-mail suyo hace unos días. Al parecer se ha vuelto nativa … se ha mudado permanentemente al mundo neandertal.

—¿Permanentemente? Qaiser asintió.

—Eso he oído.

Cornelius frunció el ceño.

—Supongo que entonces no importaría que cursara una solicitud …

—¡Por supuesto! —dijo Qaiser, al parecer ansiosa por hacer algo por él—. Mira, déjame escribirte una carta de recomendación. Apuesto a que necesitarán otro experto en ADN para sustituir a Mary. Te graduaste en el Centro de Biomoléculas de Oxford, ¿no?

Cornelius lo consideró. Había hecho lo que había hecho en primer lugar frustrado por el estancamiento de su carrera. Sería un buen detalle que eso al final lo condujera a conseguir el trabajo que se merecía.

—Gracias, Qaiser —dijo, sonriéndole—. Muchísimas gracias.

30

Pero vengan o no los neanderthales con nosotros al planeta rojo, deberíamos aceptar su visión del color de ese mundo. Marte no es un símbolo de guerra; es el color de la salud, de la vida … y si ahora carece de ella no deberíamos dejar que permanezca así mucho tiempo…

Llegó el momento de que Mary le entregara el escritor de codones a Jock, para que se lo llevara a …

Bueno, ¿adónde?

A Mary le había hecho gracia escuchar en el mirador al consejero Bedros refiriéndose al mundo barast como «Jantar». No había un solo nombre para la Tierra que Mary llamaba su hogar. «Tierra» no era más que un nombre; se llamaba de formas distintas en otros idiomas: Earth en inglés; Terra en latín y muchas de las lenguas procedentes de él. Los franceses (y los franco-canadienses) la llamaban Terre. En esperanto era Tero. El término griego Gaea era el preferido de los ecologistas. Los rusos la llamaban Zemlja; los suecos, forden. En hebreo era Eretz; en árabe, Ard; en farsi, Zamin; en mandarín, Diqiu; y en japonés, Chikyuu. El nombre más hermoso de todos, en opinión de Mary, era el tahitiano: Vuravura. Ponter la llamaba simplemente «el mundo de Mare», pero ella dudaba de que fuera a imponerse esa denominación.

Pero, de todas maneras, Mary tenía que entregarle a Jock el escritor de codones, para que lo pusiera a salvo en … en Gliksinia.

¿Gliksinia? No, demasiado feo. ¿Qué tal Sapientia? O …

El cubo de viaje que había llamado acababa de llegar. Mary ocupo uno de los dos asientos traseros.

—A la mina de níquel de Debral.

El conductor le dirigió una fría mirada. —¿De vuelta a casa?

—Yo no —contestó Mary—. Pero alguien sí.

El corazón le dio un vuelco cuando vio a Ponter con el grupo que regresaba de la isla de Donakat. pero se había prometido a sí misma que se comportaría como una buena nativa de aquel mundo y no correría a sus brazos. ¡Después de todo, Dos no eran Uno!

Pero cuando no miraba nadie no pudo resistirse a mandarle un beso, y él le sonrió.

No estaba allí para ver a Ponter sino a Jock Krieger. Mary se le acercó con su largo paquete bajo al brazo.

—¡Cuidado con los gliksins que llevan regalos! —dijo.

—¡Mary! —exclamó Jock.

Mary lo llevó aparte, a un sitio donde nadie pudiera oídos. Un exhibicionista vestido de plateado trató de seguirlos, pero Mary se dio media vuelta y se lo quedó mirando hasta que se marchó.

—Bien, ¿qué te parece este mundo?

—Es sorprendente —dijo Jock—. Sabía que nos habíamos cargado nuestro medio ambiente, pero hasta que no he visto todo esto … —Indicó el paisaje—. Es como encontrar el Edén.

Mary se echó a reír.

—¿Verdad que sí? Lástima que ya esté ocupado, ¿eh?

—Desde luego —respondió Jock—. ¿Vas a regresar con nosotros o quieres pasar más tiempo en el jardín?

—Bueno, si no te importa, me gustaría quedarme unos días más.

—Mary trató de no sonreír—. He hecho … grandes progresos —Le enseñó el paquete—. Pero hay algo que quiero que te lleve.

—¿Qué es?

Mary miró a izquierda y derecha, y luego por encima del hombro. Entonces bajó la mirada, para asegurarse de que no hubiesen obligado a Jock a llevar un acompañante temporal.

—Es un escritor de codones … un sintetizador de ADN barast.

—¿Por qué necesitas que me lo lleve yo? ¿Por qué no lo llevas tú misma cuando vuelvas a casa?

Mary bajó la voz.

—Es tecnología prohibida. En realidad no puedo tenerlo … nadie puede. Pero es una cosa maravillosa. He escrito algunas notas para ti; van incluidas en el paquete.

Las cejas de Jock se alzaron hacia su tupé. Estaba claramente impresionado.

—¿Tecnología prohibida? Sabía que no me equivocaba cuando te contraté …

Mary despertó de repente. Tardó un momento en orientarse en la oscuridad, en averiguar dónde se encontraba.

Una forma grande y cálida dormía tranquilamente a su lado. ¿Ponter?

No, no. Todavía no, no esa noche. Era Bandra; Mary había compartido la cama de Bandra aquellas últimas noches.

Miró al techo. Los dígitos neanderthales brillaban suavemente allí, señalando la hora. Mary podía descifrarlos bien cuando estaba completamente despierta, pero veía borroso en aquel momento, y tardó unos segundos (unos latidos) en recordar que tenía que leerlos de derecha a izquierda y que un círculo era el símbolo de cinco, no de cero. Era la mitad del diadécimo nueve; poco más de las tres de la madrugada.

No tenía sentido levantarse de la cama, aunque eso era lo que le apetecía. Y no tenía nada que ver con el hecho de que estuviera durmiendo junto a otra mujer; de hecho, le sorprendía lo fácil que le había resultado acostumbrarse a eso. Pero el pensamiento que la había forzado a despertarse le ardía todavía en la cabeza.

De vez en cuando se despertaba en plena noche con ideas brillantes, volvía a dormirse y por la mañana las había olvidado. De hecho, muchos años antes había acariciado brevemente la idea de escribir poesía (Colm y ella se habían conocido en uno de los recitales de él), y tenía una libreta en la mesilla de noche y una linternita para tomar notas sin despertarlo. Pero renunció a aquello porque cuando revisaba las notas por la mañana le parecían una porquería.