La voz femenina de Hak intervino.
—Jasmel tiene dieciocho años. Megameg tiene ocho.
—Santo Dios —dijo Mary—. ¿Estarán bien? ¿Y su madre?
—Klast murió hace dos diezmeses —dijo Ponter.
—Veinte meses —añadió Hak—. Uno coma ocho años.
—Lo siento —dijo Mary suavemente.
Ponter asintió.
—Las células de su sangre, cambiaron…
—Leucemia —dijo Mary, proporcionando la palabra.
—La echo de menos cada mes —dijo Ponter.
Mary se preguntó por un instante si Hak había traducido bien. Sin duda Ponter quería decir que la echaba de menos cada día.
—Perder ambos padres…
—Sí —dijo Ponter—. Naturalmente, Jasmel es adulta ya, así que…
—¿Así que ya puede votar y todo eso?—preguntó Mary.
—No, no, no. ¿Ha sumado mal Hak?
—Por supuesto que no —dijo la voz femenina de Hak.
—Jasmel es demasiado joven para votar —dijo Ponter—. Yo soy demasiado joven para votar.
—¿Qué edad hay que tener en tu mundo para votar?
—Debes tener al menos seiscientas lunas… dos tercios del tradicional tiempo de vida de novecientos meses.
Hak, que evidentemente quería disipar la idea de que matemáticamente era incapaz, suministró rápidamente las conversiones.
—Se puede votar a la edad de cuarenta y nueve años; el lapso de vida tradicional es de setenta y tres años, aunque muchos viven más hoy en día.
—Aquí, en Ontario, la gente puede votar cuando cumple los dieciocho —dijo Mary—. Años, quiero decir.
—¡Dieciocho! —exclamó Ponter—. Eso es una locura.
—No conozco ningún lugar donde la edad para votar sea superior a los veintiún años.
—Eso explica mucho sobre vuestro mundo —dijo Ponter—. Nosotros no dejamos que la gente conforme la política hasta que haya acumulado sabiduría y experiencia.
—Pero entonces, si Jasmel no puede votar, ¿qué la convierte en una adulta?
Ponter alzó ligeramente los hombros.
—Supongo que esas distinciones no son tan significativas en mi mundo como aquí. De todas formas, a los 225 meses, un individuo o una individua acepta la responsabilidad legal de sí mismo, y normalmente está a punto de establecer su propio hogar.—Sacudió la cabeza—. Ojalá pudiera hacer saber a Jasmel y Megameg que sigo con vida, y que no paro de pensar en ellas. Aunque no pueda regresar a casa, daría cualquier cosa por hacerles llegar un mensaje.
—¿Y no hay forma de que puedas volver?
—No veo cómo. Oh, tal vez si se pudiera construir aquí un ordenador cuántico, y si las condiciones que llevaron a mi… traspaso… pudieran duplicarse con exactitud. Pero yo soy físico teórico, sólo tengo una idea muy vaga de cómo se construye un ordenador cuántico. Mi compañero, Adikor, sabe cómo, pero no tengo forma de contactar con él.
—Debe de ser muy frustrante.
—Lo siento —dijo Ponter—. No pretendía echarte encima mis problemas.
—No importa —dijo Mary—. ¿Hay… hay algo que nosotros, cualquiera de nosotros, pueda hacer para ayudarte?
Ponter emitió una única y triste sílaba Neanderthal. Hak la tradujo como «no».
Mary quiso alegrarlo.
Bueno, no creo que vayamos a estar en cuarentena mucho tiempo. Tal vez cuando salgas de aquí puedas viajar, ver un poco de mundo. Sudbury es una ciudad pequeña, pero…
—¿Pequeña?—dijo Ponter, los ojos muy abiertos—. Pero hay… no sé cuántos. Decenas de miles de habitantes al menos.
—En el área metropolitana de Sudbury viven unas ciento sesenta mil personas —dijo Mary, que lo había leído en una guía en la habitación del hotel.
