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Había mucha menos iluminación en aquel túnel que en el correspondiente del lado gliksin. Los neanderthales usaban robots para las labores mineras y no necesitaban tanta luz. En ese aspecto, tampoco la necesitaban los neanderthales, cuyo sentido del olfato les proporcionaba una excelente imagen mental de lo que sucedía a su alrededor.

—¿Cuánto … falta? —llamó Louise desde atrás.

A pesar de la urgencia de la situación, a Mary le agradó ver que la joven parecía ya agotada.

—Tres mil metros —contestó.

De repente algo apareció ante Mary. Si su corazón no le hubiese latido enloquecido, probablemente hubiese empezado a hacerlo entonces. Pero no era más que un robot minero. Recalcó el hecho para que ni Louise ni Reuben se asustaran y le gritó al robot:

—¡Espera! ¡Ven aquí!

Christine proporcionó la traducción y al cabo de un momento el robot volvió a aparecer. Mary le echó un vistazo: un aparato bajo, plano, con seis patas, como un escarabajo de dos metros de largo y protuberancias cónicas y ventosas semiesféricas en los brazos articulados. Había sido construido para acarrear roca, por el amor de Dios. Tenía que ser lo bastante fuerte.

—¿Puedes llevarnos? —preguntó Mary.

Su Acompañante tradujo las palabras, y una luz. roja parpadeó en el caparazón del robot.

—Este modelo es incapaz de hablar —añadió Christine—, pero la respuesta es sí.

Mary se encaramó en el caparazón plateado de la máquina, golpeándose la espinilla derecha al hacerla. Se volvió hacia Reuben y Louise, que se habían detenido junto a ella.

—¡Subid a bordo!

Louise y Reuben intercambiaron miradas de asombro, pero se encaramaron también a la espalda del robot. Mary dio un golpecito en el flanco de la máquina.

—¡Arre!

Su Acompañante probablemente no conocía esa palabra, pero sin duda comprendió la intención de Mary y la transmitió al robot. La máquina flexionó las patas de inmediato, como para calibrar cuánto peso llevaba, y se lanzó en la dirección hacia la que se encaminaban, tan rápido que Mary sintió el viento caliente en la cara. Había charcos de agua fangosa en varios puntos, y cada vez que una pata del robot se metía en uno, Mary y los otros resultaban salpicados por el líquido sucio.

—¡Agarraos! —gritaba Mary una y otra vez, aunque dudaba que Reuben y Louise necesitaran que los conminara a hacerlo. De todas formas, ella misma sentía como si fuera a salir despedida del caparazón a cada momento y su vejiga se oponía con fuerza al abuso.

Pasaron junto a otro robot minero (un modelo zancudo y enhiesto que a Mary le recordaba una mantis religiosa) y luego, unos seiscientos metros más allá, dejaron atrás a una pareja de neanderthales varones que iba en dirección opuesta y saltaron para apartarse del robot justo a tiempo.

Finalmente, llegaron al ascensor. Gracias a Dios, los dos neanderthales acababan de salir de él y la cabina estaba todavía en el fondo. Mary se bajó del cangrejo robótica y se metió corriendo en el ascensor. Louise y Reuben la siguieron, y en cuanto estuvieron todos dentro de la cabina cilíndrica Mary se abalanzó hacia el interruptor montado en el suelo que iniciaba el viaje hacia arriba.

Mary aprovechó para ver cómo les iba a los otros; todo tenía un tono levemente verdoso bajo las lámparas luciferinas. Por una vez, Louise no parecía una modelo: el sudor le corría por la cara, tenía el pelo y la ropa neandertal completamente manchados de lodo y (Mary lo advirtió al cabo de un segundo) grasa o algo similar del robot.

Reuben tenía aún peor aspecto. El robot había avanzado a saltos y, en algún momento, la cabeza calva de Reuben debía de haber golpeado el techo de la mina. Tenía un feo chichón en la calva, y se lo tocaba con los dedos y se quejaba.

