Lydia se encogió de hombros. “Baja tú, entonces.”
“Yo no soy la novia,” precisó Charlotte, plantándose delante de su hermana.
Lydia la miró y luego miró los camisones. “¿El lavanda o el rosa?”
“Lydia…”
“¿Cuál de los dos?”
Charlotte no estaba segura de por qué -quizás fuera por la completa farsa del momento-pero estaba contemplándolos. “¿Dónde los has conseguido?” preguntó, pensando en todo su repertorio de camisones blancos.
“De mi ajuar.”
“¿Para tu boda con el vizconde?” preguntó Charlotte horrorizada.
“Por supuesto”, dijo Lydia, decidiéndose por el lavanda y metiéndolo en la bolsa de viaje.
“¡Lydia, eso es una locura!”
“No, no lo es,” dijo Lydia, prestándole por primera vez a Charlotte toda su atención desde que esta llegó a su habitación. “Es practico. Si voy a casarme con Rupert, necesitaré un ajuar.”
Los labios de Charlotte se abrieron con sorpresa. Hasta ese momento ella realmente no creía que Lydia entendiera lo que iba a hacer casándose con un derrochador como Rupert.
“No soy tan frívola como piensas,” dijo Lydia, desconcertándola al leer tan claramente sus pensamientos.
Charlotte guardó silencio durante un momento, y después dijo con tono suave, que contenía una tácita disculpa: “Me gusta el rosa.”
“¿Si?”, dijo Lydia con una sonrisa. “A mí también. Creo que me llevaré los dos.”
Charlotte tragó incómodamente mientras contemplaba a su hermana hacer el equipaje. “Deberías intentar volver a la fiesta, al menos unos minutos.”
Lydia asintió. “Probablemente tienes razón. Volveré en cuanto termine aquí.”
Charlotte caminó hacia la puerta. “Voy a bajar ahora. Si alguien me pregunta por ti, yo…” Hizo un gesto desesperado con las manos en el aire. “ Bien, inventaré algo.”
“Gracias,” dijo Lydia.
Charlotte no dijo nada más y asintió, sintiéndose demasiado trastornada para añadir algo. Se deslizó calladamente fuera de la habitación, cerrando la puerta antes de bajar hasta el vestíbulo por la escalera. Ella no había buscado esto; suponía que era buena mintiendo si se lo proponía, pero odiaba hacerlo, y sobre todo odiaba hacérselo al vizconde.
Todo sería mucho más fácil si él no fuera tan agradable.
Agradable. Eso hizo que sonriera. El odiaría ser llamado así. Osado, quizás. Peligroso, definitivamente. Y diabólico también parecía bastante apropiado. Pero tanto si le gustaba al vizconde como si no, era un hombre agradable, y bueno, y sincero, y ciertamente no merecía el destino que Lydia le preparaba.
Lydia y…
Charlotte se paró en el rellano de las escaleras y cerró los ojos, deteniéndose mientras esperaba a que remitiera la oleada de nauseas causada por la culpabilidad. No quería pensar en la participación que ella tenía en ese próximo fiasco. Necesitaba concentrarse en conseguir que su hermana estuviese a salvo.
Y entonces, podría hacer lo correcto con el vizconde, encontrarlo y advertirlo para que no…
Charlotte imagino la escena de la iglesia y se estremeció. No podía dejar que eso sucediera. No podía. Ella…
“¿Charlotte?”
Abrió los ojos de golpe. “¡Milord!” graznó, incapaz de asimilar que estuviera realmente parado delante de ella. No quería verlo hasta que todo pasara, no quería hablar con él. No estaba segura de que su conciencia pudiera soportarlo.
“¿Se encuentra bien?” preguntó él, rompiendo su corazón con el tono de preocupación de su voz.
“Estoy bien,” dijo ella, tragando con dificultad, y se las arregló para esbozar una sonrisa insegura. “Sólo un poco… abrumada.”
