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“¡Ah – CHOOO!”

“Estoy seguro, la hago estornudar,” anunció Rupert. “Tengo que ser yo. Comenzó a estornudar tan pronto me acerqué a su lado.”

“¡Ah – CHOOO!”

“Véis,” agregó Rupert, sin dirigirse a nadie en particular. “Está estornudando.”

“Eso,” dijo con tono cansino una voz masculina que sólo podía pertenecer a Ned Blyton, “es indiscutible.”

“Bueno, pues entonces ella no puede ser mi pareja en el Juego del Buscador,” dijo Rupert. “Probablemente acabaría con la diversión.”

“¡Ah – CHOOO!” Charlotte estornudó más suavemente esta vez, sólo por darle variedad.

“¿Utiliza alguna colonia exótica?,” preguntó Lydia a Rupert. “¿O quizás un jabón nuevo?”

“¡Una nueva esencia!,” exclamó Rupert, sus ojos brillaron, como si acabara de descubrir la causa de la situación. “Estoy usando un nuevo perfume. Me lo hice enviar de Paris, por supuesto.”

“¿Paris?,” preguntó Lydia delicadamente. “¿Dice usted de Paris?”

Charlotte se preguntó si podría dar a Lydia un codazo en las costillas sin que nadie lo notara.

“Sí,” continuó Rupert, encantado, como siempre, de tener una audiencia para pontificar sobre moda o perfumes. “Es una encantadora combinación de sándalo y caquis.”

“Caquis. ¡Oh, no!,” se lamentó Charlotte, procurando regresar al tema principal. “Los caquis me hacen estornudar.” Intentó que sonara como si un torrente de lágrimas fuera a derramarse de sus ojos. Lo cual, por supuesto no era cierto, porque hasta ese día ella no sabía ni que los caquis existieran.

Lydia miró hacia Ned, y abatió sus ojos. “Oh, milord,” le rogó, “tendrá usted que cambiar su lugar con Rupert en el Juego del Buscador. No podemos esperar que Charlotte pase toda la tarde en su compañía.”

Ned miraba a Charlotte con una ceja enarcada. Ella se giró hacia él y estornudó.

“No,” dijo Ned, sacando delicadamente un pañuelo de su bolsillo y secándose la cara, “no podemos.”

Charlotte estornudó una vez más, mentalmente enviando una breve súplica de perdón, que iba a tener que alargarse hasta el sábado en la iglesia. Lo que Lydia sabía, y de hecho todas las hermanas Thornton sabían, era que nadie podía fingir un estornudo como Charlotte. Las chicas Thornton siempre se habían divertido enormemente con los falsos estornudos de Charlotte. Afortunadamente su madre nunca lo había descubierto, si no, estaría observando la escena con gran sospecha.

Ya que, como de costumbre, estaba ocupada con un huésped u otro, solamente dio a Charlotte unos golpecitos en la espalda, y le ordenó beber un poco de agua.

“¿Entonces está de acuerdo?,” le preguntó Lydia a Ned. “Nos volveremos a encontrar después del juego, por supuesto.”

“Por supuesto,” murmuró él. “Estoy encantado de formar pareja con su hermana. No podría rechazar a una dama en tales a…”

“¡Ah – CHOOO!”

“…puros.”

Charlotte le dirigió una brillante sonrisa de agradecimiento. Le parecía lo apropiado.

“¡Oh, gracias milord!,” dijo Lydia con efusión excesiva. “Todo está arreglado entonces. Debo alejar a Rupert de delante de Charlotte inmediatamente.”

“Oh, sí,” dijo Ned suavemente. “Debe.”

Lydia y Rupert se marcharon de inmediato, dejando a Charlotte a solas con Ned. Ella levantó la mirada vacilante. El estaba apoyado contra la pared, observándola con los brazos cruzados sobre el pecho.

Charlotte estornudó de nuevo, esta vez de verdad. puede que sí fuera alérgica a Rupert. El cielo sabía, que cualquiera que fuera la esencia con la que se había empapado a si mismo, todavía flotaba nocivamente en el aire.

“Quizás,” dijo Ned, elevando las cejas, “le sentaría bien un poco de aire fresco.”

