Charlotte se sonrojó. Se había vestido con uno de sus trajes de diario, y no con el vestido de novia de Lydia, como él le había ordenado.
Un momento después estaban todos dentro de la biblioteca, con la puerta firmemente cerrada tras ellos.
“Milord,” comenzó el señor Thornton, “le aseguro que no tenia ni idea…”
“Suficiente,” dijo Ned, permaneciendo en el centro de la habitación, con un notable autocontrol. “No deseo discutir acerca de Lydia o de su fuga con Marchbanks.”
El señor Thornton tragó dificultosamente, su nuez subiendo y bajando por su carnoso cuello. “¿No?”
“Naturalmente la traición de su hija me encolerizó…”
¿Qué hija? pensó Charlotte. La pasada noche, él parecía más enfadado con ella que con Lydia.
“…pero no habrá ninguna dificultad en solucionar el problema.”
“Cualquier cosa, milord,” le aseguró el señor Thornton.” Lo que sea. Si está en mi poder…”
“Bien,” dijo Ned, suavemente, “entonces la tomaré a ella -indicó a Charlotte con un gesto-como esposa en su lugar.”
El señor Thornton no dijo nada, pero palideció. “¿Charlotte?” preguntó finalmente.
“En efecto. No tengo ninguna duda de que ella será una esposa tan admirable como lo hubiese sido Lydia.”
La cabeza del señor Thornton se giró hacia su hija y el prometido de su otra hija varias veces, antes de volver a preguntar: “¿Charlotte?”
“Sí.”
Y eso pareció suficiente para convencerlo. “Es suya,” dijo enfáticamente. “Cuando quiera que la desee.”
“¡Padre!” gritó Charlotte. Estaba hablando de ella como si no fuera más que un saco de harina.
“Será esta mañana,” dijo Ned. “Me las he arreglado para conseguir una licencia especial y la iglesia ya está preparada para una boda.”
“Maravilloso, maravilloso,” dijo el señor Thornton, con evidente alivio en cada uno de sus nerviosos gestos. “No tengo ninguna objeción, y…, er…, ¿las condiciones siguen siendo las mismas?”
La expresión de Ned se tornó irónica ante la impaciente mirada del señor Thornton, pero sólo dijo: “Por supuesto.”
El señor Thornton no se molestó en ocultar su alivio. “Bien, bien, yo…” se calló de golpe, y se giró hacia Charlotte. “¿Qué estás esperando muchacha? ¡Necesitas prepararte!”
“Padre, yo…”
“¡Ni una palabra más!” tronó él. “¡Ya he tenido bastante contigo!”
“Debería considerar dirigirse a mi futura esposa en un tono más cortés,” dijo Ned, con voz mortalmente suave.
El señor Thornton se giró hacia él sorprendido. “Por supuesto,” dijo. “Ella es suya ahora. Lo que desee.”
“Creo,” dijo Ned, “que lo que deseo es un momento a solas.”
“Por supuesto,” convino el señor Thornton, agarrando el brazo de Charlotte. “Sal. El vizconde desea privacidad.”
“A solas con Charlotte,” puntualizó Ned.
El señor Thornton miró primero a Ned, luego a Charlotte y otra vez a Ned. “No estoy seguro de que sea una buena idea.”
Ned únicamente enarcó una ceja. “Últimamente se han tenido bastantes malas ideas, ¿no cree?. Esta, opino, es la menos mala de todas.”
“Por supuesto, por supuesto,” murmuró el señor Thornton, y abandonó la habitación.
Ned miró a su flamante novia mientras ella observaba la salida de su padre. Parecía sentirse desamparada; podía verlo en su rostro. Y probablemente también manipulada. Pero se negó a sentir ninguna culpabilidad por ello. El sabía en su corazón, lo sentía en sus huesos, que casarse con Charlotte Thornton era, con diferencia, lo mejor que podía hacer. Lamentó haber tenido que forzar la situación para conseguir su objetivo, pero ella no había sido del todo una inocente victima en el reciente giro de los acontecimientos, ¿no?.
Ned dio un paso adelante y le acarició la mejilla. “Lamento que sientas que todo ocurre demasiado rápido,” dijo en voz baja.
Charlote no dijo nada.