Los labios de él se torcieron en un seco gesto. “Pues si estuviera en el lugar de uno de los futuros esposos…”
“Sí,” dijo ella, “debe ser muy difícil. Quiero decir, por supuesto no es que sea difícil, pero… bien…” Charlotte se preguntaba si alguna vez había dicho una frase más incoherente. “Estoy segura de que es difícil, no obstante.”
El la miró con extrañeza, lo bastante intensamente como para hacerla retorcerse nerviosa; entonces murmuró: “No tiene ni idea.” Le ofreció el pequeño plato que tenía en su mano. “¿Una fresa?”
Ella sacudió la cabeza negativamente, su estomago estaba demasiado revuelto para pensar en llenarlo con algo. “¿Dónde iba?” preguntó, sobre todo porque el silencio resultante de su negativa parecía invitar a la pregunta.
“Arriba. Lydia se marchó y…”
“Ella está nerviosa también,” dijo Charlotte bruscamente. Seguramente él no pensaba visitar a Lydia en su habitación. Sería muy impropio, pero si lo hacía la pillaría haciendo el equipaje. “Ella fue a recostarse,” dijo rápidamente, “pero me prometió que volvería a la fiesta pronto.”
El se encogió de hombros. “Puede hacer lo que guste. Tenemos un largo día por delante mañana, y si desea quedarse en su cuarto y no bajar, puede hacerlo.”
Charlotte asintió, exhalando lentamente mientras comprendía que él no iba a intentar encontrar a Lydia.
Y entonces cometió el mayor error de su vida.
Lo miró.
Era extraño, porque estaba oscuro, sólo había una lámpara encendida detrás de ella y casi no era capaz de ver el color de sus ojos.
Pero cuando lo miró, sus ojos quedaron cautivos en los de él, que brillaban intensamente, tan ardientes, tan azules, que aunque la casa entera estallara en llamas a su alrededor, no habría podido apartar la mirada.
Ned había empezado a subir furtivamente por la escalera lateral con el expreso propósito de evitar todo contacto humano, pero cuando vio a Charlotte Thornton en el rellano, algo había hecho clic en su interior y comprendió que “todo contacto humano” sencillamente no la incluía a ella.
No había sido como él había temido que pudiera ser, aunque cada vez que permitía que su mirada se deslizara hasta sus labios, sentía algo en el estomago, que nunca debería sentir en compañía de una cuñada.
Era sólo que cuando la había visto, justo allí, con los ojos cerrados, le pareció una cuerda de salvamento, un ancla estable en un mundo que giraba alrededor suyo. Y pensó que si podía tocarla, sólo coger sus manos, de alguna manera todo volvería a estar bien.
“¿Quiere bailar?” preguntó, sorprendiéndose a sí mismo en el momento en que las palabras salieron de sus labios.
Vio la sorpresa en sus ojos, la oyó en el suave sobresalto de su respiración antes de que ella repitiera: “¿Bailar?”
“¿Quiere?” preguntó, con la completa certeza de que emprendía un peligroso camino, pero incapaz de hacer algo para detenerlo. “Bailar, quiero decir. No ha habido mucho baile esta noche, y no la vi en la pista.”
Ella sacudió la cabeza. “ Mamá me ha tenido ocupada,” explicó, pero sonaba distraída, como si las palabras no tuvieran nada que ver con lo que realmente ocurría en su cerebro. “Con los detalles de la fiesta, y todo eso.”
El asintió. “Debe bailar,” dijo, aunque realmente significaba: Debe bailar conmigo.
Dejó su plato en una silla cercana, murmurando sobre que la única ventaja de torcerse un tobillo era divertirse después para ver si se había curado.
Ella no contestó, sólo permaneció parada, mirándolo fijamente, no como si estuviera loco, aunque él estaba bastante seguro de que casi lo estaba, por lo menos durante esa noche. Ella sólo permanecía mirándolo, como si no pudiera creer lo que veía, o lo que oía, o simplemente que este momento estuviera pasando.