“Oh, sí,” dijo Charlotte impacientemente. Si estuvieran en el exterior, habría un montón de cosas que sería lógico que ella mirara: árboles, nubes, piedrecillas… Cualquier cosa, con tal de no tener que mirar al vizconde a los ojos.

Porque tenía la secreta sospecha de que él sabía que todo había sido una farsa.

Le había dicho a Lydia que no iba a salir bien. Ned Blydon, obviamente, no era bobo. El no se iba a dejar engañar por una par de pestañeos y unos cuantos estornudos falsos. Pero Lydia había insistido en que necesitaba desesperadamente tiempo para estar a solas con Rupert, y planear su fuga. Y por ello era necesario que formaran pareja en el Juego del Buscador.

Su madre, desafortunadamente, ya había formado las parejas para el juego, y por supuesto había emparejado a Lydia con su prometido. En cuanto supo que Charlotte sería la pareja de Rupert, Lydia ideó el maldito plan de tener a Charlotte estornudando como si le hubieran dado cuerda. Charlotte pensó que no serían capaces de engañar a Ned, y de hecho, en cuanto se hallaron en el exterior, y tomaron una cuantas profundas bocanadas del cristalino aire primavera, él sonrió (pero muy poco) y dijo: “Ha sido toda una actuación.”

“¿Perdón?,” dijo ella, intentando ganar tiempo, porque no sabía que otra opción tenía.

El se miró las uñas con indiferencia. “Mi hermana siempre ha fingido unos estornudos impresionantes.”

“Oh, milord, le aseguro…”

“No,” dijo él, clavando sus ojos azules directamente en los de ella. “No me mienta y haga que deje de respetarla, señorita Thornton. Ha sido una demostración excelente. Y convencería a cualquier persona que no conociera a mi hermana. O a usted, supongo.”

“Engañó a mi madre,” murmuró Charlotte.

“Lo hizo, ¿no?,” contestó mirándola…bueno, cielos,…parecía que orgulloso de ella.

“Y podría haber engañado a mi padre también,” añadió. “Si hubiera estado aquí.”

“¿No quiere contarme el porqué de todo esto?”

“No especialmente,” dijo ella brillantemente, aprovechándose de la oportunidad de poder contestar simplemente con un sí o un no.

“¿Cómo está su tobillo?,” le preguntó Ned. El repentino cambio de tema la hizo parpadear.

“Mucho mejor,” dijo irónicamente, insegura de por qué le concedía un indulto temporal. “Apenas me duele ya. Sólo debe haber sido una torcedura.”

El indicó el camino que conducía lejos de la mansión. “¿Paseamos?,” murmuró.

Ella asintió vacilante, porque en realidad no podía creer que efectivamente hubiera abandonado el tema.

Y por supuesto, no lo había hecho.

“Debo decirle algo sobre mí,” dijo Ned, mirando hacia las copas de los árboles con engañosa indiferencia.

“Er, ¿qué es?”

“Generalmente consigo lo que me propongo.”

“¿Generalmente?”

“Casi siempre.”

Ella tragó con dificultad. “Ya veo.”

El sonrió suavemente. “¿De verdad?”

“Acabo de decir que sí,” murmuró.

“Por lo tanto,” continuó él, haciendo caso omiso de su último comentario, “es bastante seguro suponer que antes de que finalicemos el Juego del Buscador, que tan amablemente su madre ha organizado como entretenimiento, me contará por qué se ha esforzado tanto en asegurarse de que éramos hoy pareja en el Juego.”

“Er, ya veo,” volvió a decir ella, pensando que sonaba como una tonta. Pero su otra alternativa era el silencio, y, a tenor de la conversación, no parecía la mejor elección.

“¿Lo hace?,” preguntó él, con voz terriblemente suave. “¿Realmente lo hace?”

Ella enmudeció; no podía imaginar ninguna respuesta para esa pregunta.

“Podemos hacerlo de forma fácil,” dijo Ned, prosiguiendo como si estuviera hablando de algo poco más interesante que el tiempo, “y aclararlo ahora. O…,” agregó significativamente, “hacerlo de forma difícil, verdaderamente muy, muy difícil.”

“¿Nosotros?”

“Yo”

“Eso pensaba,” masculló ella.

“Así que,” dijo él, “¿estás preparada para contármelo todo?”

Ella lo miró directamente a los ojos. “¿Es usted siempre tan calmado y controlado?”