Mucho más que Rupert, pensó Charlotte, pero se lo guardó para sí misma.
“Y es riquísimo,” dijo Lydia con un suspiro. “No soy una mercenaria…”
Obviamente no, si planeaba fugarse con Rupert, “el Pobretón”.
“…pero es difícil rechazar a un hombre que va a proporcionarles a las hermanas menores de una presentaciones en sociedad y dotes para casarse.”
Los ojos de Charlotte se agrandaron considerablemente. “¿Eso iba a hacer?”
Lydia afirmó con la cabeza. “El no dijo tanto, pero el coste sería una miseria para él, y le dijo a papá que se aseguraría de que los Thornton estuvieran bien provistos. Lo cual te incluía a ti, ¿no? Tú eres igual de Thornton que yo.
Charlotte se hundió en la silla del escritorio. No tenía ni idea de que Lydia hubiera estado haciendo ese sacrificio en su favor. Y en el de Caroline y Georgia, por supuesto. Cuatro hijas por casar eran una enorme carga para el presupuesto de la familia Thornton.
Entonces a Charlotte se le ocurrió un desagradable pensamiento. ¿Quién estaba pagando las festividades de la boda? El vizconde, suponía ella, pero no podían esperar que siguiera haciéndolo si Lydia iba a dejarlo plantado. ¿Le habría concedido ya fondos a su familia para los gastos, o estaría su madre haciéndose cargo de todos los (excesivamente caros) arreglos, en el entendimiento de que Lord Burwick se los reembolsaría?
Lo cual, ciertamente, no haría después de ser plantado por Lydia en el altar.
¡Dios bendito, qué lío!
“Lydia,” dijo Charlotte con renovada urgencia, “debes casarte con el vizconde. Debes hacerlo.” Y se dijo a si misma que no se lo decía por salvar su pellejo o el de su familia. Honestamente creía que de los dos pretendientes de Lydia, Ned Blyton era el mejor. Rupert no estaba mal. El nunca haría nada que lastimara a Lydia. Pero gastaba el dinero alegremente (dinero que no tenía), y siempre estaba hablando de cosas como los elevados sentimientos o la metafísica.
La verdad, es que, a menudo, le era difícil escucharlo sin ponerse a reír.
Ned, por otro lado, parecía sólido y de confianza. Hermoso e inteligente, con un ingenio agudo, y cuando hablaba, lo hacia sobre temas verdaderamente interesantes. El era todo lo que una mujer podía desear en un marido, al menos en opinión de Charlotte. Por que Lydia no podía verlo así, era algo que ella no entendería nunca.
“No puedo hacerlo,” dijo Lydia. “De verdad que no puedo hacerlo. Si no amara a Rupert, sería diferente. Aceptaría casarme con alguien a quien no amara, si esa fuera mi única opción. Pero no lo es. ¿No lo ves? Tengo otra opción. Y elijo el amor.”
“¿Estás segura de que amas a Rupert?”, le preguntó Charlotte, consciente de estar esbozando una mueca de dolor al formular la pregunta. Pero es que era una situación de locura. Lydia no sería la primera mujer que arruinaba su vida arrastrada por un impulso de colegiala, pero a Charlotte no le importaban esas otras mujeres, ellas no eran su hermana.
“Lo amo,” susurró Lydia. “Con todo mi corazón.”
Corazón, pensó Charlotte desapasionadamente. Recordó que Rupert solía rimarlo con desgarrón. Lo cual le parecía una rima espantosa.
“Y, además,” añadió Lydia, “es demasiado tarde.”
Charlotte echó un vistazo al reloj. “¿Demasiado tarde para qué?”
“Para casarme con el vizconde.”
“No te entiendo. La boda no es hasta dentro de tres días.”
“No puedo casarme con él.”
Charlotte luchó contra el impulso de gemir. “Sí, lo has repetido bastantes veces.”
“No, quiero decir que no puedo.”
La palabra quedó siniestramente suspendida en el aire, y entonces Charlotte sintió que algo estallaba en su interior.
“¡Oh, Lydia, no lo harías!”
Lydia asintió sin ninguna vergüenza o remordimiento. “Lo hice.”
“¿Cómo pudiste hacerlo?,” demandó Charlotte.
