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Jasmel no ocultó su frustración. Miró al hombretón.

—Bueno, ¿y si baja usted con nosotros? Así verá qué hace Adikor.

—¿Bajar ahí? —Dut rió—. ¿Quiere que baje al único sitio donde mi Acompañante no puede ser controlado… y que lo haga con la persona que puede haber cometido allí un asesinato anteriormente? Me está cepillando el pelo de la espalda.

—Tiene que dejarle bajar —insistió Jasmel.

Pero Dut negó con la cabeza.

—No. Lo que tengo que hacer es impedirle que baje.

Adikor sacó la mandíbula.

—¿Cómo? —dijo.

—¿Qqué… qué dice? —replicó Dut.

—¿Cómo? ¿Cómo va a impedirme que baje?

—Usando todos los medios necesarios —dijo Dut, con tranquilidad.

—Muy bien, pues —dijo Adikor. Permaneció inmóvil un momento, como pensando si realmente quería intentar hacer eso—. Muy bien, pues —repitió, y empezó a caminar resueltamente hacia la entrada del ascensor.

—Alto —dijo Dut, sin ningún énfasis.

—¿O qué? —dijo Adikor, sin mirar atrás. Trató de parecer intrépido, pero la voz le falló y no produjo el efecto que quería—. ¿Va a darme un golpe en el cráneo?

A su pesar, los músculos de su cuello se contrajeron, preparándose para el golpe.

—Ni hablar —dijo Dut—. Lo dormiré con un dardo tranquilizante. Adikor dejó de andar y se dio media vuelta.

—Oh.

Bueno, nunca se había topado con la ley antes… ni conocía a nadie que lo hubiera hecho. Supuso que tenía sentido que tuvieran un modo de detener a la gente sin causarle daño.

Jasmel se interpuso entre Adikor y el lanzador de dardos que Dut sostenía ahora en la mano.

—Tendrá que dispararme a mí primero —dijo—. Va a bajar.

—Como quiera. Pero se lo advierto: despertará con un dolor de cabeza terrible.

—¡Por favor! —dijo Jasmel—. Está intentando salvar a mi padre, ¿no lo entiende?

Por una vez, la voz de Dut tuvo algo de calor.

—Está agarrando usted humo. Sé que debe de ser muy duro, pero tiene que aceptar la realidad. —Hizo un gesto con el lanzador para que los dos se marcharan de la mina—. Lo siento, pero su padre está muerto.

17

El laboratorio de genética de la Universidad Laurentian no disponía del equipo especial para extraer ADN degradado de especímenes antiguos, como el laboratorio de Mary en York. Pero nada de eso haría falta. Era una cuestión sencilla tomar las células de la boca de Ponter y extraer ADN de una de las mitocondrias: en cualquier laboratorio genético del mundo podría haberlo hecho.

Mary introdujo dos imprimaciones, pequeñas piezas de ADN mitocondrial que encajaban con el principio de la secuencia que había identificado hacía años en el fósil del Neanderthal alemán. Luego añadió la enzima polimerasa ADN y disparó la reacción en cadena de polimerasa, que haría que la sección en la que estaba interesada se ampliara, reproduciéndose una y otra vez, duplicándose en cada ocasión. Pronto tendría millones de copias de la cadena para analizar.

Como había dicho Reuben Montego, el laboratorio realizaba mucho trabajo forense, y por eso tenían cinta selladora para cristal. La cinta se usaba para que los genetistas pudieran declarar sin ningún género de duda que no había manera de que el contenido de un frasco hubiera sido alterado cuando no lo tenían delante. Mary selló el bote donde estaba teniendo lugar la amplificación RCP y firmó en la cinta.

Usó entonces uno de los ordenadores del laboratorio para acceder a su correo en York. Había recibido más correo electrónico en el último día que en todo el mes anterior, y muchos mensajes eran de expertos en Neanderthal de todo el mundo que de algún modo se habían enterado de que ella estaba en Sudbury. Había mensajes de la Universidad de Washington, la Universidad de Michigan, la UCB, la UCLA, Brown, SUNY Stony Brook, Stanford, Cambridge, el Museo de Historia Natural de Inglaterra, el Instituto de Prehistoria Cuaternaria y Geología de Francia, de sus viejos amigos del Rbeinisches Landesmuseum, y más, todos pidiendo muestras del ADN del Neanderthal, al mismo tiempo que hacían bromas al respecto, como si, naturalmente, aquello no pudiera estar sucediendo de verdad.

