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– ¡Por las patas del cangrejo! -exclamó divertido el gato de mar-. ¡Es una linda pollita que algún día pondrá tantos huevos como pelos tengo en el rabo!

Zorbas lamió la cabeza de la pequeña gaviota. Lamentó no haber preguntado a la madre cómo se llamaba ella, pues si la hija estaba destinada a proseguir el vuelo interrumpido por la desidia de los humanos, sería hermoso que tuviera el mismo nombre de la madre.

– Considerando que la pollita ha tenido la fortuna de quedar bajo nuestra protección -maulló Colonello-, propongo que la llamemos Afortunada.

– ¡Por las agallas de la merluza! ¡Es un lindo nombre! -celebró Barlovento-. Recuerdo una hermosa goleta que vi en el mar Báltico. Se llamaba así, Afortunada, y era enteramente blanca.

– Estoy seguro de que en el futuro hará algo sobresaliente, extraordinario, y su nombre será incluido en el tomo uno, letra "A", de la enciclopedia -aseguró Secretario.

Todos estuvieron de acuerdo con el nombre propuesto por Colonello. Entonces, los cinco gatos formaron un círculo en torno a la pequeña gaviota, se levantaron sobre las patas traseras y estirando las delanteras hasta dejarla bajo un techo de garras maullaron el ritual del bautizo de los gatos del puerto.

– ¡Te saludamos, Afortunada, amiga de los gatos!

– ¡Ahoi! ¡Ahoi! ¡Ahoi! -exclamó feliz Barlovento.

6 Afortunada, de verdad afortunada

Afortunada creció deprisa, rodeada del cariño de los gatos. Al mes de vivir en el bazar de Harry era una joven y esbelta gaviota de sedosas plumas color plata. Cuando algunos turistas visitaban el bazar, Afortunada, siguiendo las instrucciones de Colonello, se quedaba muy quieta entre las aves embalsamadas simulando ser una de ellas. Pero por las tardes, cuando el bazar cerraba y el viejo lobo de mar se retiraba, deambulaba con su andar bamboleante de ave marina por todos los cuartos, maravillándose ante los miles de objetos que allí había, mientras Sabelotodo revisaba y revisaba libros buscando el método para que Zorbas le enseñara a volar.

– Volar consiste en empujar el aire hacia atrás y hacia abajo. ¡Ajá! Ya tenemos algo importante -musitaba Sabelotodo con la nariz metida en sus libros.

– ¿Y por qué debo volar? -graznaba Afortunada con las alas muy pegadas al cuerpo.

– Porque eres una gaviota y las gaviotas vuelan -respondía Sabelotodo-. Me parece terrible, ¡terrible!, que no lo sepas.

– Pero yo no quiero volar. Tampoco quiero ser gaviota -discutía Afortunada-. Quiero ser gato y los gatos no vuelan.

Una tarde se acercó hasta la entrada del bazar y tuvo un desagradable encuentro con el chimpancé.

– Sin hacer caca por ahí, ¡pajarraco! -chilló Matías.

– ¿Por qué me dice eso, señor mono? -preguntó con timidez.

– Es lo único que hacen los pájaros. Caca. Y tú eres un pájaro -repitió muy seguro el chimpancé.

– Se equivoca. Soy un gato y muy limpio -contestó Afortunada buscando la simpatía del simio-. Ocupo la misma caja que Sabelotodo.

– ¡Ja, ja! Lo que ocurre es que esa pandilla de sacos de pulgas te han convencido de que eres uno de ellos. Mírate el cuerpo: tienes dos patas y los gatos tienen cuatro. Tienes plumas y los gatos tienen pelo. ¿Y el rabo? ¿Eh? ¿Dónde tienes el rabo? Estás tan loca como el gato ese que se pasa la vida leyendo y maullando ¡terrible!, ¡terrible! ¡Pajarraco idiota! ¿Y quieres saber por qué te miman tus amigos? Porque esperan a que engordes para darse un gran festín contigo. ¡Te comerán con plumas y todo! -chilló el chimpancé.

Aquella tarde los gatos se extrañaron de que la gaviota no acudiera a comer su plato favorito: los calamares que Secretario escamoteaba de la cocina del restaurante.

Muy preocupados la buscaron, y fue Zorbas el que la encontró, encogida y triste entre los animales disecados.

– ¿No tienes hambre, Afortunada? Hay calamares -indicó Zorbas. La gaviota no abrió el pico.

