» Cuando había encendido la luz en una habitación, entraban el amo, el ama y la bella Carolina. Mirábamos entonces todos los cuadros, y pasaba yo a la habitación siguiente. Secretamente el ama tenía un gran miedo a encontrarse con un cuadro que se asemejara a aquel rostro… todos lo teníamos; pero no estaba. La Madonna y el Niño, San Francisco, San Sebastián, Venus, Santa Catalina, ángeles, bandidos, frailes, iglesias en el ocaso, batallas, caballos blancos, bosques, apóstoles, dogos, todos mis antiguos conocidos tantas veces repetidos… así es. Pero no había un hombre guapo y oscuro vestido de negro, reservado y secreto, de cabellos negros y mostacho gris que mirara al ama desde la oscuridad; ése, no existía.
» Después de haber pasado por todas las habitaciones, contemplando todos los cuadros, salimos a los jardines. Estaban hermosamente cuidados, pues habían contratado un jardinero, y eran grandes y sombríos. En un lugar había un teatro rústico a cielo abierto; el escenario era una pendiente verde; los bastidores, con tres entradas por un lado, eran pantallas de hojas aromáticas. El ama movió sus ojos brillantes, incluso allí, como si esperara ver el rostro saliendo a escena; pero todo estaba bien.
» -Bien, Clara -dijo el amo en voz baja-. Ya ves que no hay nada. ¿Eres feliz?
» El ama se sentía muy animada. Enseguida se habituó a aquel feo palacio y empezó a cantar, a tocar el arpa, a copiar los viejos cuadros y a pasear con el amo bajo los árboles verdes y los emparrados el día entero. Ella era hermosa. Él se sentía feliz. Solía echarse a reír y me decía, montando a caballo por la mañana antes de que apretara el calor:
» -¡Baptista, todo va bien!
» -Así es, signore, gracias a Dios, todo va muy bien.
» No recibíamos visitas. Llevé a la bella al Duomo y a la Annunciata, al café, a la ópera, al pueblo de Festa, a los jardines públicos, al teatro diurno, a las marionetas. La hermosa estaba encantada con todo lo que veía. Y aprendió italiano milagrosamente. ¿Se había olvidado totalmente el ama de ese sueño?, le preguntaba a veces a Carolina. Casi, contestaba la bella… casi. Estaba olvidándolo.
» Un día, el amo recibió una carta y me llamó.
» -¡Baptista!
» -¡Signore!
» -Se me ha presentado un caballero que cenará hoy aquí. Dice llamarse Signore Dellombra. Dispón que cene como un príncipe.
» Era un nombre extraño que yo desconocía Pero últimamente había muchos nobles y caballero perseguidos por los austriacos por sospechas políticas y algunos habían cambiado de nombre. Quizá, éste fuera uno de ellos. ¡Altro! Dellombra era para mí un nombre tan bueno como cualquier otro.
» Cuando llegó a cenar el Signore Dellombra (contó el correo genovés en voz baja, tal como había hecho en otra ocasión), le llevé hasta la sala de recibir, el gran salón del viejo palazzo. El amo le recibí¿ con cordialidad y le presentó a su esposa. Al levantarse ésta le cambió el rostro, lanzó un grito y cayó desmayada sobre el suelo de mármol.
» Entonces volví la cabeza hacia el Signore Dellombra y vi que iba vestido de negro, que tenía un aire reservado y secreto, que era un hombre oscuro de muy buen aspecto, de cabellos negros y mostacho gris.
» El amo levantó a su esposa en brazos y la llevé al dormitorio, donde yo envié inmediatamente a la bella Carolina. Ésta me contó después, que el ama estaba aterrada mortalmente, y que se pasó toda la noche pensando en el sueño.
