—Merde —dijo Louise.
—Muy bien. Vamos.
Oscurecía y se encontraban en pleno campo. Mary había visto bastantes animales salvajes allí de día; la aterraba pensar qué criaturas habría de noche. Avanzaron por la nieve unos diez kilómetros. Cinco horas de caminata en aquellas difíciles condiciones. Las largas piernas de Louise le permitían ir delante.
En el cielo se veían las estrellas: las constelaciones polares que los barasts llamaban el Hielo Resquebrajado y la Cabeza del Mamut. Siguieron avanzando más y más. Mary sentía las orejas entumecidas de frío hasta que …
—¡Cartílagos! —dijo Ponter.
Mary se dio la vuelta. Estaba apoyado contra Reuben. Ponter alzó las manos y …
Mary sintió que se le encogía el corazón y oyó a Louise soltar un grito horrorizado. Había sangre en las manos de Ponter, negra a la luz de la luna. Era demasiado tarde: la fiebre hemorrágica, con su tiempo de incubación acelerado artificialmente, había hecho su aparición. Mary miró la cara de Ponter, temiendo antes de tiempo lo que iba a ver, pero, excepto por la expresión de sobresalto, no tenía mal aspecto.
Mary se acercó rápidamente a Ponter y lo agarró por el otro brazo, tratando de sujetarlo. Y fue entonces cuando se dio cuenta de no era Reuben quien ayudaba a Ponter, sino al contrario.
A la tenue luz y contra su piel oscura, Mary no lo había visto al principio; había sangre en la cara de Reuben. Corrió hacia él y casi vomitó. La sangre manaba de los ojos y los oídos y la nariz y la comisura de la boca de Reuben.
Louise alcanzó a su novio en dos largas zancadas y empezó a limpiarle la sangre, primero con la manga del abrigo, luego con las manos desnudas, pero brotaba con tanta profusión que no lo consiguió. Ponter ayudó a colocar a Reuben sobre la nieve, y la sangre salpicó con fuerza el blanco suelo y se hundió en él.
—Dios —dijo Mary en voz baja.
—Reuben, mon cher… —dijo Louise, agachada en la nieve junto a él. Colocó una mano sobre su nuca, sin duda palpando el vello que había crecido.
—Louise —dijo él en voz baja—. Querida, yo …
Tosió, y la sangre manó por su boca. Y entonces, como Mary sabía que hacía siempre cuando pronunciaba las palabras mágicas, Reuben pasó al francés:
—Jet'aime.
Los ojos de Louise se llenaron de lágrimas mientras el peso de la cabeza de Reuben caía hacia atrás, contra su mano. Mary le estaba buscando el pulso en el brazo derecho; Ponter hacía lo mismo con el izquierdo. Intercambiaron un gesto negativo con la cabeza.
El rostro de Louise se contrajo. Empezó a llorar y llorar. Mary se acercó a ella, arrodillada en la nieve, y la rodeó con un brazo y la atrajo hacia sí.
—Lo siento —dijo Mary, una y otra vez, acariciando el pelo de Louise—. Lo siento, lo siento, lo siento …
Al cabo de unos instantes, Ponter tocó amablemente el hombro de Louise, y ella alzó la cabeza.
—No podemos quedarnos aquí —dijo, y de nuevo Christine tradujo sus palabras.
—Ponter tiene razón, Louise. Hace demasiado frío. Tenemos que empezar a andar.
Pero Louise seguía llorando, los puños cerrados con fuerza.
—Ese hijo de puta —dijo, y todo su cuerpo temblaba—. ¡Ese puñetero monstruo!
—Louise —dijo Mary suavemente—. Yo…
—¿No lo ves? —Louise miró a Mary—. ¿No ves lo que ha hecho Krieger? ¡No se ha contentado con matar… a los neanderthales! ¡Ha hecho que su virus mate también a los negros. Sacudió la cabeza—. Pero … pero no sabía que un virus pudiera actuar tan rápido.
Mary se encogió de hombros.
