El anciano maestro, era un hombre plácido, con la cara lisa de la luna, voz lenta y manos huesudas y sensibles, sus mejores instrumentos. Lo primero que hizo con su sirviente fue darle un nombre. Consultó libros astrológicos y adivinos para averiguar el nombre correspondiente al muchacho: Tao. La palabra tenía varios significados, como vía, dirección, sentido y armonía, pero sobre todo representaba el viaje de la vida. El maestro le dio su propio apellido.
– Te llamarás Tao Chi´en. Ese nombre te inicia en el camino de la medicina. Tu destino será aliviar el dolor ajeno y alcanzar la sabiduría. Serás un "zhong yi", como yo.
Tao Chi´en… El joven aprendiz recibió su nombre agradecido. Besó las manos a su amo y sonrió por primera vez desde que saliera de su hogar. El impulso de alegría, que antes lo hacía bailar de contento sin motivo ninguno, volvió a palpitar en su pecho y la sonrisa no se le borró en semanas. Andaba por la casa a saltos, saboreando su nombre con fruición, como un caramelo en la boca, repitiéndolo en voz alta y soñándolo, hasta que se identificó plenamente con él. Su maestro, seguidor de Confucio en los aspectos prácticos y de Buda en materia ideológica, le enseñó con mano firme, pero con gran suavidad, la disciplina conducente a hacer de él un buen médico.
– Si logro enseñarte todo lo que pretendo, algún día serás un hombre ilustrado -le dijo.
Sostenía que los ritos y ceremonias son tan necesarios como las normas de buena educación y el respeto por las jerarquías. Decía que de poco sirve el conocimiento sin sabiduría, no hay sabiduría sin espiritualidad y la verdadera espiritualidad incluye siempre el servicio a los demás. Tal como le explicó muchas veces, la esencia de un buen médico consiste en la capacidad de compasión y el sentido de la ética, sin los cuales el arte sagrado de la sanación degenera en simple charlatanería. Le gustaba la sonrisa fácil de su aprendiz.
– Tienes un buen trecho ganado en el camino de la sabiduría, Tao. El sabio es siempre alegre -sostenía.
El año entero Tao Chi´en se levantaba al amanecer, como cualquier estudiante, para cumplir con una hora de meditación, cánticos y oraciones. Contaba con un solo día de descanso para la celebración del Año Nuevo, trabajar y estudiar eran sus únicas ocupaciones. Antes que nada, debió dominar a la perfección el chino escrito, medio oficial de comunicación en ese inmenso territorio de centenares de pueblos y lenguas. Su maestro era inflexible respecto a la belleza y precisión de la caligrafía, que distinguía al hombre refinado del truhán. También insistía en desarrollar en Tao Chi´en la sensibilidad artística que, según él, caracterizaba al ser superior. Como todo chino civilizado, sentía un desprecio irreprimible por la guerra y se inclinaba, en cambio, hacia las artes de la música, pintura y literatura. A su lado Tao Chi´en aprendió a apreciar el encaje delicado de una telaraña perlada de gotas de rocío a la luz de la aurora y expresar su deleite en inspirados poemas escritos en elegante caligrafía. En opinión del maestro, lo único peor que no componer poesía, era componerla mal. En esa casa el muchacho asistió a frecuentes reuniones donde los invitados creaban versos en la inspiración del instante y admiraban el jardín, mientras él servía té y escuchaba, maravillado. Se podía obtener la inmortalidad escribiendo un libro, sobre todo de poesía, decía el maestro, quien había escrito varios. A los rústicos conocimientos prácticos que Tao Chi´en había adquirido viendo trabajar, a su padre, añadió el impresionante volumen teórico de la ancestral medicina china. El joven aprendió que el cuerpo humano se compone de cinco elementos, madera, fuego, tierra, metal y agua, que están asociados a cinco planetas, cinco condiciones atmosféricas, cinco colores y cinco notas. Mediante el uso adecuado de las plantas medicinales, acupuntura y ventosas, un buen médico podía prevenir y curar diversos males, y controlar la energía masculina, activa y ligera, y la energía femenina, pasiva y oscura -"yin" y "yang" Sin embargo, el propósito de ese arte no era tanto eliminar enfermedades como mantener la armonía. "Debes escoger tus alimentos, orientar tu cama y conducir tu meditación según la estación del año y la dirección del viento. Así estarás siempre en resonancia con el universo", le aconsejaba el maestro.
