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“Iba a contárselo,” insistió. “Justo después de asegurarme de que Lydia estaba a salvo, iba a buscarlo y a contárselo.”

Sus ojos brillaron. “¿Iba a ir a buscarme a mi habitación?” preguntó.

“Bueno…” empezó ella evasivamente. “De hecho, estaba en la biblioteca.”

“Pero usted no lo sabía.”

“No,” admitió ella, “pero…” se tragó el resto de sus palabras. Ned acortó el espacio entre ellos en un segundo y plantó las manos en los brazos del sillón.

Su rostro estaba muy cerca.

“Iba a ir a mi habitación,” repitió él. “habría sido muy interesante.”

Charlotte no contestó.

“¿Me habría despertado?” susurró Ned. “¿Rozando suavemente mi frente?”

Charlotte se miró las manos. Temblaban.

“¿O quizás,” continuó Ned, acercándose un poco más, hasta que ella pudo sentir su respiración en sus labios, “me habría despertado con un beso?”

“Pare,” dijo Charlotte en voz baja. “Esto es impropio de usted.”

Ned se enderezó de inmediato. “A duras penas está en posición de juzgar el carácter de otros, señorita Thornton.”

“Hice lo que creí correcto,” dijo Charlotte, irguiéndose en el sillón.

“¿Cree que esto es correcto?” preguntó Ned, evidenciando su disgusto en cada silaba.

“Bien, quizás correcto no,” admitió ella, “pero era lo mejor.”

“¿Lo mejor?” repitió Ned, casi escupiendo la palabra. “¿Es mejor humillar a un hombre frente a cientos de personas? ¿Es mejor escapar en medio de la noche que hacer frente…?”

“¿Qué quería que hiciera?” le exigió ella, interrumpiéndolo.

Ned guardó silencio durante un largo momento, y, finalmente, intentando recuperar el control de sus emociones, se dirigió hacia la ventana y se inclinó pesadamente contra el marco. “No hay nada en este mundo,” dijo, con voz extremadamente solemne, “que valore más que la lealtad.”

“Yo también,” dijo Charlotte.

Los dedos de él apretaron tan fuertemente la madera del marco, que sus nudillos se tornaron blancos. “¿De verdad?” preguntó, no confiando en girarse, ni siquiera para dirigirle una mirada. “¿Entonces cómo explica esto?”

“No entiendo lo que quiere decir” la escuchó contestar tras de él.

“Usted me traicionó.”

Silencio. Y entonces…

“¿Perdón?”

El se giró tan velozmente, que Charlotte se aplastó contra el respaldo del sillón. “Me traicionó. ¿Cómo pudo hacerlo?”

“¡Estaba ayudando a mi hermana!”

Sus palabras reverberaron en el silencio de la habitación, y por un momento Ned no pudo ni siquiera moverse. Por supuesto, pensó, casi desapasionadamente. ¿Por qué había esperado que ella hiciera otra cosa? El había cabalgado una vez, como si lo persiguieran todos los demonios del infierno, desde Oxford hasta Londres, para evitar que su hermana contrajera un desafortunado matrimonio. El, como todo el mundo, entendía la lealtad entre hermanos.

“Lamento muchísimo lo que hemos hecho,” continuó Charlotte, con voz suave y digna, en la semipenumbra. “Pero Lydia es mi hermana. Tenía que ayudarla a ser feliz.”

¿Por qué había pensado él que Charlotte le debía su lealtad a él? ¿Por qué había soñado nunca que ella pudiera considerar su amistad más importante que los lazos que la unían a su hermana?

“Iba a contárselo,” continuó ella, y Ned oyó como se ponía en pie. “Nunca habría permitido que se quedara esperando inútilmente en la iglesia, pero…pero…”

“¿Pero qué?” preguntó Ned, con voz cruda y desigual. Se giró. No sabía por qué, de repente, era tan importante ver su rostro; era casi como si un imán tirase de su interior, y tenía que ver sus ojos, saber lo que había en su corazón y en su alma.

