—Unos meses sorprendentes, en efecto —dijo Mary. Sonrió a Reuben y luego a Louise; eran una pareja muy atractiva. Ponter estaba sentado junto a ella; Mary le hubiese tomado de la mano, pero la llevaba enfundada en un guante ensangrentado. Reuben y Louise no tenían aquel impedimento; Reuben apretó la mano de Louise y le sonrió con cara de enamorado.
Los cuatro charlaron animadamente mientras tomaban el plato principal, luego el postre de cóctel de frutas y finalmente el café (los tres Homo sapiens) y Coca-Cola (Ponter). Mary disfrutó de cada segundo pero también estuvo un poco triste porque lamentaba que veladas como aquélla, cenando con Ponter y sus amigos, serían muy esporádicas: la cultura de Ponter imponía un ritmo de vida muy distinto.
—Oh, por cierto —dijo Reuben, dando un sorbo a su café—, una amiga mía de la Laurentian me ha estado dando la lata para que te la presente.
La Universidad Laurentian, en Sudbury, era el lugar donde Mary había llevado a cabo sus estudios sobre el ADN de Ponter, para demostrar que era un neanderthal.
Ponter alzó su única ceja.
¿Si?.
—Se llama Verónica Shannon, y es posdoctorada del Grupo de Investigación Neurocientífica de allí.
Ponter esperaba que Reuben añadiera algo, pero como no lo hizo, lo instó con la palabra neanderthal que significaba sí.
—¿Ka?
—Lo siento —dijo Reuben—. Es que no estoy seguro de cómo plantearlo. Supongo que no sabes quién es Michael Persinger.
—Yo sí que lo sé —intervino Louise—. Leí un artículo que hablaba de él en Saturday Night.
Reuben asintió.
—Sí, apareció en portada y todo. Y también hay artículos sobre él en Wired y The Skeptical lnquirer y Maclean 's y Scientific American y Discover.
—¿Quién es? —preguntó Ponter. Reuben soltó su tenedor.
—Persinger es un estadounidense que eludió el reclutamiento … en los viejos tiempos en que la fuga de cerebros entre fronteras iba en la otra dirección. Lleva años en la Laurentian, y ha inventado un aparato que puede inducir experiencias religiosas en la gente. a través de la estimulación magnética cerebral.
—Oh, ese tipo —dijo Mary, poniendo los ojos en blanco.
—Pareces dudosa —observó Reuben.
—Porque lo dudo. Qué montón de patrañas.
—Yo mismo lo he probado —dijo Reuben—. No con Persinger … sino con mi amiga Verónica, que ha desarrollado un sistema de segunda generación, basado en la investigación de Persinger.
—¿Y viste a Dios? —preguntó Mary con retintín.
—Podríamos decir que sí. Tienen algo. —Miró a Ponter—. Y ahí es donde entras tú, grandullón. Verónica quiere probar su equipo contigo.
—¿Porqué?
—¿Por qué? —repitió Reuben, como si la respuesta fuera obvia—. Porque en nuestro mundo la idea de que tu gente nunca haya desarrollado la religión es escandalosa. No es que la tuvierais y la descartarais, sino que en toda vuestra historia nadie haya concebido jamás la idea de Dios o de la otra vida.
—Esas ideas, ¿cómo lo decís?, «chocan frontalmente» con la realidad observable —dijo Ponter. Miró a Mary—. Perdóname, Mare. Sé que crees en esas cosas, pero …
Mary asintió.
—Pero tú no.
—Bien —continuó Reuben—. El grupo de Persinger cree que han encontrado el motivo neuronal por el que el Homo sapiens tiene creencias religiosas. Así que mi amiga Verónica quiere ver si puede inducir una experiencia religiosa en un neanderthal. Si puede, entonces habrá que buscar algunas explicaciones, puesto que vosotros no tenéis creencias religiosas. Pero Verónica sospecha que la técnica que funciona con nosotros no funcionará con vosotros. Piensa que vuestros cerebros deben tener algo distinto a un nivel básico.