—La mayoría de las infecciones víricas son causadas sólo por unas cuantos virus, introducidos en un solo punto del cuerpo. Gran parte del periodo de incubación consiste en la copia de esas pocas partículas iniciales hasta que la población de virus es lo bastante grande para hacer el trabajo sucio. Pero nosotros estuvimos literalmente empapados en una niebla de virus, inhalando y absorbiendo miles de millones de partículas virales. —Miró el cielo oscuro y luego de nuevo a Louise—. Tenemos que encontrar refugio.
—¿Y Reuben? —preguntó Louise—. No podemos dejarlo aquí. Mary miró a Ponter, suplicándole con los ojos que permaneciera en silencio. Lo último que Louise necesitaba oír ahora era «Reuben ya no existe».
— Volveremos por él mañana —dijo Mary—, pero ahora tenemos que buscar refugio.
Louise vaciló unos segundos y Mary tuvo el buen sentido de no acuciada. Finalmente, la joven asintió y Mary la ayudó a ponerse en pie.
Soplaba un viento recio que levantaba la nieve. De todas formas, vieron las huellas que habían dejado al venir.
—Christine, ¿hay algún refugio por aquí? —preguntó Mary.
—Déjame comprobarlo —respondió Christine—. Según la base de datos central, hay un albergue de caza no lejos de donde se estrelló el cubo de viaje. Será más fácil llegar allí que al Centro de la ciudad.
—Id vosotras dos —dijo Ponter—. Yo voy a intentar llegar a las instalaciones descontaminadoras. Perdonadme, pero me retrasaríais.
A Mary el Corazón le dio un vuelco. Había tantas cosas que deseaba decirle, pero …
—Estaré bien —dijo Ponter—. No te preocupes.
Mary inspiró profundamente, asintió, y dejó que Ponter la envolviera en un abrazo de despedida, mientras todo su cuerpo temblaba. Él la soltó y se perdió en la fría noche. Mary siguió a Louise, y ambas avanzaron siguiendo las indicaciones de Christine.
Al cabo de un rato, Louise tropezó y cayó de bruces sobre la nieve.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Mary, ayudándola a levantarse.
—Oui —respondió Louise—. Yo … mi mente sigue vagando. Era un hombre tan maravilloso …
Tardaron casi una hora en llegar al refugio. Mary tiritaba, pero por fin lo consiguió. El refugio era muy parecido a la cabaña de Vissan, pero más grande. Entraron y activaron las costillas de iluminación, que llenaron el interior de un frío brillo verde. Había una pequeña unidad calefactora, que consiguieron encender al cabo de un rato. Mary consultó el reloj y sacudió la cabeza. Ni siquiera Ponter habría llegado ya a la mina y sus instalaciones descontaminadoras.
Las dos estaban exhaustas, física y emocionalmente. Louise se tumbó en un sofá, se acurrucó y empezó a llorar quedamente. Mary se tendió en el sucio cubierto de cojines, y descubrió que también estaba llorando, agotada, dolorida, abrumada por la pena y la culpa, acosada por la imagen de un hombre bueno que lloraba sangre.
42
Y si esa idea no es correcta … si éste y otros universos están, como creen algunos científicos y filósofos, rebosantes de vida inteligente, entonces tenemos otro deber cuando empecemos a dar pequeños pasos, y es avanzar de la mejor manera: mostrar a todas las otras formas de vida la grandeza del Homo sapiens, nuestra maravillosa diversidad…
Mary se pasó toda la noche rezando, susurrando en voz baja, tratando de no molestar a Louise.
—Dios del cielo, Dios de] cielo, sálvalo.
Y, más tarde:
—Dios, por favor, no dejes que Ponter muera. y, aún más tarde:
—Maldito seas, Dios, me debes una…
Finalmente, después de agitarse y dar infinidad de vueltas toda la noche, atormentada por sueños en los que se ahogaba en un mar de sangre, Mary notó que la luz del sol se colaba por la ventanita del refugio y el kek-kek-kek de los palomos anunciaba el amanecer.
Louise estaba también despierta, tendida en el sofá, contemplando el techo de madera.
Había una caja de vacío y un hornillo láser en el refugio de caza, presumiblemente alimentados por los paneles solares del techo.
Mary abrió la caja de vacío y encontró unas cuantas chuletas (no tenía ni idea de qué animal) y varias raíces. Cocinó un desayuno sencillo para ella y para Louise.