“Te aseguro…”
“Ni siquiera me ha preguntado,” dijo ella, con voz rota.
Ned deslizó los dedos hasta su barbilla y le elevó el rostro hacia el suyo, preguntándole con los ojos.
“Mi padre,” aclaró Charlotte, con los ojos brillantes de lagrimas. “Ni una vez me ha preguntado lo que deseo. Era como si yo no estuviese aquí.”
Ned miró su rostro, lo miró mientras ella intentaba mantenerse fuerte e inexpresiva. Vio su valor y la fuerza de su carácter y sintió el urgente impulso de hacer lo correcto por y para ella.
Puede que Charlotte Thornton se tuviera que conformar con una ceremonia de boda que había sido planeada para su hermana, pero, por Dios, que recibiría una oferta de matrimonio que sería de ella, y sólo para ella.
Puso una rodilla en el suelo.
“¿Milord?” pregunto Charlotte, sorprendida.
“Charlotte,” dijo Ned, con voz repleta de emoción y necesidad, “estoy pidiendo humildemente tu mano en matrimonio.”
“¿Humildemente?” inquirió ella, mirándolo dudosa.
Ned tomó su mano y la rozó suavemente con los labios. “Si no contestas que sí,” dijo él, “pasaré el resto de las horas de mi vida suspirando por ti, soñando con una vida mejor, con una esposa perfecta, agonizando de dolor…”
“Has hecho una rima,” dijo Charlotte, riendo nerviosamente.
“No a propósito, te lo aseguro.”
Entonces ella sonrió. Sonrió realmente. No la amplia y radiante sonrisa que le dedicó cuando se había caído y se conocieron, sino una más suave y tímida.
Pero no menos sincera.
Y cuando Ned la miró, sin separar jamás los ojos de su rostro, todo estuvo claro.
La amaba
Amaba a esa mujer, y que el cielo lo ayudara, porque no concebía poder vivir sin ella.
“Cásate conmigo,” dijo Ned, y no intentó ocultar su urgencia o su necesidad.
Los ojos de Charlotte, que habían permanecido fijos en algún punto de la pared a su espalda, se clavaron en él.
“Cásate conmigo,” repitió Ned.
“Sí,” susurró Charlotte. “Sí.”
Capitulo Siete
Dos horas después, Charlotte era vizcondesa. Y seis horas después de eso, subía al carruaje y se despedía de todo lo que le era familiar.
Ned la llevaba a Middlewood, su pequeña hacienda que estaba a tan sólo cinco millas del hogar de Charlotte. El no quería pasar su noche de bodas en Thornton Hall, le había dicho. Sus intenciones requerían privacidad.
Charlotte casi no recordaba su boda. Estaba tan emocionada, tan completamente atontada por la romántica proposición de Ned, que no había podido concentrarse en nada, solamente acertó a decir “sí quiero” en el momento preciso. Algún día, estaba segura, se enteraría de todos los chismorreos que circularon entre todos los asistentes a la boda, cuando esperaban que una novia diferente apareciera por el pasillo de la iglesia, pero ese día no oyó nada, ni un susurro.
Ella y Ned no hablaron mucho durante el viaje, pero era un silencio confortable. Charlotte estaba nerviosa, y aunque debía haberse sentido torpe, no era así. Había algo en la presencia de Ned que la tranquilizaba.
Le gustaba tenerlo cerca. Incluso si no hablaban, era agradable saber que estaba cerca. Era divertido cómo una emoción tan profunda había podido arraigar en tan poco tiempo.
Cuando llegaron a lo que supuso era su nuevo hogar -uno de ellos, al menos-Ned le cogió las manos.
“¿Estás nerviosa?” le preguntó.
“Por supuesto,” respondió sin pensar.
Ned se rió, un cálido y rico sonido, que desbordó el carruaje mientras el lacayo abría la puerta del mismo. Ned saltó fuera y se volvió para ayudar a Charlotte a bajar. “¡Qué afortunado soy de haber conseguido una esposa tan honesta!,” le murmuró, dejando que sus labios se deslizaran por su oreja.
Charlotte tragó, intentando no notar el tembloroso calor que ondulaba a través de ella.
“¿Tienes hambre?” le preguntó Ned, mientras la conducía al interior.