—Jesús, Ponter. Sabes lo que esto significa: te tiene en sus manos. Cuando quiera, puede denunciarte. Y sospecho que la cuestión de si era culpable o no de violación ni siquiera se barajará en tu juicio.
—¡Pero es culpable! Y yo no pude soportar la idea de que escapara con bien de ese crimen. —-y entonces, quizá para mayor defensa, repitió la última palabra en plural—: Crímenes.
Así recordaba a Mary que ella no había sido la única víctima de Cornelius Ruskin, y que la segunda violación había tenido lugar porque Mary no había denunciado la suya propia.
—Sus parientes —dijo Mary, en el momento en que se le ocurrió la idea—. Sus hermanos, hermanas. Sus padres. Dios mío, no les has hecho nada, ¿verdad?
Ponter agachó la cabeza y Mary creyó que iba a admitir nuevos ataques.
Pero ésa no era la causa de su vergüenza.
—No. No he hecho nada con ninguna otra copia de los genes que lo convirtieron en lo que es. Quería castigarlo a él… lastimado por haberte lastimado.
—Pero ahora puede lastimarte a ti.
—No te preocupes —dijo Ponter—. No revelará lo que hice.
—¿Cómo puedes estar seguro de eso? —Acusarme implicaría sacar a la luz sus propios crímenes. Tal vez, no en mi juicio … en otro aparte, ¿no? Los controladores de aquí no van a dejar correr el asunto.
—Supongo —dijo Mary, todavía furiosa—. Pero un juez podría considerar que ya ha tenido suficiente castigo. Después de todo, la ley canadiense considera la castración un castigo demasiado severo incluso en caso de violación. Si ya ha sido castigado hasta ese punto, un juez podría considerar absurdo imponerle el castigo menor de la cárcel. Si ése es el caso, Cornelius no tendría nada que perder si quiere que te encarcelen por lo que le hiciste.
—Sea como sea, todos sabrían que es un violador. Habría consecuencias sociales a las que no se arriesgará.
—¡Tendrías que haber hablado conmigo primero!
—Como te decía, no pretendía llevar a cabo esa … esa …
— Venganza —dijo Mary, pero pronunció la palabra sin énfasis, como sí simplemente estuviera proporcionando otro término. Meneó lentamente la cabeza adelante y atrás—. No tendrías que haberlo hecho.
—Lo sé.
—Y hacerlo y no decírmelo luego … ¡Maldita sea, Ponter, se supone que no debemos tener secretos! ¿Por qué demonios no me lo dijiste?
Ponter contempló el paseo marítimo, el agua fría y gris.
—Estoy seguro de que me encuentro a salvo de las consecuencias en este mundo —dijo—, pues, como te decía, Ruskin nunca revelará lo que le hice. Pero en mi mundo …
—¿Qué pasa?
—¿No lo ves? Si en mi mundo se supiera lo que he hecho, me juzgarían como excesivamente violento.
—¡Confías que el maldito Ruskin guarde un secreto, pero no yo!
—No es eso. No es eso. Pero todo se graba. Habría una grabación en mi archivo de coartadas donde te lo diría, y habría una grabación en el tuyo sobre lo mismo. Aunque ninguno de nosotros abriera la boca, siempre cabe la posibilidad de que los tribunales ordenen acceder a tus archivos o a los míos, y entonces …
—¿Qué? ¿Qué?
—Entonces no sólo yo sería castigado, sino también Mega y Jasmel.
«Oh, Cristo —pensó Mary—. El círculo se cierra.»
—Lo siento —dijo Ponter—. De verdad que siento … lo que le hice a Ruskin y no habértelo contado. —La miró a los ojos—. Créeme, no ha sido una carga fácil.
De repente Mary lo comprendió. —¡El escultor de personalidad!
—Sí, por eso fui a ver a Jurard Selgan.
—No por mi violación … —dijo Mary muy despacio.
—No, no directamente.
—Sino por lo que hiciste a causa de ella.
—Exactamente.
