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“Y entonces,” dijo Ned, dejando caer su camisa al suelo mientras se acercaba a ella, “creo que podría besar cada centímetro de tu cuerpo.”

Charlotte dejó de respirar.

“Si no te importa,” agregó Ned, con una traviesa sonrisa.

“No me importa,” balbuceó Charlotte, y se ruborizó de los pies a la cabeza, cuando se dio cuenta de lo que había dicho.

Pero Ned sólo rió bajito, mientras que sus manos apartaban la de ella y deslizaban el vestido hasta los pies de Charlotte. Ella contuvo la respiración mientras la desnudaba, incapaz de apartar sus ojos de la cara de Ned o de contener el orgulloso rubor que sintió cuando vio su expresión.

“Eres preciosa,” dijo Ned, sin aliento, y su voz contenía un toque de reverencia, un tinte de temor. Sus manos de ahuecaron sobre ella, probando su consistencia y su tacto y por un momento la miró casi como si sintiera dolor. Sus ojos se cerraron y su cuerpo se estremeció con una sacudida cuando volvió a mirarla. Había algo en sus ojos que Charlotte no había visto nunca anteriormente.

Algo más allá del deseo, más allá de la necesidad.

La hizo salir del vestido y tomándola en brazos la depositó en la cama, deteniéndose brevemente para quitarle las ligas y las medias. Entonces, a una velocidad que no parecía posible, Ned se despojó del resto de sus ropas y la cubrió con su cuerpo.

“¿Sabes lo mucho que te necesito?” susurró Ned, gimiendo, mientras presionaba íntimamente sus caderas contra las de Charlotte. “¿Realmente puedes entenderlo?”

Los labios de Charlotte se abrieron pero la única palabra que salió de ellos fue el nombre de él.

Ned respiraba desigualmente mientras deslizaba las manos a lo largo de las caderas de Charlotte, hasta que las introdujo debajo, aferrando sus nalgas. “He estado soñando con este momento desde que te encontré, deseándolo desesperadamente, incluso cuando sabía que estaba mal. Y ahora eres mía,” gruñó, girando el rostro para poder mordisquearle el cuello. “Mía para siempre.”

Arrastró los labios a lo largo de la elegante línea de su garganta hasta las clavículas, y después hasta la suave inflamación de sus pechos. Ahuecó una mano sobre uno de ellos, hasta que el rosado pezón se irguió inflamado. Era suave e increíblemente irresistible. Se forzó a detenerse un momento, apenas lo suficiente para saborear el momento y entonces no pudo aguantar más. Capturó el pezón en su boca, sonriendo apenas cuando Charlotte lanzó una exclamación de sorpresa.

Ella pronto gemía de placer y se retorcía debajo de él, claramente anhelante de algo que desconocía. Sus caderas empujaban hacia arriba, contra las de él, y cada vez que Ned movía las manos, apretándola, palpándola, acariciándola, ella gemía.

Charlotte era lo que siempre había soñado en una mujer.

“Dime lo que te gusta,” susurró contra su piel. Le rozó un pezón con la palma de la mano. “¿Esto?”

Charlotte asintió.

“¿Esto?” Esta vez tomó su pecho, por completo en su mano y lo oprimió suavemente.

Charlotte asintió nuevamente, la respiración se le escapaba rápida y urgentemente de entre los labios.

Y entonces Ned deslizó la mano entre sus cuerpos y la tocó íntimamente. “¿Esto?” preguntó, volviendo el rostro para que ella no viera su sonrisa malvada.

Todo lo que Charlotte pudo hacer fue dejar escapar un “¡Oh!”

Pero fue un “Oh” perfecto.

Y es que ella era perfecta en sus brazos.

La tocó profundamente, insertando un dedo en su cálido interior, preparando su penetración. La deseaba desesperadamente, nunca pensó que podría sentir una necesidad tan increíblemente intensa. Era mucho más que lujuria, más profundo que el deseo. Quería poseerla, consumirla, mantenerla tan estrechamente pegada y apretada contra él que sus almas se confundieran.

Esto, pensó Ned, enterrando su rostro en el cuello de Charlotte, era amor.

Y era algo que él nunca había experimentado antes. Era más de lo que había esperado, mucho más grande de lo que había soñado.

