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La música ascendía hasta ellos, la escalera giraba de forma tal que nadie podía verlos en el pequeño rellano, ni desde arriba ni desde abajo.

“Debe bailar,” dijo Ned de nuevo, y entonces, demostrando que al menos uno de ellos todavía conservaba un pensamiento coherente, Charlotte negó con la cabeza.

“No,” dijo, “no debo.”

Las manos de Ned cayeron a sus costados y sólo entonces fue consciente de que las había levantado con la intención de posarlas tras la pequeña cintura de ella, para un vals.

“Debo bajar, mama estará buscándome,” dijo Charlotte,” y después debo volver a ver como está Lydia.”

Ned hizo una inclinación con la cabeza.

“Y después debo…” Charlotte lo miró… sólo un momento. Apenas una fracción de segundo, pero lo suficiente para que sus ojos se encontraran antes de que ella los retirara con rapidez.

“Así que lo que no debo es bailar,” dijo. Y ambos sabían que lo que realmente significaba era: No debo bailar contigo.

Capítulo Cinco

Más tarde, esa noche, mientras Ned encontraba consuelo en una copa de brandy en la tranquilidad de la, escasamente poblada, biblioteca de Hugh Thornton, no podía sacudirse la impresión de que estaba a punto de saltar por un precipicio.

El sabía, por supuesto, que entraba en un matrimonio sin amor. Pero pensaba que ya se había hecho a la idea de ello. Sólo recientemente, de hecho durante esta semana, se había empezado a dar cuenta de que estaba a punto de sentirse desgraciado, o por lo menos, bastante descontento, durante el resto de su vida.

Y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.

Quizás en otro tiempo, en otro lugar, un hombre podía retractarse de un matrimonio apenas unas horas antes de la ceremonia, pero no en 1824, y no en Inglaterra.

¿En qué había estado pensando? El no amaba a la mujer con la que se iba a casar, ella no lo amaba a él, y francamente, no estaba muy seguro de que se conocieran el uno al otro.

El no sabía, por ejemplo, que Lydia era tan aficionada a la poesía, hasta que Charlotte no se lo había contado durante el Juego de la Búsqueda (en el que ganaron, por supuesto, ¿cuál era, si no, el encanto de participar en ese tonto juego?)

¿Y no era eso, una de esas clases de cosas que un hombre debía saber sobre la que iba a ser su esposa? Especialmente si ese hombre se había negado siempre a incluir ningún volumen de poesía en su propia biblioteca.

Y eso le hacia preguntarse qué se escondía detrás de los bonitos ojos grises de Lydia. ¿Le gustaban los animales? ¿Era una reformadora, dada a las causas de caridad? ¿Hablaba francés? ¿Sabía tocar el piano? ¿Sabía cantar?

No sabía porque esas preguntas no lo habían preocupado antes de esta noche; ciertamente, parecía que debían haberlo hecho. Seguramente un hombre sensible debería querer saber más acerca de su futura esposa, además del color de su pelo y de sus ojos.

Así que estaba sentado en la oscuridad, sopesando su futura vida. No lo ayudaba, pero pensaba que eso era lo que Belle había intentado decirle durante todos esos meses.

Suspiró. Belle podía ser su hermana, pero, por mucha pena que le causara admitirlo, eso no significaba que en ocasiones no tuviera razón.

El no conocía a Lydia Thornton.

No la conocía y se iba a casar con ella de todas formas.

Pero, pensó con un suspiro, mientras sus ojos contemplaban distraídamente el montón de libros encuadernados en piel que había en una esquina, eso no significaba que su matrimonio tuviera que ser un fracaso. Muchas parejas encontraban el amor después de la boda, ¿no? Y si no amor, satisfacción y amistad. Lo era todo, tuvo que admitir, lo que el ambicionaba en principio.

Y era, reconoció, con lo que tendría que aprender a vivir. Porque tendría que haber intentado conocer a Lydia Thornton un poco mejor durante la pasada semana. Lo bastante para darse cuenta de que nunca podría amarla, no de la manera en que un hombre debe amar a su esposa.

Y allí estaba Charlotte.

