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“No,” replicó él. “Para nada. De hecho, me han asegurado que mi genio es bastante violento.” Devolviéndole la mirada, le sonrió. “Pero por lo general me las arreglo para perderlo sólo una o dos veces por temporada.”

Ella tragó nerviosamente. “Eso está muy bien por su parte.”

El continuó hablando de la misma forma, horriblemente controlada. “No veo ninguna razón para que pierda el genio ahora, ¿no?. Usted parece una joven razonable.”

“Muy bien,” dijo Charlotte, pensando que ese sanguinario hombre probablemente la ataría a un árbol (con expresión absolutamente calmada, por supuesto), si ella no le ofrecía algún tipo de explicación. “Lo que ha ocurrido no tiene nada que ver con usted.”

“¿De verdad?”

“¿Es tan difícil de creer?”

El ignoró el sarcasmo. “Continúe.”

Ella pensó rápidamente. “Es Rupert.”

“¿Marchbanks?,” inquirió él.

“Si. No puedo soportarlo.” Lo que no estaba muy lejos de la verdad. Charlotte había pensado en más de una ocasión que podría enfermar en su compañía. “Pensar en pasar una tarde entera en su compañía me hizo tener un ataque de pánico. Aunque debo decir que no esperaba que Lydia se ofreciera a cambiarme la pareja.”

El parecía muy interesado en su primera afirmación. “¿Pánico, dice?”

Ella plantó una expresión de franqueza en su rostro. “Intente pasar tres horas escuchándolo recitar su poesía, y entonces sabrá lo que es el pánico.”

Ned hizo una mueca. “¿Escribe poesía?”

Parecía dolido.

“Y cuando no lo está haciendo,” dijo Charlotte, consiguiendo hacerse con las riendas de la conversación, “está hablando acerca del análisis de la poesía, y de por qué la mayoría de la gente carece de las capacidades intelectuales apropiadas para entender la poesía.”

“¿Pero él si las posee?”

“Por supuesto.”

El asintió lentamente. “Tengo que confesar algo sobre este punto. No hay demasiada poesía en mí.”

Charlotte no lo sentía; se alegraba. “¿No?”

“No es como si habláramos en rima en las conversaciones cotidianas,” dijo él, haciendo un giro excluyente con la mano.

“¡Yo siento lo mismo!,” exclamó ella. “¿Cuándo,” le preguntó, “ha dicho usted ‘mi amor es como un ardor’?.”

“¡Dios bendito! Espero que nunca.”

Charlotte estalló en carcajadas.

“¡Ya sé!,” exclamó él de repente, señalando hacia las ramas de los árboles que formaban un techado de hojas por encima de su cabeza. “Esa hoja es roja.”

“¡Oh, por favor!,” dijo ella, intentando sonar desdeñosa, pero riendo todo el tiempo. “Incluso yo puedo hacerlo mejor.”

El hizo una mueca diabólica, y Charlotte, de repente, entendió porque tenía fama de romper tantos corazones en Londres. Por Dios, debería estar prohibido por ley ser tan guapo. Una sonrisa, y ella se estremecía hasta los dedos de los pies.

“Oh, ¿de verdad?,” se burló él. “Mejor que ‘Yo vi a mi hermana, y yo…’ “

“¿Y usted qué?,” lo incitó ella, al ver que luchaba por encontrar las palabras. “Ha hecho mal en escoger una palabra tan difícil de rimar.”

“¡La saludé en la mañana!,” finalizó él triunfantemente. “ ‘En la mañana y la envié…,’ bien, no sé dónde pero no al infierno. Su rostro lucía una expresión descarada. No sería de buena educación, ¿no cree?”

Charlotte no pudo contestar, porque las carcajadas no la dejaban.

“Bien,” dijo él mirándola muy satisfecho de sí mismo. “Bien, una vez que ha quedado claro que soy un extraordinario poeta, ¿cuál es el siguiente punto de nuestra lista?”

Charlotte echó un vistazo al arrugado trozo de papel que había olvidado que llevaba en la mano. “Oh, sí,” dijo. “El Juego del Buscador. Humm, déjeme ver, es una pluma, aunque no creo que sea necesario que encontremos las cosas en el orden en que están escritas.”

