Afortunada volaba solitaria en la noche hamburguesa. Se alejaba batiendo enérgica las alas hasta elevarse sobre las grúas del puerto, sobre los mástiles de los barcos, y enseguida regresaba planeando, girando una y otra vez en torno al campanario de la iglesia.
– ¡Vuelo! ¡Zorbas! ¡Puedo volar! -graznaba eufórica desde la vastedad del cielo gris.
El humano acarició el lomo del gato.
– Bueno, gato, lo hemos conseguido -dijo suspirando.
– Sí, al borde del vacío comprendió lo más importante -maulló Zorbas.
– ¿Ah, sí? ¿Y qué es lo que comprendió? -preguntó el humano.
– Que sólo vuela el que se atreve a hacerlo -maulló Zorbas.