Mary dejó escapar un largo suspiro. La furia (y mucho más) escapó de su cuerpo. Él no la había menospreciado porque la hubieran violado …
—Ponter —dijo en voz baja-o Ponter, Ponter …
—Te quiero, Mare.
Mary sacudió lentamente la cabeza adelante y atrás, preguntándose qué hacer a continuación.
34
Y ese impulso nos llevará hacia adelante y hacia afuera…
Bristol Harbour Village había sido el sueño de un promotor inmobiliario llamado Fred Sarkis: cinco bloques de apartamentos de lujo encaramados en lo alto de un acantilado de pizarra a orillas del lago Canandaigua. Uno de los lagos Finger del estado de Nueva York, el Canandaigua era una larga y profunda grieta en el paisaje formado por los glaciares de la Edad de Hielo.
BHV había sido construida a principios de los años setenta, antes de que la economía de Rochester, como la de tantas otras ciudades del norte del estado, se fuera al garete. Era un extraño fruto de su tiempo, como el Habitat de la Expo'67. La primera vez que Mary la había visto, le había parecido un buen escenario para una película de Spiderman: puentes de todo tipo comunicaban los aparcamientos al aire libre de varios pisos con los edificios en sí, lo que hubiese sido perfecto para balancearse con las telarañas.
Sin embargo, al parecer el desarrollo urbanístico no siguió el rumbo planeado y, a pesar de lujos como el campo de golf de Robert Trent Jones, calle arriba, y la cercana montaña Bristol para esquiar en invierno, siempre había muchos apartamentos en alquiler. La agente inmobiliaria con la que Mary había hablado no paraba de mencionar que Patty Dukc y John Astin, cuando todavía estaban casados, se habían alojado allí un verano. Mary sospechaba que el hecho de que vivieran allí dos neanderthales, serviría de reclamo comercial.
El apartamento que Mary había alquilado, de trescientos metros cuadrados, tenía dos dormitorios y dos pisos. Conservaba lo que debía haber sido la original y horrible alfombra peluda naranja; Mary no había visto nada igual desde hacía décadas. De todas formas, la vista era preciosa, pues daba directamente a la amplia extensión del lago. Desde el balcón superior, junto al dormitorio principal, se veía un panorama despejado; el balcón inferior daba a la cima de los tenaces árboles que habían crecido en la falda del acantilado. Desde cualquiera de ellos se divisaba la pasarela de cemento que salía del hueco del ascensor y caía docenas de metros hasta el paseo marítimo y la playa artificial de abajo.
—¡Esto sí que es un sitio interesante! —dijo Ponter mientras se plantaba en el balcón inferior, agarrando la barandilla con ambas manos—. Comodidades modernas en plena naturaleza. Casi me parece estar de vuelta en mi mundo.
Mary usaba un hornillo eléctrico en el balcón para cocinar los filetes que había comprado. Ponter continuó contemplando el lago, Adikor parecía interesado en una gran araña que avanzaba por la barandilla.
Cuando los filetes estuvieron listos (vuelta y vuelta para ellos, al punto para ella), Mary los sirvió, y Ponter y Adikor se lanzaron a ellos con sus manos enguantadas, mientras que Mary atacaba el suyo con un cuchillo. Naturalmente, la cena era lo fácil, pensó. Pero en algún momento alguien tendría que plantear la cuestión de dónde …
—Bueno —dijo Adikor—, ¿dónde dormiremos?
Mary inspiró profundamente.
—Creo que Ponter y yo deberíamos …
—No, no, no —dijo Adikor—. Dos no son Uno. Soy yo quien debería dormir con Ponter ahora.
—Sí, pero ésta es mi casa. Mi mundo.
—Eso es irrelevante. Ponter es mi hombre-compañero. Vosotros dos todavía no estáis unidos.
—¡Por favor! —dijo Ponter—. No peleemos.
Sonrió primero a Mary, luego a Adikor, pero se mantuvo en silencio unos minutos. Luego, con poca convicción, propuso: