—Todos los 147 alcanzaron su responsabilidad personal hace meses. A menos que argumente que su pupila es mentalmente incompetente, su custodia sobre ella terminó automáticamente. ¿Es mentalmente incompetente?
Bolbay se rebullía por dentro. Abrió la boca, sin duda para hacer claramente una observación, pero se lo pensó mejor. Agachó la cabeza.
—No, adjudicadora.
—Muy bien, pues —dijo Sard—. Ocupe su asiento, Daklar Bolbay.
—Gracias, adjudicadora —dijo Jasmel—. Ahora, si puedo…
—Un momento, 147 —dijo Sard—. Habría sido una cortesía por tu parte decirle a tu tabant que ibas a oponerte a su caso.
Adikor comprendía por qué Jasmel había permanecido en silencio. Si hubiera advertido a Bolbay, ésta habría hecho todo lo posible para disuadirla. Pero Jasmel tenía el encanto de su padre.
—Habla usted sabiamente, adjudicadora. Mantendré su consejo bajo mi ceño.
Sard asintió, satisfecha, e indicó a Jasmel que continuara. Jasmel se dirigió al centro de la sala.
—Adjudicadora Sard, ha oído usted muchas insinuaciones de Daklar Bolbay. Insinuaciones y ataques sin fundamento sobre el carácter de Adikor Huld. Pero apenas lo conoce. Adikor era el hombre-compañero de mi padre; cierto, sólo he visto a Adikor brevemente cuando Dos se convertían en Uno… él tiene su propio hijo, el joven Dab, que está aquí en esta sala y su mujer, Lurt, sentada junto a Dab. Pero, con todo, nos veíamos frecuentemente… mucho más frecuentemente que Daklar y él.
Se acercó a Adikor y puso la mano sobre su hombro.
—Me presento aquí, la hija del hombre a quien se le acusa de haber matado, y le digo que no creo que lo hiciera.
Hizo una pausa, miró brevemente a Adikor y luego miró a los ojos a la adjudicadora, sentada al otro lado de la sala.
—Ya has visto el registro de coartadas —insistió Bolbay, sentada a horcajadas cerca, en la primera fila de espectadores. Sard la hizo callar.
—Sí —dijo Jasmel—. Sí, lo he visto. Sabía que mi padre tenía una lesión en la mandíbula. Le dolía de vez en cuando, sobre todo por las mañanas cuando hacía frío. No sabía quién le había causado la lesión: él no lo dijo nunca. Pero sí que decía que había sido hacía mucho, que el responsable se sintió extremadamente arrepentido, y que había perdonado al individuo. —Hizo un pausa—. Mi padre era bueno juzgando caracteres. No habría sido compañero de Adikor si hubiera creído que existía la más leve posibilidad de que Adikor repitiera sus acciones. —Miró a Adikor y luego a la adjudicadora—. Sí, mi padre ha desaparecido. Pero no creo que fuera asesinado. Si está muerto, es a causa de un accidente. Y si no lo está…
—¿Crees que está herido? —preguntó la adjudicadora Sard. Jasmel se sorprendió: no era frecuente que la adjudicadora hiciera preguntas directas.
—Podría estarlo, adjudicadora.
Pero Sard negó con la cabeza.
—Niña, te compadezco. De verdad. Sé bien lo que es perder a un padre. Pero lo que estás diciendo no tiene sentido. Los hombres registraron las minas en busca de tu padre. Las mujeres también se unieron a la búsqueda, aunque era Últimos Cinco. También se utilizaron perros para rastrear.
—Pero si estuviera muerto —dijo Jasmel—, su Acompañante habría emitido una señal localizadora, al menos durante cierto tiempo. Lo buscaron con equipo portátil y no encontraron nada.
—Cierto —contestó Sard—. Pero si su Acompañante se hubiera estropeado o destruido deliberadamente, no habría ninguna señal.
—Pero no hay ninguna prueba…
—Niña —dijo la adjudicadora—, se sabe que han desaparecido hombres antes. Si las circunstancias de su vida son insoportables algunos se quitan el implante y se marchan a los bosques. Se desprenden de todas las ataduras de la civilización avanzada y se unen a una de esas comunidades que eligen vivir según los medios tradicionales, o simplemente se aíslan y viven una vida nómada. ¿Hay algo que pudiera haber impulsado a tu padre a desaparecer?
—Nada —respondió Jasmel—. Lo vi la última vez que Dos se convirtieron en Uno, y estaba bien.
—Brevemente —dijo la adjudicadora.
—¿Perdone?
—Lo viste brevemente. —A Sard no le pasó inadvertido que Jasmel alzaba la ceja—. No, no he mirado tu archivo de coartadas; no has sido acusada de ningún delito, después de todo. Pero sí que hice algunas averiguaciones: es prudente que una adjudicadora lo haga en un caso tan poco corriente como éste. Así que vuelvo a preguntar: ¿había algún motivo para que tu padre optara por desaparecer? Podría simplemente haber eludido a Adikor en la mina, después de todo, y esperado hasta que no hubiera ninguno de los robots mineros cerca y luego haber usado el ascensor.
—No, adjudicadora —dijo Jasmel—. No vi en él ningún síntoma de inestabilidad mental, ningún indicio de que no fuera feliz… bueno, tan feliz como pueda serlo un hombre que ha perdido a una compañera.
—Estoy de acuerdo en eso —dijo Adikor, mirando directamente a la adjudicadora—. Ponter y yo éramos muy felices juntos.
—Su palabra es algo sospechosa, dadas las actuales circunstancias —dijo Sard—. Pero, una vez más, he hecho mis propias investigaciones y confirman lo que dice. Ponter no tenía ninguna deuda que no pudiera controlar, ningún enemigo, ningún nadalp… ningún motivo para dejar atrás una familia y una carrera.
—Exactamente —dijo Adikor, sabiendo una vez más que lo más prudente era callarse pero incapaz de controlarse.
—Así pues —dijo la adjudicadora Sard—, si no tenía ningún motivo para desear desaparecer, y no padecía inestabilidad mental, entonces volvemos a la declaración de Bolbay. Si Ponter Boddit estuviera simplemente herido, o muerto por causas naturales, los equipos de búsqueda lo habrían encontrado.
—Pero… —dijo Jasmel.
—Niña —la cortó Sard—, si tienes alguna prueba, no simples opiniones personales, sino pruebas irrefutables, de que Adikor Huld no es culpable, ofrécenoslas.
Jasmel miró a Adikor. Adikor miró a Jasmel. A excepción de alguno que otro que tosía o se agitaba en su asiento, el gigantesco salón permaneció en silencio.
—¿Bien? —dijo la adjudicadora—. Estoy esperando.
Adikor se encogió de hombros mirando a Jasmel. No tenía ni idea de si plantear aquello era adecuado o no. Jasmel se aclaró la garganta.
—Sí, adjudicadora, existe otra posibilidad…
27
Mary había pasado la noche incómoda.
Reuben Montego tenía campanitas en el patio; Mary opinaba que habría que fusilar a la gente que tiene campanitas que suenan con el viento, pero bueno, ya que Reuben tenía un par de acres de tierra, era probable que no molestaran a nadie más. Sin embargo, el tintineo constante le había impedido conciliar el sueño.
Hubo mucha discusión a la hora de acostarse. Reuben tenía una cama de matrimonio en su cuarto, un sofá en el despacho del primer piso y otro abajo, en el salón. Por desgracia, ninguno era sofá—cama. Al final, acordaron dejarle a Ponter la cama; la necesitaba más que los demás. Reuben se quedó con el sofá de arriba, Louise con el sofá de abajo para la primera noche, y Mary durmió en un sillón reclinable, también en el salón.
Ponter estaba enfermo, pero Hak no. Mary, Reuben y Louise acordaron turnarse para darle nuevas lecciones de lengua al implante. Louise dijo que era noctámbula, de todas formas, así que Hak podría aprender las veinticuatro horas sin interrupción. Y Louise, en efecto, desapareció en la habitación de Ponter poco antes de las diez de la noche, y no bajó de nuevo al salón hasta pasadas las dos. Mary no estaba segura de si había sido el sonido de la llegada de Louise lo que la despertó, o si ya estaba despierta, pero sabía que tenía que subir y ayudar a Hak a aprender más inglés.