Era perfecto.

Más allá de la perfección. Era la felicidad total.

Era duro contenerse, pero controló su deseo hasta que estuvo absolutamente seguro de que ella estaba preparada para él. E incluso entonces, cuando sus dedos estaban mojados con la pasión de ella, tuvo que asegurarse, tuvo que preguntarle: “¿Estás preparada?”

Charlotte lo miró con ojos interrogadores. “Creo que sí,” susurró. “Necesito algo. Creo que te necesito a ti.”

Ned había pensado que no podía desearla más aun, pero sus sencillas y honestas palabras hicieron que su sangre bullera, e hizo todo lo que pudo para no hundirse precipitadamente en ella en ese mismo momento. Apretando con fuerza los dientes, luchó contra la necesidad que lo consumía por entero, colocándose en su entrada, intentando ignorar la forma en que su cálido interior lo llamaba.

Con movimientos cuidadosamente controlados, empujó, adelante y atrás, hasta que alcanzó la prueba de su inocencia. No tenía ni idea de si iba a hacerle daño, sospechaba que sí, pero no había forma de evitarlo. Y puesto que parecía absurdo advertirla de esa posibilidad -seguramente sólo la haría sentirse más preocupada y tensa-simplemente empujó hacia delante, permitiéndose, finalmente, sentirla completamente alrededor suyo.

Ned sabía que debería parar para asegurarse de que ella estaba bien, pero, por Dios bendito, el no habría podido dejar de empujar ni aunque su vida dependiera de ello. “¡Oh, Charlotte!,” gimió. “¡Oh, Dios mío!.”

La respuesta de ella igualó a la suya -empujando con sus caderas, gimiendo-y Ned supo que se sentía igual que él, inundada de placer, cualquier dolor olvidado.

Sus movimientos se aceleraron y ganaron ritmo, y pronto cada uno de sus músculos estaba tenso, concentrados en impedirse a sí mismo la liberación hasta que no estuviera seguro de que Charlotte hubiera alcanzado el clímax. No era lo normal para una virgen, había oído decir, pero ésta era su esposa – era Charlotte-y no estaba seguro de poder seguir viviendo si no se aseguraba su placer.

“Ned,” jadeó Charlotte, su respiración más y más rápida. Estaba tan hermosa que se le llenaban los ojos de lagrimas. Las mejillas ruborizadas, la mirada desenfocada, y Ned no podía parar de pensar, la amo.

Ella estaba cerca, podía verlo. No sabía cuanto más podría aguantar antes de rendirse a la rabiosa necesidad que recorría su cuerpo, así que deslizó una mano entre sus cuerpos acariciando con sus dedos su sensitivo botón de carne.

Ella gritó.

El perdió totalmente el control.

Y entonces, en una perfecta coreografía, ambos se tensaron y arquearon al mismo tiempo, deteniendo todo movimiento, conteniendo la respiración, hasta que se derrumbaron, exhaustos y agotados.

Y dichosamente felices.

“Te amo,” susurró Ned, necesitando decir las palabras, incluso si se perdían contra la almohada.

Y entonces sintió, más que oyó, su respuesta. “Yo también te amo,” susurró Charlotte contra su cuello.

Ned se apoyó en los codos. Sus exhaustos músculos protestaron, pero tenia que ver su cara. “Te haré feliz,” le juró.

Charlotte le ofreció una serena sonrisa. “Ya lo haces.”

Ned pensó decir algo más, pero no había palabras para expresar lo que estaba en su corazón, así que se acostó de lado en la cama abrazando a Charlotte, y encajándola contra su cuerpo como si fueran dos cucharas.

“Te amo,” dijo de nuevo, desconcertado por su deseo de decir esas palabras a cada minuto.

“Bien,” dijo Charlotte, y Ned pudo sentir como reía bajito contra él.

Entonces se giró, en un movimiento repentino, quedando cara a cara. Parecía sin aliento, como si se le hubiera ocurrido un pensamiento absolutamente asombroso.

Ned alzó una ceja, interrogante.

“¿Qué supones,” le preguntó Charlotte, “que estarán haciendo Rupert y Lydia ahora?”

“¿Debería importarme?”