El inclinó la cabeza hacia un lado mientras intentaba descifrar la inclinadísima letra de la madre de Charlotte. “¿Qué más necesitamos? Un ladrillo rojo, un capullo de jacinto -eso es fácil, sé exactamente en qué parte del jardín se encuentran -; dos pliegos de papel de cartas que no pertenezcan al mismo juego, una cinta amarilla y un trozo de cristal.”

“ Un trozo de cristal,” repitió ella. “¿Dónde se supone que vamos a encontrar eso? No creo que mi madre esté de acuerdo conque rompamos una ventana.”

“Podría sustraerle los anteojos a mi hermana,” dijo él improvisadamente.

“Oh, eso es muy ingenioso.” Le dirigió una mirada de admiración. “Y astuto.”

“Bueno. Ella es mi hermana,” dijo modestamente. “Aunque no puedo enviarla al infierno. Pero ella no se quedara ciega sin ellos, y uno debe ser astuto en todo trato con los familiares, ¿no cree?”

“Ciertamente en tratos de esta naturaleza,” dijo Charlotte. Ella y sus hermanas se llevaban bien por lo general, pero siempre se tomaban el pelo y se gastaban jugarretas las una a las otras. Robar los anteojos a la hermana de Ned, para ganarles en el juego, bien, eso era algo que ella podía apreciar.

Ella observó su rostro, mientras él dejaba perder la mirada pensativo, su mente, al parecer, lejos de allí. No podía ayudarlo, pero reflexiono sobre qué buen tipo había resultado ser.

Desde que accediera a ayudar a Lydia a dejarlo plantado, se había sentido un poco culpable por ello, pero hasta ahora no se había sentido verdaderamente horrible.

Tenía la sensación de que el vizconde no amaba a su hermana; de hecho estaba segura de que no lo hacía. Pero él le había propuesto matrimonio, así que debía querer a Lydia como esposa por una razón u otra. Y como todos los hombres, tenía su orgullo. Y ella, Charlotte Eleanor Thornton, a quien le gustaba pensar en ella misma como en una persona honesta y de principios, estaba, de hecho, ayudando a orquestar su caída.

Charlotte sospechaba que debían existir cosas en esta vida más embarazosas que ser dejado plantado en el altar, pero en ese momento era incapaz de imaginar alguna.

El iba a sentirse humillado.

Y herido.

Por no mencionar furioso.

Y probablemente la mataría.

Lo peor, era que Charlotte no tenía ni idea de cómo detenerlo todo. Lydia era su hermana. Ella tenía que ayudarla, ¿no?. ¿No le debía ella su primera lealtad a su carne y su sangre? Y, además, si había algo que esta tarde le había quedado demostrado, era que Lydia y el vizconde realmente no encajaban. Lydia esperaba de sus pretendientes que le recitaran poesía. Charlotte no podía creer que pasara más de un mes desde su matrimonio antes de que intentaran matarse el uno al otro.

Pero aun así…, no estaba bien. Ned -¿cuándo había empezado a pensar en él llamándolo por su nombre de pila?- no se merecía el lamentable tratamiento que estaba a punto de recibir. El podía ser un poco presuntuoso, y ciertamente era arrogante, pero, a pesar de todo ello, parecía un buen hombre – sensible y divertido, y un verdadero caballero de corazón.

Y fue entonces cuando Charlotte se hizo una solemne promesa. Ella no permitiría que se quedara plantado, esperando, en la iglesia el sábado por la mañana. Puede que ella no pudiera detener la fuga de Lydia y Rupert -incluso puede que los ayudara- pero haría todo lo que estuviera en su mano por ahorrar a Ned un bochorno de la peor clase.

Tragó nerviosamente. Eso significaba buscarlo a altas horas de la noche, tan pronto como se asegurara de que Lydia estaba a salvo, lejos, pero no tenía otra opción. No, si quería vivir con la conciencia tranquila.

“Parece un poco seria de repente,” comento Ned.

Ella dio un respingo sorprendida ante el sonido de su voz. “Sólo absorta,” dijo rápidamente, complacida de que sobre esto, al menos, no mentía.

“Su hermana y el poeta parecen estar en una conversación bastante profunda, “dijo Ned reservado, señalando con la cabeza hacia la izquierda.