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Julia Quinn

Historia de dos hermanas

A tale of two sisters.

Traducido por Girls In The Dark

Capítulo Uno

Ned Blyton dejó escapar un cansado suspiro y miró a ambos lados, antes de sacar su caballo fuera de los establos. Era un trabajo agotador evitar a tres mujeres al mismo tiempo.

Primero estaba su hermana. Arabella Blydon Blackwood tenía firmes opiniones acerca de cómo debía su hermano vivir su vida, opiniones que no tenía reparo en exponer repetidamente.

Belle era una persona perfectamente encantadora y razonable, pero parecía pensar que su status de mujer casada le daba el derecho de intentar dirigir la vida de Ned, a pesar de que él, como a menudo le recordaba Ned, era un año mayor que ella.

Después estaba su prima Emma, que era, si ello era posible, más entrometida que Belle. La única razón por la que Emma no figuraba, junto con Belle, en su actual lista de “mujeres-a-evitar-a-todo-coste”, era porque estaba embarazada de casi siete meses y no podía moverse muy rápidamente.

Si Ned era una mala persona porque corría para escapar de una tambaleante mujer embarazada, que así fuera. Su paz mental lo valía.

Finalmente, se avergonzaba de admitirlo, estaba Lydia.

Gimió. En tres días, Lydia Thornton sería su esposa. Y aunque no tenía, concretamente, ningún problema con ella, el tiempo que había pasado en su compañía era todo torpes pausas y continuas miradas al reloj.

No era lo que él había deseado para el matrimonio, pero era, lo había comenzado a aceptar, todo lo que podía esperar ahora.

Había pasado las últimas ocho temporadas sociales en Londres, un hombre encantador, un poco libertino, pero no tanto que las madres apartaran a sus hijas de él. El nunca había evitado conscientemente el matrimonio – bien, al menos no en los últimos años – pero al mismo tiempo, tampoco había encontrado nunca una mujer que inspirara amor en su interior.

¿Deseo? Sí. ¿Lujuria? Muchas, ciertamente. ¿Pero verdadero amor? Nunca.

Y conforme se acercaba a la treintena, su sentido común había tomado el control, y decidió que, si no podía casarse por amor, entonces estaría bien que lo hiciera por la tierra.

Y aquí entraba Lydia Thornton.

Veintidós años de edad, bonito cabello rubio, atractivos ojos grises, razonablemente inteligente y con buena salud. Su dote consistía en veinte acres de excelente tierra que lindaban, a la derecha, con el extremo oriental de Middlewood, una de las propiedades más pequeñas de la familia Blydon.

Veinte acres no eran mucho para un hombre cuya familia tenía propiedades a lo largo de todo el sur de Inglaterra. Pero Middlewood era la única propiedad que Ned podía llamar verdaderamente suya. El resto de las propiedades pertenecían a su padre, el Conde de Worth, y solamente cuando él falleciera pasarían a pertenecer a su hijo.

Y aunque Ned entendía que el título de conde era su privilegio y su derecho de nacimiento, no tenía ninguna prisa en asumir las obligaciones y responsabilidades que el mismo conllevaba. Él era uno de los pocos hombres, en su círculo de conocidos, que se llevaba bien con sus padres y le gustaban, y lo último que quería era que no estuvieran.

Su padre, en su infinita sabiduría, había entendido que un hombre como Ned, necesitaba algo propio; así que en el vigésimo cumpleaños de Ned, le había transferido la propiedad de Middlewood, una de fincas vinculadas al título de conde.

Quizás era la elegante mansión, quizás era el magnifico lago. Quizás era, sólo porque era suya, pero Ned amaba Middlewood; cada centímetro cuadrado de ella.

Y cuando se le había ocurrido que la hija mayor de su vecino, había crecido lo suficiente para contraer matrimonio, bien, todo le había parecido perfectamente sensato.

Lydia Thornton era perfectamente agradable, perfectamente educada, perfectamente atractiva, perfectamente todo.

Sólo que no era perfecta para él.

