Eso hacía que encontrar un cubo concreto entre los más de veinticinco mil que componían la población de Saldak fuera imposible sin un directorio. La adjudicadora Sard se presentó a la mantenedora de coartadas, una gruesa mujer de la generación 143.
—Día sano, adjudicadora —dijo la mujer, sentada a horcajadas en una silla de montar tras una mesa en forma de riñón.
—Día sano —respondió Sard—. Quiero acceder al archivo de coartadas de Ponter Boddit, físico de la generación 145.
La mujer asintió y le habló a un ordenador. La pantalla cuadrada de la máquina mostró una serie de números.
—Síganme —dijo, y Sard y los demás así lo hicieron.
A pesar de su envergadura, la mantenedora iba a paso vivo. Los condujo por una serie de pasillos cuyas paredes estaban cubiertas de hileras de nichos, cada uno con un cubo de coartadas, un bloque de granito reconstituido del tamaño de la cabeza de una persona.
—Aquí lo tenemos —dijo la mujer—. Receptáculo número 16.321: Ponter Boddit.
La adjudicadora asintió, luego volvió su arrugada muñeca con su propio Acompañante hacia el brillante ojo azul del cubo de Ponter.
—Yo, Komel Sard, adjudicadora, ordeno la apertura del receptáculo de coartadas 16.321, para investigaciones legales justas y adecuadas. Sello temporal.
El ojo del receptáculo se volvió amarillo. La adjudicadora se apartó y la mantenedora alzó su Acompañante.
—Yo, Mabla Dabdalb, mantenedora de coartadas, acepto la apertura del receptáculo 16.321, para investigaciones legales justas y adecuadas. Sello temporal.
El ojo se volvió rojo, y sonó una nota.
—Aquí tiene, adjudicadora. Puede usar el proyector de la sala doce.
—Gracias —dijo Sard, y volvieron a la entrada. Dabdalb señaló la sala que les había asignado, y Sard, Bolbay, Adikor, Jasmel y Megameg se dirigieron hacia allí y entraron.
La habitación era grande y cuadrada, con una pequeña galería de sillas de montar contra una pared. Todos se sentaron, excepto Bolbay, que se acercó a la consola de control adosada a la pared. Sólo se podía acceder a los archivos de coartadas dentro de ese edificio; como protección contra cualquier visionado no autorizado, el pabellón de archivos estaba completamente aislado de la red de información planetaria, y no tenía líneas de telecomunicaciones externas. Aunque a veces era incómodo tener que ir físicamente a los archivos para acceder a las grabaciones propias, el aislamiento se consideraba una protección conveniente.
Bolbay miró al grupito allí reunido.
—Muy bien —dijo—. Voy a solicitar los acontecimientos sucedidos en 146/120/11.
Adikor asintió, resignado. No estaba seguro del undécimo día, pero la luna centésimo vigésima desde el nacimiento de la generación 146 parecía la adecuada.
La habitación se obscureció y una esfera casi invisible, como una burbuja de jabón, pareció flotar ante ellos. Bolbay evidentemente consideró que el tamaño por defecto no era lo bastante dramático para sus propósitos; Adikor la oyó toquetear las clavijas de control y el diámetro de la esfera creció hasta que tuvo más de una brazada de longitud. Tocó más controles y la esfera se llenó con tres esferas más pequeñas unidas, cada una teñida de un color distinto. Luego esas tres esferas se subdividieron en otras tres y ésas volvieron a subdividirse, y así sucesivamente, como un vídeo acelerado de la mitosis de alguna extraña célula. Mientras la esfera principal se llenaba de esferas cada vez más y más pequeñas, éstas adquirieron más y más colores, hasta que, finalmente, el proceso se detuvo y una imagen de un joven de pie en una sala de pensamiento de presión positiva de la Academia de Ciencias llenó la esfera visora, como una escultura tridimensional de cuentas.
Adikor asintió: aquella grabación se había realizado hacía tanto tiempo que los avances en resolución no estaban disponibles todavía. Con todo, podía verse.