—Muy bien —dijo Mary—. Tenemos unos minutos hasta que el ascensor llegue a la superficie. Allí habrá un ayudante o dos, y no os dejarán pasar sin colocaras Acompañantes temporales. Permitídselo: tardará más convencerlos de que se trata de una emergencia. Además, los Acompañantes nos permiten comunicamos entre nosotros y con cualquier neanderthal con el que necesitemos hablar. Todos los que se almacenan en la mina tienen la base de datos de traducción.

Mary sabía que la cabina del ascensor subía lentamente, pero dudaba que Louise y Reuben lo notaran. Alzó el antebrazo y le habló.

—¿Has contactado ya con la red de información planetaria, Christine?

—No —dijo la voz en el oído de Mary—. Probablemente no podré volver a conectar hasta que falte poco para llegar a la superficie, pero lo intentaré … espera, espera. Sí, lo tengo. Estoy en la red.

—¡Magnífico! —dijo Mary—. Ponme con Ponter.

—Llamando —dijo el implante—. No hay respuesta todavía.

—Vamos, Ponter —instó Mary—. Vamos …

—¡Mare! —dijo la voz de Ponter, traducida e imitada por Christine—. ¿Qué estás haciendo en este lado? Dos no se convierten en Uno hasta pasado mañana y …

—¡Ponter, calla! Jock Krieger ha pasado a este lado. Tenemos que encontrarlo y detenerlo.

—Llevará un Acompañante temporal-dijo Ponter—. Vi en mi mirador las discusiones en el Gran Consejo Gris después de que dejaran pasar a los gliksins sin ellos. Confía en mí: eso no volverá a suceder.

Mary negó con la cabeza.

—No es ningún idiota. Desde luego merece la pena dar la orden de localizar su Acompañante, pero apuesto a que habrá encontrado un modo de quitárselo.

—No puede. Eso habría disparado numerosas alarmas. No puede ir deambulando por ahí. Probablemente estará con Bedros o con algún otro alto cargo. No, tendríamos que poder localizarlo. ¿Dónde estás?

La cabina del ascensor se detuvo y Mary indicó a Reuben y Louise que salieran.

—Acabamos de llegar a la sala de equipo de la mina de níquel Debral. Louise y Reuben me acompañan.

—Yo estoy en casa —dijo Ponter—. Hak, pide cubos de viaje para Mare y para mí, y contacta con un adjudicador.

—Mary oyó a Hak cumplir la orden; luego Ponter continuó—: ¿Alguna idea de dónde puede estar Krieger?

—En este momento, no, aunque mi deducción es que planea soltar el virus en el Centro cuando Dos sean Uno.

—Eso tiene sentido —dijo Ponter—. Es el momento de mayor densidad de población, y hay montones de viajes entre ciudades cuando acaba, así que …

La voz de Hak, sin traducción, lo interrumpió al hablarle.

—Mare —dijo Ponter un momento después—. Hak ha contactado con una adjudicadora. Cuando llegue vuestro cubo de viaje, dirigíos al pabellón de archivos de coartadas del Centro. Me reuniré con vosotros allí.

Un ayudante neanderthal colocaba ahora un Acompañante temporal en el antebrazo izquierdo de Reuben. Un momento después se acercó a Louise y le colocó otro. Mary alzó el brazo para mostrarle que llevaba una unidad permanente.

—Muy bien —le dijo a Louise y Reuben—. ¡Tomad un abrigo y en marcha!

Había nevado desde la última vez que Mary estuvo allí; el resplandor blanco del suelo era feroz.

—La adjudicadora ha llamado a otros dos adjudicadores —dijo Ponter, conectando de nuevo— para ordenar un escrutinio judicial de las transmisiones del Acompañante de Jock. Una vez hecho eso, podrán localizarlo.

—Cristo —dijo Mary, cubriéndose los ojos con una mano y escrutando el horizonte en busca del cubo de viaje—. ¿Cuánto tardarán?

—No mucho, espero.

—Muy bien. Te llamaré. Christine, ponme con Bandra.

—Día sano —dijo la voz de Bandra.