Ella ignoró todos aquellos mensajes, pero sintió la necesidad de enviar una nota a su estudiante graduada en York:

Daria:

Lamento dejarte en la estacada, pero sé que puedes encargarte de todo. Estoy segura de que has visto los informes en la prensa, y todo lo que puedo decir es, sí, parece que existe la posibilidad de que sea un Neanderthal. Ahora mismo estoy haciendo pruebas de ADN para averiguarlo con seguridad.

No sé cuándo volveré. Probablemente me quede aquí unos cuantos días más, como mínimo. Pero quería decirte…, advertirte, en realidad…, que creo que un hombre intentó seguirme cuando salí del laboratorio el viernes por la noche. Sé precavida… si vas a trabajar hasta tarde, haz que tu novio venga a recogerte al final del día o que alguien te acompañe hasta la residencia.

Ten cuidado.

MNV

Mary leyó la nota un par de veces y luego pulsó: «Enviar ahora.» Luego permaneció sentada contemplando la pantalla durante mucho, mucho tiempo.

Maldición.

Maldición. Maldición. Maldición.

No podía quitárselo de la cabeza, ni siquiera cinco minutos. Calculaba que la mitad de sus pensamientos de aquel día se habían centrado en los horribles acontecimientos de… Dios mío, ¿había sido apenas ayer? Parecía mucho más lejano, aunque los recuerdos de las cosas que él le había hecho estaban todavía marcados a fuego.

Si hubiera estado en Toronto, podría haberlo hablado con su madre, pero…

Pero su madre era una buena católica, y no había forma de evitar temas desagradables cuando se hablaba acerca de una violación. A mamá le preocuparía que Mary pudiera estar embarazada… y no admitiría jamás un aborto. Mary y ella habían discutido sobre el edicto de Juan Pablo II por el que las monjas violadas en Bosnia debían tener sus hijos. Y decirle a su madre que no había nada de lo que preocuparse porque Mary tomaba la píldora no iba a ser mucho mejor. En lo que a los padres de Mary se refería, el método Ogino era la única forma aceptable de control de la natalidad… Mary pensaba que era un milagro que sólo tuviera tres hermanos en lugar de una docena.

Y, claro, podía hablar con sus hermanos, pero… le resultaba imposible hablar con un hombre, con cualquier hombre, de aquello. Eso descartaba a sus hermanos, Bill y John. Y su única hermana, Christine, se había mudado a Sacramento, y no parecía un tema adecuado para hablarlo por teléfono.

Y sin embargo tenía que hablar con alguien. Con alguien en persona. Con alguien, allí.

Había un ejemplar del calendario de la universidad en una mesa del laboratorio; Mary encontró el mapa del campus en él y localizó lo que estaba buscando. Se levantó y recorrió el pasillo hasta las escaleras, pasó del edificio de Ciencia Uno al de las aulas y se encaminó por lo que los estudiantes de la Laurentian llamaban «el callejón de los bolos», el largo pasillo de cristal de la planta baja que corría entre el edificio de las aulas y la sala de actos. Lo recorrió seguida por el sol de la tarde, dejó atrás un puesto de donuts y unos cuantos kioscos dedicados a actividades estudiantiles. Finalmente giró a la izquierda al fondo del callejón de los bolos, dejó atrás las oficinas, subió las escaleras, dejó atrás la librería del campus y recorrió un corto pasillo.

Acudir al centro de crisis de violación de la Universidad de York quedaba completamente descartado. Los consejeros de allí eran voluntarios en su mayoría, y aunque sin duda se protegía la confidencialidad, el chismorreo de que una docente hubiera sido atacada resultaría irresistible. Además, podían verla entrar o salir de la oficina.