Pero no era justo esgrimir eso en su contra. El sabía lo que hacía cuando pidió su mano. Lo que no había esperado era que su inminente matrimonio se sintiera como una piedra atada alrededor de su cuello. Aunque, en verdad, no le había parecido una perspectiva tan desgraciada hasta esta última semana, cuando había llegado a Thornton Hall, para las celebraciones prenupciales con su familia, la familia de Lydia, y los amigos más íntimos.

Era notable la cantidad de completos extraños que parecían formar parte de ese grupo.

Era suficiente para conducir a un hombre a la locura. Ned tenía pocas dudas de que sería un firme candidato para [1]Bedlam, cuando finalmente abandonara la iglesia del pueblo, el sábado por la mañana, con el ancestral anillo de su familia firmemente engarzado en el dedo de Lydia.

“¡Ned! ¡Ned!”

Era una femenina y chillona voz. Una que Ned conocía demasiado bien.

“¡No intentes evitarme!. ¡Te he visto!”

¡Condenación!. Era su hermana, y si todo era como de costumbre, significaba que Emma la seguía tambaleante, lista para ofrecerle su propia opinión tan pronto como Belle hiciera una pausa para tomar aliento.

Y – ¡Dios bendito!- mañana llegaría su madre a Thornton Hall para completar el terrorífico triunvirato.

Ned se estremeció, física y mentalmente.

Espoleó su caballo al paso más rápido que pudo, estando tan cerca de la casa, planeando ponerlo a un raudo galope tan pronto como pudiera, sin que supusiera un peligro para nadie.

“¡Ned!” volvió a gritar Belle, claramente despreocupada por el decoro, la dignidad o cualquier peligro que pudiera correr al bajar corriendo por el camino, ignorante de la raíz de árbol, que serpenteaba sobresaliente en su trayectoria.

– ¡Plof!

Ned cerró con fuerza los ojos, agónicamente, al tiempo que detenía a su caballo. Ya no podía escapar ahora. Cuando los volvió a abrir, Belle estaba sentada en el suelo, con apariencia un tanto disgustada, pero no menos decidida.

“¡Belle! ¡Belle!”

Ned miró más allá de su hermana, para ver a su prima Emma, acercándose tan rápidamente como su voluminoso cuerpo le permitía.

“¿Estás bien?” preguntó Emma a Belle, antes de girarse inmediatamente hacia Ned y preguntarle “¿Está bien?”.

Ned miró fijamente a su hermana. “¿Estás bien?”

“¿Estás tú bien?”

“¿Qué clase de pregunta es ésa?”

“Una perfectamente pertinente” replicó Belle asiendo la mano que le tendía Emma y levantándose, casi derribándola en el proceso. “Has estado evitándome toda la semana…”

“Sólo llevamos aquí dos días, Belle”

“Bien, pues me han parecido una semana”

Ned no pudo disentir.

Belle lo miro ceñuda cuando no la contradijo.

“¿Vas a quedarte ahí sentado en tu caballo, o vas a desmontar y a hablar conmigo como lo haría cualquier humano razonable?”

Ned consideró la pregunta.

“Es una grosería” apuntó Emma, “permanecer montado a caballo mientras dos damas están de pie”

“Ustedes no son damas “ murmuró Ned “son parientes”

“¡Ned!”

El se giró hacia Belle. “¿Estás segura de que no te has lastimado?”

“Sí, por supuesto. Yo…” los brillantes ojos azules de Belle se abrieron enormemente cuando percibieron las intenciones de Ned. “Bueno, en realidad mi tobillo está un poco delicado y…,” tosió un par de veces como si eso pudiera probar su afirmación de haberse torcido el tobillo.

“Bien “ dijo Ned, sucintamente. “Entonces no necesitas mi ayuda”. Y con esto, giró el caballo hacia la izquierda y avanzó rápidamente, dejándolas atrás. Un tanto grosero, quizás, pero Belle era su hermana y tenía que quererlo a pesar de su comportamiento. Además, ella iba a intentar hablar de nuevo con Ned acerca de su matrimonio, y esto era lo último sobre lo que él quería discutir.

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[1] Bedlam, manicomio inglés famoso por su gran crueldad.