Tranquilízate, muchacha.
Sin duda no le parecía más atractiva a Ponter de lo que él le parecía a ella. Ponter siguió rascándose unos instantes más, y luego se apartó de la enorme estantería. Hizo un gesto con la palma abierta, como invitando a Mary a ocupar su turno.
A ella le preocupaba dañar la madera o derribar las cosas de los estantes, pero todo parecía haber sobrevivido a los vigorosos movimientos de Ponter.
—Gracias —dijo Mary. Cruzó la habitación, se colocó detrás de una mesita de café de vidrio y apoyó la espalda en la esquina de la estantería. Se frotó un poco contra la madera. La verdad es que se sintió bien, aunque el cierre del sujetador se le encallaba al pasar por el ángulo.
—Bueno, ¿sí? —dijo Ponter.
Mary sonrió.
—Sí.
Justo entonces sonó el teléfono. Ponter lo miró, y Mary también. Volvió a sonar.
—Desde luego, no para yo —dijo Ponter.
Mary se echó a reír y se acercó a una mesita esquinera, que sostenía un teléfono verdiazulado de una sola pieza. Descolgó.
—Casa del doctor Montego.
—¿Está ahí la profesora Mary Vaughan por casualidad? —preguntó una voz masculina.
—Um, al aparato.
—¡Magnífico! Me llamo Sanjit. Soy productor de Planeta Diario, el noticiario científico nocturno de Discovery Channel Canadá.
—Oh —dijo Mary—. Es un programa muy bueno.
—Gracias. Hemos estado siguiendo ese asunto del Neanderthal que ha aparecido en Sudbury. Francamente, no lo creímos al principio, pero bueno, nos acaba de llegar un teletipo que dice que usted ha autentificado el ADN del espécimen.
—Sí —dijo Mary—. Tiene en efecto ADN de Neanderthal.
—¿Qué hay del… hombre? ¿No es un farsante?
—No. Es genuino.
—Guau. Bueno, mire, nos encantaría que apareciera usted mañana en el programa. Pertenecemos a la CTV, así que podemos enviarle a alguien de nuestro afiliado local y hacerle una entrevista, estando usted allí y Jay Ingram, uno de nuestros presentadores, aquí en Toronto.
—Um —dijo Mary—, bueno, claro. Supongo.
—Magnífico —dijo Sanjit—. Bien, déjeme establecer de qué nos gustaría hablar.
Mary se volvió y miró por la ventana del salón: vio a Louise y Reuben ocupados en la barbacoa.
—Muy bien.
—Primero, déjeme ver si tenemos bien su historial. Usted es profesora en York, ¿no es así?
—Sí, de genética.
—¿Con plaza fija?
—Sí.
—Y su título es en…
—Biología molecular.
—Bien, en 1996, fue usted a Alemania a recoger ADN del espécimen de Neanderthal que hay allí; ¿es correcto?
Mary miró a Ponter, para ver si se ofendía porque ella hablaba por teléfono. El le dirigió una mirada indulgente, así que continuó.
—Sí.
—Hábleme de eso —dijo Sanjit.
En resumen, la preentrevista duró más o menos veinte minutos. Oyó a Louise y Reuben entrar y salir de la cocina un par de veces, y Reuben asomó la cabeza en el salón una vez para ver si Mary estaba bien; ella cubrió el teléfono con una mano y le dijo lo que pasaba. Reuben sonrió y volvió a cocinar. Por fin Sanjit terminó con sus preguntas, y acordaron los detalles para grabar la entrevista. Mary colgó el teléfono y se volvió hacia Ponter.
—Lo siento —dijo.
Pero Ponter avanzaba hacia ella, con un brazo extendido. Ella advirtió de inmediato lo idiota que había sido: la había atraído hasta allí, junto a las estanterías, lejos de la puerta. Con un empujón de aquel brazo enorme, la apartaría también de la ventana, fuera de la vista de Reuben y Louise.
—Por favor —dijo Mary—. Por favor. Gritaré…
Ponter dio otro lento paso hacia adelante, y entonces… Y entonces Mary gritó.
