Los ojos dorados de Ponter sonreían. Mary se volvió hacia Bandra.
—Te prometo, querida Bandra, llevarte en mi corazón veintinueve días al mes y tenerte en mis brazos cada vez que Dos no sean Uno. Prometo que tu salud y tu felicidad serán tan importantes para mí como las mías propias. Si, en algún momento, te cansas de mí, prometo liberarte sin acritud.
Bandra, quien por su parte había empezado a dominar el inglés (al menos las palabras que podía pronunciar), dijo en voz baja en ese idioma:
—¿Cansarme de ti? Ni en un millón de años.
Mary sonrió y se volvió hacia Ponter. Ahora le tocaba a él el turno de hablar.
—Te prometo —dijo con voz vibrante-llevarte en mi corazón veintinueve días al mes y tenerte en mis brazos cada vez que Dos sean Uno. Prometo que tu salud y tu felicidad serán tan importantes para mí como las mías propias. Si, en algún momento, te cansas de mí, prometo liberarte sin dolor y con los mejores intereses de nuestra hija, de nuestra especial hija híbrida, como mi principal prioridad.
Mary apretó la mano de Ponter y se volvió hacia Bandra, que repitió los mismos votos que Mary le había hecho y añadió luego, nuevamente en inglés:
—Te quiero.
Mary besó de nuevo a Bandra.
—Yo también te quiero —dijo. Se volvió y besó a Ponter, con fuerza y pasión—. Y tú sabes que te quiero, grandullón.
—Están unidos! —exclamó la pequeña Mega, dando una palmada.
Adikor avanzó y abrazó a Ponter.
—¡Felicidades!
y Louise abrazó a Mary.
—¡Félicitations, mon amie!
—Y ahora —exclamó Ponter—, ¡es la hora del festín!
Se acercó a los recipientes cúbicos que había traído consigo y los abrió. Las tapas estaban recubiertas de papel de estaño brillante. Ponter sacó grandes bolsas de papel de un contenedor y luego del otro, y Mary vio entonces el familiar diseño del gliksin del pelo blanco con gafitas y perilla.
—¡Asombro! —exclamó Mary, al estilo barast—. Kentucky Fried Chicken!
Ponter sonreía de oreja a oreja.
—Sólo lo mejor para ti.
Mary le devolvió la sonrisa.
—Oh, en efecto, mi amor —dijo—. Lo mejor … de ambos mundos.