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¡Bliiip!

Reuben dejó de hablar. El pitido había surgido del implante. —Aprendizaje de lenguaje —dijo Hak—. Siga.

—¿Aprendizaje? Pero…

—Siga —repitió Hak.

—Um, sí, vale. Muy bien.

De repente Ponter asintió, como si hubiera oído una petición que Reuben no hubiera advertido. Señaló la puerta de la habitación.

—¿Eso? —dijo Reuben—. Oh, eso es una puerta.

—Demasiadas palabras —dijo Hak.

Reuben asintió.

—Puerta —dijo—. Puerta.

Ponter se levantó de la cama y caminó hacia la puerta. Puso su manaza sobre el pomo, y la abrió.

—Um —dijo Reuben. Y luego—: ¡Oh! Abrir. Abrir.

Ponter cerró la puerta.

—Cerrar.

Ponter abrió y cerró repetidas veces la puerta.

Reuben frunció el entrecejo, y luego comprendió.

—Abrir. Está abriendo la puerta. O cerrándola. Abrir. Cerrar. Abrir. Cerrar.

Ponter se dirigió a la ventana. La indicó con un gesto de ambas manos. —Ventana —dijo Reuben.

Dio un golpecito al cristal.

—Cristal —informó Reuben.

De nuevo la voz femenina cuando Ponter subió la ventana, exponiendo la pantalla.

—Estoy abriendo la ventana.

—¡Sí! —dijo Reuben—. ¡Abriendo la ventana! ¡Sí!

Ponter bajó la ventana.

—Estoy cerrando la ventana —dijo la voz femenina.

—¡Sí! —dijo Reuben—. ¡Sí, eso es!

13

Adikor Huld había olvidado cómo era Últimos Cinco. Podía olerlas, oler a todas las mujeres. No estaban menstruando… todavía no. El principio de eso, coincidiendo con la luna nueva, marcaría el final de Últimos Cinco, el final del mes actual y el principio del siguiente. Pero todas estarían menstruando pronto; lo notaba por las feromonas que flotaban en el aire.

Bueno, no todas ellas, naturalmente. Las pre-púberes (miembros de la generación 148) no lo harían, ni tampoco las posmenopáusicas, miembros en su mayoría de la generación 144, ni todas las de generaciones anteriores. Y si alguna de ellas estuviera preñada o dando el pecho, tampoco menstruaría. Pero la generación 149 no se produciría hasta dentro de muchos meses y la generación 148 había sido destetada hacía tiempo. Naturalmente, había unas cuantas que, normalmente sin tener ninguna culpa, eran estériles. Pero el resto, al vivir juntas en el Centro, al oler fácilmente las feromonas de las otras, todas sincronizaban sus ciclos: todas estaban a punto de iniciar el periodo.

Adikor comprendía bien que eran los cambios hormonales los que hacían que muchas de ellas estuvieran inquietas al final de cada mes, y por eso sus antepasados varones, mucho antes de que empezaran a numerar las generaciones, se retiraban a las montañas durante esa época.

El conductor dejó a Adikor cerca de la casa que estaba buscando, un sencillo edificio rectangular, cubierto a medias por la arboricultura, construido en parte con ladrillos y argamasa, con paneles solares en el techo. Adikor inspiró profundamente por la boca: un acto tranquilizador que eludía sus senos nasales y su sentido del olor. Resopló lentamente y recorrió el pequeño sendero entre la disposición de rocas, flores, hierba y matorrales que cubrían el área frontal de la casa. Cuando llegó a la puerta, que estaba entornada, llamó:

—¿Hola? ¿Hay alguien en casa?

Un momento después apareció Jasmel Ket. Era alta, esbelta y acababa de pasar su 225 luna, la edad de la mayoría. Adikor vio a Ponter en su cara, y a Klast también: por fortuna, Jasmel había heredado los ojos de él y las mejillas de ella, en vez de al revés.

—Qqqué —tartamudeó Jasmel. Luchó por controlarse, luego lo intentó otra vez—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Día sano, Jasmel —dijo Adikor—. Ha pasado mucho tiempo.

—Tienes un montón de músculos en el cuello para venir aquí… ¡y durante Últimos Cinco, además!

—Yo no maté a tu padre —dijo Adikor—. De verdad, no lo hice.