El "zhong yi" estaba contento de su suerte, aunque la falta de descendientes pesaba como una sombra en la serenidad de su espíritu. No había tenido hijos, a pesar de las yerbas milagrosas ingeridas regularmente durante una vida entera para limpiar la sangre y fortalecer el miembro, y de los remedios y encantamientos aplicados a sus dos esposas, muertas en la juventud, así como a las numerosas concubinas que las siguieron. Debía aceptar con humildad que no había sido culpa de esas abnegadas mujeres, sino de la apatía de su licor viril. Ninguno de los remedios para la fertilidad que le habían servido para ayudar a otros dio resultado en él y por fin se resignó al hecho innegable de que sus riñones estaban secos. Dejó de castigar a sus mujeres con exigencias inútiles y las gozó a plenitud, de acuerdo con los preceptos de los hermosos "libros de almohada" de su colección. Sin embargo, el anciano se había alejado de esos placeres hacía mucho tiempo, más interesado en adquirir nuevos conocimientos y explorar el angosto sendero de la sabiduría, y se había deshecho una a una de las concubinas, cuya presencia lo distraía en sus afanes intelectuales. No necesitaba tener ante sus ojos a una muchacha para describirla en elevados poemas, le bastaba el recuerdo. También había desistido de los hijos propios, pero debía ocuparse del futuro. ¿Quién lo ayudaría en la última etapa y a la hora de morir? ¿Quién limpiaría su tumba y veneraría su memoria? Había entrenado aprendices antes y con cada uno alimentó la secreta ambición de adoptarlo, pero ninguno fue digno de tal honor. Tao Chi´en no era más inteligente ni más intuitivo que los otros, pero llevaba por dentro una obsesión por aprender que el maestro reconoció al punto, porque era idéntica a la suya. Además era un chiquillo dulce y divertido, resultaba fácil encariñarse con él. En los años de convivencia le tomó tanto aprecio, que a menudo se preguntaba cómo era posible que no fuese hijo de su sangre. Sin embargo, la estima por su aprendiz no lo cegaba, en su experiencia los cambios en la adolescencia suelen ser muy profundos y no podía predecir qué clase de hombre sería. Como dice el proverbio chino: "Si eres brillante de joven, no significa que de adulto sirvas para algo." Temía equivocarse de nuevo, como le había sucedido antes, y prefería esperar con paciencia que la verdadera naturaleza del chico se revelara. Entretanto lo guiaría, tal como hacía con los árboles jóvenes de su jardín, para ayudarlo a crecer derecho. Al menos éste aprende rápido, pensaba el anciano médico, calculando cuántos años de vida le quedaban. De acuerdo a los signos astrales y a la observación cuidadosa de su propio cuerpo, no tendría tiempo para entrenar a otro aprendiz.
Pronto Tao Chi´en supo escoger los materiales en el mercado y en las tiendas de yerbas -regateando como correspondía- y pudo preparar los remedios sin ayuda. Observando trabajar al médico llegó a conocer los intrincados mecanismos del organismo humano, los procedimientos para refrescar a los afiebrados y a los de temperamento fogoso, dar calor a los que padecían el frío anticipado de la muerte, promover los jugos en los estériles y secar a aquellos agotados por flujos. Hacía largas excursiones por los campos buscando las mejores plantas en su punto preciso de máxima eficacia, que luego transportaba envueltas en trapos húmedos para preservar frescas durante el camino a la ciudad. Cuando cumplió los catorce años su maestro lo consideró maduro para practicar y lo mandaba regularmente a atender prostitutas, con la orden terminante de abstenerse de comercio con ellas, porque tal como él mismo podía comprobarlo al examinarlas, llevaban la muerte encima.