» El amo se encontraba molesto y ansioso… más colérico, pero muy solícito. El Signore Dellombra era un caballero cortés y habló con gran respeto y simpatía del hecho de que el ama se encontrara tar enferma. El viento africano llevaba soplando algunos días (así se lo habían dicho en su hotel de la Cruz de Malta), y él sabía que a menudo era dañino. Deseaba que la hermosa dama se recuperara pronto. Pidió permiso para retirarse y renovar su visita cuando pudiera tener la felicidad de saber que su esposa estaba mejor. El amo no se lo permitió y cenaron a solas.
» Se retiró pronto. Al día siguiente llegó a caballo hasta la puerta para preguntar por el ama. En aquella semana, lo hizo en dos o tres ocasiones.
» Lo que yo observé por mí mismo, unido a lo que la bella Carolina me contó, me bastó para comprender que el amo había decidido curar a su esposa de su caprichoso terror. Era todo amabilidad, pero se mantuvo sensato y firme. Razonó con ella que estimular esas fantasías era provocar la melancolía, cuando no la locura. Que tenía que ser ella misma. Que si lograba enfrentarse a su extraña debilidad y recibir felizmente al Signore Dellombra tal como una dama inglesa recibiría a cualquier otro invitado, habría vencido su fantasía para siempre. Para abreviar, el Signore regresó, y el ama le recibió sin que se le notara ninguna preocupación (aunque todavía con ciertas limitaciones y aprensiones), por lo que la noche pasó serenamente. El amo estaba tan complacido con este cambio, y tan deseoso de confirmarlo, que el Signore Dellombra se convirtió en un invitado constante. Era muy entendido en cuadros, libros y música, y su compañía habría sido bien recibida en cualquier palazzo triste.
» Muchas veces observé que el ama no se había recuperado del todo. Delante del Signore Dellombra bajaba la mirada e inclinaba la cabeza, o lo contemplaba con una mirada aterrada y fascinada, como si su presencia tuviera sobre ella una influencia o un poder malignos. Pasando de ella a él, solía verle en los jardines sombreados, o en la gran sala iluminada a medias, podríamos decir que «mirándola fijamente desde la oscuridad». Pero lo cierto es que yo no había olvidado las palabras de la bella Carolina al describir el rostro del sueño.
» Tras su segunda visita, oí decir al amo:
» -¡Ya ves, mi querida Clara, ahora todo ha terminado! Dellombra ha venido y se ha ido, y tu aprensión se ha roto como si fuera de cristal.
» -¿Volverá… volverá de nuevo? -preguntó el ama.
» -¿De nuevo? ¡Claro, una y otra vez! ¿Tienes frío? -le preguntó al ver que ella se estremeció.
» -No, querido; pero ese hombre me aterra: ¿estás seguro de que tiene que volver otra vez?
» -¡El hecho mismo de que me lo preguntes hace que todavía esté más seguro, Clara! -contestó el amo alegremente.
» Pero ahora el amo estaba muy esperanzado en la recuperación completa de su esposa, y cada día que pasaba lo estaba más. Ella era hermosa y él se sentía feliz.
» -¿Va todo bien, Baptista? -me preguntaba de vez en cuando.
» -Así es, signore, gracias a Dios; todo va muy bien.
» Para el carnaval, nos fuimos todos a Roma (dijo el correo genovés forzándose a hablar un poco más alto). Yo había pasado fuera el día entero con un siciliano amigo mío, también correo, que se encontraba allí con una familia inglesa. Al regresar por la noche al hotel encontré a la pequeña Carolina, que nunca salía de casa sola, corriendo aturdida por el Corso.
» -¡Carolina! ¿Qué sucede?
» -¡Ay, Baptista! ¡Ay, en el nombre del Señor! ¿Dónde está mi ama?
» -¿El ama, Carolina?
» -Se fue por la mañana… cuando el amo salió a su paseo diurno, me dijo que no la llamara, pues estaba fatigada por no haber descansado durante la noche (había tenido dolores) y se quedaría en la cama hasta la tarde, para levantarse así recuperada. ¡Pero se ha ido!… ¡Se ha ido! El amo ha regresado, ha echado la puerta abajo y ella ha desaparecido. ¡Mi bella, mi buena, mi inocente ama!