– ¿Te sientes mal? -insistió Zorbas preocupado-. ¿Estás enferma?

– ¿Quieres que coma para que engorde? -preguntó sin mirarlo.

– Para que crezcas sana y fuerte.

– Y cuando esté gorda, ¿invitarás a las ratas a comerme? -graznó con los ojos llenos de lágrimas.

– ¿De dónde sacas esas tonterías? -maulló enérgico Zorbas.

Haciendo pucheros, Afortunada le refirió todo lo que Matías le había chillado. Zorbas le lamió las lágrimas y de pronto se oyó a sí mismo maullando como nunca antes lo había hecho:

– Eres una gaviota. En eso el chimpancé tiene razón, pero sólo en eso. Todos te queremos, Afortunada. Y te queremos porque eres una gaviota, una hermosa gaviota. No te hemos contradicho al escucharte graznar que eres un gato porque nos halaga que quieras ser como nosotros, pero eres diferente y nos gusta que seas diferente. No pudimos ayudar a tu madre pero a ti sí. Te hemos protegido desde que saliste del cascarón. Te hemos entregado todo nuestro cariño sin pensar jamás en hacer de ti un gato. Te queremos gaviota. Sentimos que también nos quieres, que somos tus amigos, tu familia, y es bueno que sepas que contigo aprendimos algo que nos llena de orgullo: aprendimos a apreciar, respetar y querer a un ser diferente. Es muy fácil aceptar y querer a los que son iguales a nosotros, pero hacerlo con alguien diferente es muy difícil y tú nos ayudaste a conseguirlo. Eres una gaviota y debes seguir tu destino de gaviota. Debes volar. Cuando lo consigas, Afortunada, te aseguro que serás feliz, y entonces tus sentimientos hacia nosotros y los nuestros hacia ti serán más intensos y bellos, porque será el cariño entre seres totalmente diferentes.

– Me da miedo volar -graznó Afortunada incorporándose.

– Cuando eso ocurra yo estaré contigo -maulló Zorbas lamiéndole la cabeza-. Se lo prometí a tu madre.

La joven gaviota y el gato grande, negro y gordo empezaron a caminar. El lamía con ternura su cabeza, y ella le cubrió el lomo con una de sus alas extendidas.

7 Aprendiendo a volar

– Antes de empezar revisaremos por última vez los aspectos técnicos -maulló Sabelotodo.

Desde la parte más alta de una estantería, Colonello, Secretario, Zorbas y Barlovento observaban atentamente lo que ocurría abajo. Allí estaban Afortunada, de pie en el extremo de un pasillo que habían denominado pista de despegue, y Sabelotodo al otro extremo, inclinado sobre el tomo doce, letra "L" de la enciclopedia. El volumen estaba abierto en una de las páginas dedicadas a Leonardo Da Vinci, y en ellas se veía un curioso artefacto bautizado "máquina de volar" por el gran maestro italiano.

– Por favor, comprobemos primero la estabilidad de los puntos de apoyo a y b -indicó Sabelotodo.

– Probando puntos de apoyo a y b -repitió Afortunada saltando primero sobre la pata izquierda y luego sobre la derecha.

– Perfecto. Ahora probaremos la extensión de los puntos c y d -maulló Sabelotodo, que se sentía tan importante como un ingeniero de la NASA.

– Probando extensión de los puntos c y d -obedeció Afortunada extendiendo las dos alas.

– ¡Perfecto! -indicó Sabelotodo-. Repitamos todo una vez más.

– ¡Por los bigotes del rodaballo! ¡Déjala volar de una vez! -exclamó Barlovento.

– ¡Le recuerdo que soy responsable técnico del vuelo! -contestó Sabelotodo-. Todo debe estar convenientemente asegurado, pues de lo contrario las consecuencias pueden ser terribles para Afortunada. ¡Terribles!

– Tiene razón. El sabe lo que hace -opinó Secretario.

– Es exactamente lo que yo iba a maullar -refunfuñó Colonello-. ¿Dejará usted alguna vez de quitarme los maullidos de la boca?

Afortunada estaba allí, a punto de intentar su primer vuelo, porque la última semana habían ocurrido dos hechos que hicieron comprender a los gatos que la gaviota deseaba volar, aunque ocultara muy bien su deseo.

El primero ocurrió cierta tarde en que Afortunada acompañó a los gatos a tomar el sol en el tejado del bazar de Harry. Tras disfrutar una hora de los rayos del sol, vieron a tres gaviotas volando arriba, muy arriba.