“No habrían encajado bien,” dijo Charlotte. “Eso no excusa el comportamiento de Lydia, ni el mío, supongo, pero ella no habría sido una buena esposa para usted.”

Ned sacudió la cabeza, y, entonces, todo encajó en su lugar. Algo empezó a burbujear en su interior, algo ligero, y delicioso, casi vertiginoso. “Lo sé,” dijo inclinándose cerca de ella, tanto que casi podían respirar el mismo aire. “Y por eso me casaré contigo en su lugar.”

Capítulo Seis

Charlotte estaba segura de que ahora sabía lo que se sentía cuando uno se ahogaba. “¿Qué…” jadeó, intentando hablar, a pesar de la sensación de opresión que sentía en la garganta, “significa eso exactamente?”

Sus cejas se alzaron. “¿No está claro?”

“¡Milord!”

“Mañana por la mañana,” indicó en un tono de voz que no admitía discusión, “nos encontraremos para la boda. Tendrá que ver si le queda bien el vestido de Lydia.” Le dedicó una traviesa mueca mientras caminaba hacia la puerta. “No llegue tarde.”

Charlotte se quedó mirando su espalda antes de balbucir. “¡No puedo casarme con usted!”

Ned se volvió lentamente. “¿Y por qué no? ¿No me diga que también tiene usted a algún poeta idiota esperándola al final del camino?”

“Bien, yo…” luchó por encontrar palabras. Por encontrar razones. Por encontrar cualquier cosa que le diera fuerzas para entender la más ilógica y surrealista noche de su vida. “Para empezar,” balbució, “las amonestaciones se leyeron con el nombre de Lydia.”

Ned negó con la cabeza disuasivamente. “Eso no es problema.”

“¡Lo es para mi! No tenemos licencia.” Sus ojos se abrieron enormes. “Si nos casáramos posiblemente no fuera legal.”

Ned parecía despreocupado. “Tendré una licencia especial por la mañana:”

“¿Dónde piensa que va a conseguir una licencia especial en las próximas diez horas?”

Ned dio un paso en su dirección, sus ojos brillantes de satisfacción. “Afortunadamente para mi, y ciertamente, también para usted, estoy seguro, el Arzobispo de Canterbury estará encantado de concedérmela.,”

Charlotte sintió como su mandíbula caía. “No le concederá una licencia especial. No para una situación tan irregular.”

“Oh, bueno,” reflexionó Ned en voz alta, “pensaba que las licencias especiales estaban precisamente para situaciones irregulares.”

“Esto es una locura. No hay forma de que él permita que nos casen. No cuando usted estuvo tan cerca de casarse con mi hermana.”

Ned tan sólo se encogió de hombros. “Me debe un favor.”

Charlotte se apoyo en el borde de la mesa de lectura de su padre. ¿Qué clase de hombre era, que el Arzobispo de Canterbury le debía un favor? Ella sabía que los Blydon eran considerados como una de las familias más importantes de Inglaterra, pero esto excedía su comprensión.

“Milord,” dijo Charlotte, retorciéndose los dedos, mientras intentaba formular una sensata y bien razonada argumentación en contra de su loco plan. Seguramente él apreciaría una argumentación sensata y razonada. Ciertamente parecía haberlo hecho durante el tiempo que habían pasado juntos la última semana. De hecho, era precisamente por eso por lo que a ella le gustaba tanto Ned.

“¿Sí?” preguntó él, con las comisuras de los labios ligeramente alzadas.

“Milord,” dijo Charlotte de nuevo, aclarándose la voz. “Usted parece la clase de hombre que apreciaría una argumentación sensata y razonada.”

“Cierto.” Ned cruzó los brazos y se apoyó también contra el borde de la mesa de lectura, a su lado. Cadera con cadera. No contribuya demasiado a su concentración.

“Milord,” dijo ella de nuevo.

“En estas circunstancias,” dijo Ned, sus ojos brillando con diversión, “¿no crees que deberías familiarizarte con mi nombre?”

“Bien,” dijo Charlotte. “Si, por supuesto. Si fuéramos a casarnos, debería, por supuesto…”