—¡Socorro! /Socorro!
Ponter se desplomó contra la alfombra. Su frente estaba perlada de sudor y su piel se había vuelto de un color ceniciento. Mary se arrodilló junto a él. Su pecho subía y bajaba rápidamente, y había empezado a jadear.
—¡Socorro! —gritó ella de nuevo.
Oyó que la puerta de cristal se deslizaba al abrirse. Reuben entró en tromba.
—¿Qué…? ¡Oh, Dios!
Corrió junto al caído Ponter. Louise llegó unos segundos más tarde. Reuben le tomó el pulso a Ponter.
—Ponter está enfermo —dijo Hak, usando su voz femenina.
—Sí —asintió Reuben—. ¿Sabes qué le ocurre?
—No —respondió Hak—. Su pulso es elevado, su respiración entrecortada. Su temperatura corporal es de 39.
Mary se sorprendió un momento al oír al implante citar lo que parecía una cifra en grados Celsius, en cuyo caso tenía fiebre… pero, claro, era una escala de temperatura lógica para ser desarrollada por cualquier ser con diez dedos.
—¿Tiene alguna alergia? —preguntó Reuben.
Hak soltó un pitidito.
—Alergias —dijo Reuben—. Comidas o cosas del entorno que normalmente no afectan a la gente, pero que a él le causan enfermedad.
—No —dijo Hak.
—¿Estaba enfermo antes de salir de vuestro mundo?
—¿Enfermo? —repitió Hak.
—Malo. No bien.
—No.
Reuben miró un reloj de madera profusamente tallada que había en uno de sus estantes.
—Han pasado unas cincuenta y una horas desde que llegó aquí. Cristo. Cristo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Mary.
—Dios, soy un idiota —dijo Reuben, poniéndose en pie. Corrió a otra habitación de la casa y regresó con un maletín médico de cuero marrón, que abrió. Sacó un depresor lingual de madera y una linterna pequeña.
—Ponter —dijo con firmeza—, abre la boca.
Los ojos dorados de Ponter estaban ahora medio cubiertos por sus párpados, pero hizo lo que le pedía Reuben. Evidentemente, Ponter nunca había sido examinado antes de esa forma; se resistió a la intromisión de la espátula de madera en la boca. Pero, calmado tal vez por algunas palabras de Hak que sólo él podía oír, pronto dejó de resistirse, y Reuben apuntó con la linterna dentro de la cavernosa boca del Neanderthal.
—Sus amígdalas y otros tejidos están muy inflamados —dijo Reuben. Miró a Mary, luego a Louise—. Es una infección de algún tipo.
—Pero tú, la profesora Vaughan, o yo misma hemos estado con él casi todo el tiempo que lleva aquí —dijo Louise—, y no estamos enfermos.
—Exactamente —replicó Reuben—. Lo que tenga, probablemente lo pilló aquí… y es algo a lo que nosotros tres tenemos inmunidad natural, pero él no.
El doctor rebuscó en su maletín, encontró un frasco de pastillas.
—Louise —dijo, sin volverse—, trae un vaso de agua, por favor. Louise corrió a la cocina.
—Voy a darle unas aspirinas muy fuertes —le dijo Reuben a Hak, o a ella… Mary no estaba segura de a quién—. Esto debería bajarle la fiebre.
Louise regresó con un vaso de agua. Reuben lo tomó. Metió dos píldoras entre los labios de Ponter.
—Hak, dile que se trague las píldoras.
Mary no estaba segura de si la Acompañante había entendido las palabras de Reuben o simplemente deducido sus intenciones, pero acto seguido Ponter se tragó las píldoras y, con su manaza sostenida por la de Reuben, consiguió hacerlas pasar con un poco de agua, aunque gran parte le corrió barbilla abajo, empapando su barba rubia.
Pero no se atoró, advirtió Mary. Un Neanderthal no podía atragantarse: eso era lo bueno de no poder articular muchos sonidos. La cavidad bucal estaba dispuesta de modo que ningún líquido ni comida podían irse por mal sitio. Reuben ayudó a Ponter a beber más agua, hasta vaciar el vaso.