Charlotte, a la que probablemente nunca habría mirado dos veces en Londres. Charlotte que lo hacia reír, con la que podía intercambiar tontos juegos de palabras sin sentirse avergonzado.

Y, se recordó a si mismo, que sería su hermana en siete horas, más o menos.

Bajo la mirada hacia la copa de brandy vacía en su mano, asombrado de haberse acabado la bebida. Estaba considerando seriamente servirse otra cuando oyó un sonido a través de la puerta.

Que curioso, pensaba que todo el mundo se había retirado a su habitación. Eran -echó un vistazo al reloj de la chimenea-casi las dos de la madrugada. Antes de abandonar la fiesta oyó a los Thornton expresar su intención de finalizar la velada a la inusual hora de las once, indicando su deseo de que todos los huéspedes estuvieran bien descansados par la ceremonia de la mañana siguiente.

Ned no había cerrado del todo la puerta de la biblioteca, así que se deslizó hasta la apertura, y miró fijamente hacia fuera. No hubo ningún ruido de cerradura, ni chirrido de apertura de puertas que alertaran a nadie de su presencia, y así pudo satisfacer su curiosidad de saber quién estaba rondando por la casa.

“¡Shhhh!”

Definitivamente era una mujer quien había susurrado.

“¿Tenías que empaquetar tantas cosas?”

Frunció el ceño. Sonaba un poco como la voz de Charlotte. Había pasado bastante tiempo con ella los dos días anteriores, por lo que probablemente conocía su voz mejor que la de Lydia.

¿Qué demonios hacia Charlotte rondando por allí abajo en medio de la noche?

Ned repentinamente se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estomago. ¿Tenía un amante? Seguramente Charlotte no sería tan insensata.

“¡No puedo marcharme sólo con un vestido!” se oyó una segunda voz femenina. “¿Quieres que parezca una pobretona?”

Hmmmmmm. Ned supuso que conocía la voz de Lydia mejor de lo que pensaba, porque la había reconocido.

Sus oídos zumbaron. Olvidando a Charlotte -¿qué hacía Lydia bajando las escaleras? ¿Dónde demonios pensaba que iba la noche antes de su boda?

Acercó el rostro a la abertura de la puerta, agradecido de que hubiera salido la luna esa noche. Entraba suficiente luz a través de las ventanas, por lo que había decidido no encender ninguna vela cuando se sentó con la copa de brandy. Sin ninguna luz en la habitación, nadie sospecharía que estaba habitada. A menos que Charlotte y Lydia se pararan a investigar en la biblioteca, no lo verían.

Manteniendo los ojos fijos en la escalera, las vio descender, llevando cada una de ellas una gran bolsa de viaje. La única luz procedía de la vela que Charlotte sujetaba en su mano libre. Lydia vestía obviamente ropa de viaje y Charlotte usaba un vestido de diario de un color oscuro que no pudo discernir en la semipenumbra.

Ni una ni otra vestían como uno podía esperar que lo hiciera una mujer a media noche.

“¿Estás segura de que Rupert te está esperando al final del camino?” preguntó Charlotte.

Ned no pudo oír lo que Lydia contestó; ni siquiera sabía si había contestado o tan sólo movió la cabeza. El rugido que sentía en sus oídos bloqueaba todo sonido, eliminando todo pensamiento, excepto el más obvio.

Lydia iba a darle calabazas. Fugándose en medio de la noche, apenas unas pocas horas antes de que él planeara encontrarla en la iglesia del pueblo.

Se estaba fugando.

Con el idiota de Marchbanks.

El había estado sentado allí, durante horas, resignándose a la idea de un matrimonio que no quería, y su ruborosa novia, mientras, había estado planeando dejarlo tirado durante todo ese tiempo.

Quería gritar. Quería estrellar sus puños contra la pared. Quería…

Charlotte. Charlotte la estaba ayudando.

Su rabia se triplicó. ¿Cómo podía ella hacerle eso? Maldita sea, eran amigos. Amigos. La había tratado durante pocos días, pero en ese tiempo el la conoció, realmente la conoció. O eso pensaba. Supuso que Charlotte no era tan leal y tan honesta como el había imaginado.