Bolbay estaba manejando evidentemente más controles. La burbuja giró de modo que todos pudieran ver la cara de la persona representada. Era Ponter Boddit. Adikor había olvidado lo joven que era Ponter entonces. Miró a Jasmel, sentada junto a él. Su mirada era de asombro. Probablemente no se le escapaba que su padre tenía entonces aproximadamente la misma edad que ella.
—Ése, naturalmente, es Ponter Boddit —dijo Bolbay—. Con la mitad de su edad actual… o de la que sería su edad actual si todavía estuviera vivo.
Continuó rápidamente antes de que la adjudicadora pudiese amonestarla.
—Ahora voy a avanzar…
La imagen de Ponter caminó, se sentó, se puso en pie, deambuló por la sala, consultó un bloque de datos, se frotó contra un poste rascador, todo a velocidad frenética. Y entonces la puerta hermética de la sala se abrió (la presión positiva impedía el paso de feromonas que pudieran distraer el estudio) y entró un joven Adikor Huld.
—Pausa —dijo la adjudicadora Sard.
Bolbay congeló la imagen.
—Sabio Huld, ¿confirma que ése es efectivamente usted?
Adikor se sintió mortificado al ver su propio rostro; había olvidado que durante un breve periodo de tiempo había adoptado la moda de afeitarse la barba. Ah, si fuera la única locura de su juventud que había quedado grabada…
—Sí, adjudicadora —reconoció Adikor, en voz baja—. Ése soy yo.
—Muy bien —dijo Sard—. Continúe.
La imagen de la burbuja empezó a avanzar de nuevo a toda velocidad. Adikor se movía por la sala, como hacía Ponter, aunque la imagen de Ponter permanecía siempre en el centro de la esfera: era el espacio que lo rodeaba lo que cambiaba.
Adikor y Ponter parecían estar hablando amistosamente… Y luego menos amistosamente…
Bolbay redujo la reproducción a velocidad normal.
Ponter y Adikor estaban discutiendo en ese punto.
Y entonces…
Adikor quería cerrar los ojos. Sus propios recuerdos del hecho eran bastante vívidos. Pero nunca lo había visto desde esa perspectiva, nunca había visto la expresión de su rostro…
Y por eso miró.
Y vio cómo cerraba el puño…
Vio cómo echaba atrás el brazo, el bíceps hinchado…
Vio cómo impulsaba el brazo hacia delante…
Vio cómo Ponter alzaba la cabeza justo a tiempo…
Vio cómo su puño alcanzaba la mandíbula de Ponter…
Vio cómo la mandíbula de Ponter se torcía…
Vio cómo Ponter retrocedía tambaleándose, la sangre manándole por la boca…
Vio cómo Ponter escupía dientes.
Bolbay congeló de nuevo la imagen. Sí, en su favor, la expresión en el rostro del joven Adikor era ahora de sorpresa y remordimiento. Sí, se inclinaba para ayudar a levantarse a Ponter. Sí, era evidente que lamentaba lo que había hecho, que por supuesto había sido…
Había sido estar a un pelo de matar a Ponter Boddit, al golpearlo en el cráneo con un puñetazo refrendado por toda la fuerza de Adikor.
Megameg estaba llorando. Jasmel se había agitado en su asiento, apartándose de Adikor. La adjudicadora Sard meneaba lentamente la cabeza adelante y atrás, incrédula. Y Bolbay…
Bolbay estaba de pie, los brazos cruzados delante del pecho.
—Bien, Adikor —dijo Bolbay—, ¿debo reproducirlo con sonido, o le gustaría ahorrarnos a todos el tiempo y contarnos por qué peleaban usted y Ponter?
Adikor sintió náuseas.
—Esto no es justo —dijo en voz baja—. No es justo. Me he sometido a tratamiento para controlar mi temperamento… a ajustes de los niveles de neurotransmisores. Mi escultor de personalidad lo confirmará. Nunca había golpeado a nadie con anterioridad en toda mi vida, y no he vuelto a hacerlo.
—No ha respondido a mi pregunta —dijo Bolbay—. ¿Por qué estaban peleando?