—¡Ciento sesenta mil! —repitió Ponter—. ¿Y eso es una ciudad pequeña? Tú, Mare, eres de otra parte, ¿no? Una ciudad diferente. ¿Cuántas personas viven allí?
—La ciudad de Toronto tiene dos millones cuatrocientos mil habitantes. El gran Toronto (una zona urbana continua con Toronto como centro), tiene tal vez tres millones y medio.
—¿Tres millones y medio? —dijo Ponter, incrédulo.
—Más o menos.
—¿Cuántas personas hay?
—¿En todo el mundo?
—Sí.
—Un poco más de seis mil millones.
Ponter se hundió en su asiento.
—Es… es… un número de personas increíble.
Mary alzó las cejas.
—¿Cuántos habitantes tiene tu mundo?
—Ciento ochenta y cinco millones —dijo Ponter.
—¿Por qué tan pocos?
—¿Por qué tantos?
—No lo sé —respondió Mary . Nunca lo había pensado.
—¿No sabéis…? En mi mundo, sabemos cómo prevenir los embarazos. Tal vez podría enseñaros…
Mary sonrió.
—También nosotros tenemos métodos.
Ponter alzó la ceja.
—Tal vez los nuestros funcionan mejor.
Mary se echó a reír.
—Tal vez.
—¿Hay comida suficiente para seis mil millones de personas?
—Comemos sobre todo plantas. Cultivamos…
Un bliip, la señal convenida que Hak empleaba al oír una palabra que no constaba todavía en su base de datos y que no podía deducir por el contexto.
—Las hacemos crecer deliberadamente. He advertido que no parece gustarte el pan…
Otro bliip.
—Una… comida hecha con grano, pero el pan, o el arroz, es lo que comernos la mayoría.
—¿Conseguís alimentar bien a seis mil millones de personas con plantas?
—Bueno, ah, no —dijo Mary—. Unos quinientos millones de personas no tienen suficiente para comer.
—Eso está muy mal —dijo Ponter, simplemente.
Mary no podía estar en desacuerdo. Con todo, advirtió con un sobresalto que hasta el momento Ponter había estado expuesto solamente a una visión parcial de la Tierra. Había visto un poco la televisión, pero no lo suficiente para abrir de verdad los ojos. Sin embargo, parecía que Ponter iba a pasarse el resto de la vida en esta Tierra. Había que hablarle de la guerra, de la tasa de delincuencia, la contaminación y la esclavitud… toda la mancha sangrienta a través del tiempo que era la historia humana.
—Nuestro mundo es un lugar complejo —dijo Mary, como si eso excusara el hecho de que hubiera gente muriendo de hambre.
—Eso he visto —contestó Ponter—. Nosotros sólo tenemos una especie de humanidad, aunque había más en el pasado. Pero vosotros parece que tenéis tres o cuatro.
Mary ladeó levemente la cabeza.
—¿Qué?
—Los diferentes tipos de humano. Tú perteneces obviamente a una especie, y Reuben a otra. Y el varón que ayudó a rescatarme, parecía ser de una tercera especie.
Mary sonrió.
—Eso no son especies distintas. Sólo hay una especie de humanidad aquí también: el Homo sapiens.
—¿Podéis reproduciros unos con otros? —preguntó Ponter.
—Sí.
—¿Y los retoños son fértiles?
—Sí.
Ponter frunció el ceño.
—Tú eres la experta en genética, no yo, pero… —dijo—. Pero… si todos pueden reproducirse unos con otros, entonces ¿para qué la diversidad? ¿Por qué a lo largo del tiempo toda la humanidad no ha acabado por parecer similar, una mezcla de todas las posibles tendencias?
Mary resopló ruidosamente. No esperaba llegar a ese lío concreto tan pronto.
—Bueno, umm, en el pasado… no hoy, entiéndeme, sino… —Tragó saliva—. Bueno, no hoy exactamente, sino en el pasado, la gente de una raza…
Un bliip diferente, una palabra reconocida que no podía ser traducida en ese contexto.
—La gente de un color de piel no quería tener mucho que ver con la gente de otro color.