—Una premisa fascinante —dijo Ponter—. ¿Supone algún peligro el procedimiento?
Reuben negó con la cabeza.
—Ninguno en absoluto. De hecho, tuve que comprobarlo.— Sonrió—. El gran problema de la mayoría de los estudios psicológicos es que todos los conejillos de indias son estudiantes de psicología que se presentan voluntarios. Sabemos mucho de los cerebros de esa gente, que pueden o no ser típicos, pero muy pocos de los cerebros de la población en general. Conocí a Verónica el año pasado; me abordó para hacer algunas pruebas a los mineros … una muestra de población completamente distinta a la habitual.
Reuben era el médico de la mina de níquel Creighton, donde estaba emplazado el Observatorio de Neutrinos de Sudbury.
—Les ofreció unos cuantos dólares a los mineros, pero Inco quiso que verificara el procedimiento antes de dejar que lo aplicara. Me leí la obra de Persinger, estudié las modificaciones de Verónica y me sometí yo mismo al procedimiento. Los impulsos magnéticos son minúsculos comparados con los de las resonancias magnéticas, y se las recomiendo por rutina a mis pacientes. Es completamente seguro.
—Entonces, ¿me pagará unos cuantos dólares? —preguntó Ponter.
Reuben pareció sorprendido.
—Eh, uno tiene que comer —dijo Ponter. Pero no pudo mantener la seriedad: una gran sonrisa cruzó su rostro—. No, no, tienes razón, Reuben, no me importa la compensación. —Miró a Mary—. Lo que sí me importa es comprender este aspecto vuestro, Mare … esta cosa que es una parte tan importante de vuestras vidas pero que yo encuentro incomprensible.
—Si quieres saber más sobre mi religión, ven a misa conmigo —dijo Mary.
—Con mucho gusto —respondió Ponter—, Pero también me gustaría conocer a esa amiga de Reuben.
—Tenemos que ir a tu mundo —dijo Mary, algo petulante—. Pronto Dos se convertirán en Uno.
Ponter asintió.
—Oh, es verdad … y no queremos perdernos ni un momento de eso. —Miró a Reuben—. Tu amiga tendría que hacemos un hueco mañana. ¿Será posible?
—Voy a llamarla ahora mismo —dijo Reuben, levantándose—. Estoy seguro de que removerán cielo y tierra para encontrarte sitio.
6
Jack Kennedy tenía razón: llegó el momento de que empezáramos a dar pasos. Y ese momento ha vuelto. Pues la mayor fuerza que hemos tenido siempre los Hamo sapiens, desde los albores de nuestra conciencia, hace cuarenta mil años, es nuestro deseo de ir a otros sitios, de viajar, de ver qué hay más allá de la siguiente montaña, de expandir nuestro territorio y de, si se me permite tomar prestada una frase acuñada apenas cuatro años después del discurso de JFK, ir osadamente a donde ningún hombre ha ido jamás…
Ponter y Mary pasaron la noche en casa de Reuben, durmiendo juntos en el sofá-cama. Por la mañana temprano, se dirigieron al pequeño campus de la Universidad Laurentian y buscaron el aula C002B, uno de los laboratorios utilizados por el diminuto Grupo de Investigación Neurocientífica.
Verónica Shannon resultó ser una mujer blanca flacucha, de veintitantos años, con el pelo rojo y una nariz que, hasta que conoció a las hembras neanderthales, Mary hubiese considerado grande. Llevaba una bata blanca de laboratorio.
—Gracias por venir, doctor Boddit —dijo, estrechando la mano de Ponter. Muchas gracias por venir.
El sonrió.
—Puede llamarme Ponter. Y es un placer. Me intriga su investigación.
—Y Mary … ¿puedo llamarla Mary? ¡ Es un placer tan grande conocerla! —Estrechó la mano de Mary—. Lamento no haber tenido la oportunidad cuando estuvo antes en el campus, pero volví a Halifax a pasar el verano. —Sonrió, y luego apartó la mirada, al parecer demasiado cohibida para continuar—. Para mí es una especie de heroína.