Se las veía hermosas, majestuosas, recortadas contra el azul del cielo. A ratos parecían paralizarse, flotar simplemente en el aire con las alas extendidas, pero bastaba un leve movimiento para que se desplazaran con una gracia y una elegancia que despertaban envidia, y daban ganas de estar con ellas allá arriba. De pronto los gatos dejaron de mirar al cielo y posaron sus ojos en Afortunada. La joven gaviota observaba el vuelo de sus congéneres y, sin darse cuenta, extendía las alas.

– Miren eso. Quiere volar -comentó Colonello.

– Sí, es hora de que vuele -aprobó Zorbas-. Ya es una gaviota grande y fuerte.

– Afortunada, ¡vuela! ¡Inténtalo! -le animó Secretario.

Al oir los maullidos de sus amigos, Afortunada plegó las alas y se acercó a ellos. Se tumbó junto a Zorbas y empezó a hacer sonar el pico simulando que ronroneaba.

El segundo hecho ocurrió al día siguiente, cuando los gatos escuchaban una historia de Barlovento.

…y como les maullaba, las olas eran tan altas que no podíamos ver la costa y, ¡por la grasa del cachalote! para colmo de males, teníamos la brújula descompuesta. Cinco días y sus noches llevábamos en medio del temporal, sin saber si navegábamos hacia el litoral o si nos internábamos mar adentro. Entonces, cuando nos sentíamos perdidos, el timonel vio la bandada de gaviotas. ¡Qué alegría, compañeros! Pusimos proa siguiendo el vuelo de las gaviotas y conseguimos llegar a tierra firme. ¡Por los colmillos de la barracuda! Esas gaviotas nos salvaron la vida. Si no las hubiéramos visto, yo no estaría aquí maullándoles el cuento.

Afortunada, que siempre seguía con mucha atención las historias del gato de mar, lo escuchaba con los ojos muy abiertos.

– ¿Las gaviotas vuelan en días de tormenta? -preguntó.

– ¡Por las descargas de la anguila! Las gaviotas son las aves más fuertes del universo -aseguró Barlovento-. No hay pájaro que sepa volar mejor que una gaviota.

Los maullidos del gato de mar calaban muy profundamente en el corazón de Afortunada. Golpeaba el suelo con las patas y su pico se movía nervioso.

– ¿Quieres volar, señorita? -inquirió Zorbas.

Afortunada los miró uno a uno antes de responder.

– ¡Sí! ¡Por favor, enséñenme a volar! Los gatos maullaron su alegría y enseguida se pusieron patas a la obra. Habían esperado largamente aquel momento. Con toda la paciencia que caracteriza a los gatos habían esperado a que la joven gaviota les comunicara sus deseos de volar, porque una ancestral sabiduría les hacía comprender que volar es una decisión muy personal. Y el más feliz de todos era Sabelotodo, que ya había encontrado los fundamentos del vuelo en el tomo doce, letra "L" de la enciclopedia, y por eso se encargaría de dirigir las operaciones.

– ¡Lista para el despegue! -indicó Sabelotodo.

– ¡Lista para el despegue! -anunció Afortunada.

– Empiece el carreteo por la pista empujando para atrás el suelo con los puntos de apoyo a y b -ordenó Sabelotodo.

Afortunada empezó a avanzar, pero lentamente, como si patinara sobre ruedas mal engrasadas.

– ¡Más velocidad! -exigió Sabelotodo. La joven gaviota avanzó un poco más rápido.

– ¡Ahora extienda los puntos c y d! -instruyó Sabelotodo.

Afortunada extendió las alas mientras avanzaba.

– ¡Ahora levante el punto e! -ordenó Sabelotodo.

Afortunada elevó las plumas de la rabadilla.

– ¡Y ahora, mueva de arriba abajo los puntos c y d para empujar el aire hacia abajo y simultáneamente encoja los puntos a y b! -instruyó Sabelotodo.

Afortunada batió las alas, encogió las patas, se elevó un par de palmos, pero de inmediato cayó como un fardo.

De un salto los gatos bajaron de la estantería y corrieron hacia ella. La encontraron con los ojos llenos de lágrimas.

– ¡Soy una inútil! ¡Soy una inútil! -repetía desconsolada.

– Nunca se vuela al primer intento, pero lo conseguirás. Te lo prometo -maulló Zorbas lamiéndole la cabeza.

Sabelotodo trataba de encontrar el fallo revisando una y otra vez la máquina de volar de Leonardo.