—Ha desaparecido, ¿no? Si está vivo, ¿dónde está?

—Si está muerto, ¿dónde está su cadáver? —preguntó Adikor.

—No lo sé. Daklar dice que te deshiciste de él.

—¿Está aquí Daklar?

—No, ha ido al intercambio de habilidades.

—¿Puedo pasar?

Jasmel miró su implante Acompañante, como para asegurarse de que seguía funcionando.

—Yo… supongo que sí —dijo.

—Gracias.

Ella se hizo a un lado, y Adikor entró en la casa. El interior era fresco, un alivio que se agradecía en el calor del verano. Un robot casero ronroneaba al fondo, levantando cosas con sus brazos de insecto y sorbiendo el polvo con su pequeña aspiradora.

—¿Dónde está tu hermana? —preguntó Adikor.

—Megameg —dijo Jasmel, recalcando el nombre, como si fuera un detalle que Adikor hubiera olvidado—. Megameg está jugando al barstalk con sus amigas.

Adikor se preguntó si tenía que demostrar que lo sabía todo acerca de Megameg; después de todo, Ponter hablaba de ella y de Jasmel constantemente. Si ésa hubiera sido una visita social, tal vez lo hubiese mencionado. Pero era más que eso, mucho más.

—Sí, Megameg Bek. Una 148, ¿verdad? Un poco pequeña para su edad, pero quisquillosa. Quiere ser cirujano cuando crezca, creo. Jasmel no dijo nada.

—Y tú —continuó Adikor—, Jasmel Ket, estudias para ser historiadora. Te interesa en especial la Evsoy anterior a la generación uno, pero también te atraen las generaciones treinta a cuarenta de este continente y…

—Muy bien —dijo Jasmel, interrumpiéndolo.

—Tu padre hablaba a menudo de vosotras… y con gran orgullo y amor.

Jasmel alzó levemente las cejas, claramente sorprendida y halagada al mismo tiempo.

—Yo no lo maté —repitió Adikor—. Créeme, lo echo más de menos de lo que puedo decir. Es…

Se detuvo. Había estado a punto de señalar que no había habido todavía un Dos que se convierten en Uno desde la desaparición de Ponter; Jasmel no había tenido que enfrentarse a su ausencia todavía. De hecho, habría sido raro que ella hubiera visto a su padre en los tres últimos días, desde la última vez que Dos dejaron de ser Uno. Pero Adikor había tenido que afrontar la realidad de la ausencia de Ponter, el vacío de su hogar, todos los momentos conscientes desde que desapareció. Sin embargo, no tenía sentido discutir quién sentía la pena más grande; después de todo Adikor reconocía que, por mucho que amara a Ponter, Ponter y su hija Jasmel estaban relacionados genéticamente.

Sin embargo, tal vez Jasmel había estado pensando lo mismo.

—Yo también lo echo de menos. Ya. Yo… —Apartó la mirada—. No pasé mucho tiempo con él cuando Dos se convirtieron en Uno la última vez. Está ese chico, sabes, que…

Adikor asintió. No estaba seguro de cómo era ser padre de una mujer joven. Él mismo no había tenido ningún hijo de la generación 147; Oh, se había emparejado con Lurt cuando esa generación fue concebida, pero por algún motivo ella no se quedó embarazada… y, sí, habían soportado los chistes de rigor sobre un físico y una química que no lograban comprender la biología. El retoño de Adikor de la generación 148 era Dab, un niño pequeño que todavía vivía con su madre, y Dab quería pasar todo el tiempo posible con su padre cuando se reunían cada mes.

Pero Adikor había oído… bueno, no eran realmente quejas de Ponter. El comprendía que así eran las cosas. Pero, de todas formas, que Jasmel tuviera tan poco tiempo para él cuando Dos se convertían en Uno había entristecido a Ponter, Adikor lo sabía. Y ahora, al parecer, Jasmel estaba aceptando el hecho de que su padre no estaría allí nunca más, que echaría de menos el tiempo que podría haber pasado con él, y ya no había manera de enmendar las cosas, ningún modo de recuperarlo, ni de volver a ser abrazada por él, ni de oír su voz alabándola o contándole un chiste o preguntándole cómo le iban las cosas.