Lydia suspiró soñadoramente. “¿Cómo podía no haberlo hecho?”
“Bueno,” replicó Charlotte, “podías haber dicho “no”.”
“Ninguna mujer podría decirle que no a Rupert,” murmuró Lydia.
“Bueno, ciertamente tú no pudiste.”
“No, no pude,” le contesto Lydia sonriendo beatíficamente. “Soy muy afortunada de que me haya elegido.”
“¡Oh, por el amor de Dios!,” murmuró Charlotte. Se levantó de un salto y casi gritó de dolor cuando recordó su pobre y lastimado tobillo. “¿Qué vas a hacer?”
“Voy a casarme con Rupert,” dijo Lydia. La soñadora mirada de sus brillantes ojos sustituida por una clara determinación.
“No estás jugando limpio con el vizconde,” precisó Charlotte.
“Lo sé,” dijo Lydia, con el rostro ruborizado por el remordimiento, tanto, que Charlotte pensó que realmente lo sentía. “Pero no sé que más puedo hacer. Si se lo contara a papá o a mamá seguramente me encerrarían en mi habitación.”
“Bien, entonces, por el amor del cielo, si vas a fugarte debes hacerlo esta noche. Lo antes posible. No es justo dejar al pobre vizconde esperar más.”
“No puedo hacerlo hasta el viernes.”
“¿Por qué demonios no?”
“Rupert no está preparado.”
“Bueno, entonces hazlo estar preparado,” exclamó Charlotte. “Si no te fugas hasta el viernes por la noche, nadie lo sabrá hasta el sábado por la mañana. Lo que significa que todo el mundo estará esperando en la iglesia cuando tú no llegues.”
“No podemos irnos sin dinero,” explicó Lydia. “Y Rupert no puede retirar sus fondos del Banco hasta el viernes por la tarde.”
“No sabía que Rupert tuviera fondos,” murmuró Charlotte olvidándose de ser cortés en semejante momento.
“Y no los tiene,” dijo Lydia, aparentemente sin notar ofensa alguna. “Pero recibe una asignación trimestral de su tío. Y no puede retirarla hasta la tarde anterior al comienzo del trimestre. El banco insiste mucho en ello.”
Charlotte gruñó. Tenía sentido. Si ella estuviera a cargo de repartir la asignación trimestral de Rupert, probablemente no lo dejaría retirarla ni un minuto antes de que comenzara el trimestre.
Hundió la cabeza en las manos y apoyó los codos en las rodillas. Esto era horroroso. Ella siempre había sido excelente encontrando el lado bueno de una situación. Incluso cuando las cosas parecían completamente desoladoras, usualmente ella encontraba un ángulo de enfoque interesante, un sentido positivo, que la ayudaban a salir del apuro.
Pero hoy no.
Sólo una cosa era cierta. Iba a tener que ayudar a Lydia a fugarse, por muy desagradable que le pareciera. No era justo para Lydia casarse con el vizconde cuando ya se había entregado a Rupert.
Aunque tampoco era justo para el vizconde, Lydia era su hermana. Charlotte quería que fuera feliz. Aunque eso significara tener a Rupert Marchbanks por cuñado.
Así que, aunque no podía sacudirse la desagradable sensación que se enroscaba alrededor de su estomago, finalmente levantó la cabeza para mirar a Lydia y dijo: “Dime qué necesitas que haga.”
Capitulo Tres
“¡Ah! – ¡Ah! – ¡Ah!-“
“¿Está enferma?” oyó decir a una amable voz femenina, a cuya dueña Charlotte no podía identificar, y tampoco lo haría jamás, ya que sus ojos estaban cerrados en intensa concentración.
Sin mencionar que también los había cerrado para fingir un estornudo convincente.
“¡Ah – CHOOO!”
“¡Salud!,” dijo Rupert Marchbanks en voz alta, sacudiendo la cabeza de modo que los rubios mechones de su melena volaron fuera de sus ojos.” Me parece que la estoy haciendo estornudar.”
“¡Ah – CHOOO!”
“Dios mío,” dijo Lydia con preocupación, “no pareces estar bien.”
Charlotte deseaba, más que ninguna otra cosa, fulminar a su hermana con una sarcástica mirada, pero era imposible delante de tanto publico, así que en su lugar se lanzó a otro…