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—¿Por qué? —preguntó Ponter. Una pregunta simple, muy simple en realidad…

Mary se encogió de hombros.

—Bueno, las diferencias de coloración se produjeron originalmente porque las poblaciones estaban aisladas geográficamente. Pero después de eso… después de eso se produjo una interacción limitada debido a la ignorancia, la estupidez, el odio.

—Odio —repitió Ponter.

—Sí, es triste decirlo. —Volvió a encogerse de hombros—. Hay muchas cosas en el pasado de mi especie de las que no estoy orgullosa. Ponter guardó silencio un buen rato.

—Me he estado preguntando por este mundo vuestro —dijo por fin—. Me sorprendí al ver las imágenes de cráneos en el hospital. He visto esos cráneos, pero en mi mundo sólo son conocidos por los fósiles encontrados. Me sorprendió ver en carne lo que hasta entonces sólo había conocido como hueso.

Hizo de nuevo una pausa, mirando a Mary, como desconcertado por su aspecto. Ella se rebulló levemente en la silla.

—No sabíamos nada del color de vuestra piel —dijo Ponter—, ni del color de vuestro pelo. Los… Bliip (Hak también pitaba como un árbitro cuando se omitía una palabra porque el equivalente inglés no estaba todavía en el vocabulario de la Acompañante)—. Los de mi mundo se asombrarían al conocer tanta diversidad.

Mary sonrió.

—Bueno, no todo es natural —dijo—. Quiero decir, mi pelo no es realmente de este color.

Ponter parecía asombrado.

—¿De qué color es de verdad?

—Más o menos de un castaño ratón.

—¿Por qué lo alteraste?

Mary se encogió un poco de hombros.

—Autoexpresión, y… bueno, he dicho que era castaño, pero la verdad es que tiene un poco de gris. A mí… a mucha gente, en realidad, no nos gusta el gris.

—El pelo de mi especie se vuelve gris cuando envejecemos.

—Es lo que nos pasa a nosotros también. Nadie nace con el pelo gris. Ponter volvió a fruncir el ceño.

—En mi lengua, el término para quien tiene el conocimiento que da la experiencia y el que usamos para el color del pelo es el mismo: «Gris.» No me cabe en la cabeza que alguien quiera ocultar ese color.

Mary se encogió de hombros una vez más.

—Nosotros hacemos muchas cosas que no tienen sentido.

—Eso es verdad —dijo Ponter. Hizo una pausa, como considerando si continuar o no—. A menudo nos hemos preguntado qué fue de vosotros… en nuestro mundo, quiero decir. Perdóname. No quiero parecer… —bliip—, pero debes saber que vuestros cerebros son más pequeños que los nuestros.

Mary asintió.

—Un diez por ciento más pequeños, de media, si no recuerdo mal.

—Y parecíais físicamente más débiles. A juzgar por las cicatrices de vuestros huesos, consideramos que vuestra especie tendría la mitad de nuestra masa muscular.

—Yo diría que así es —dijo Mary, asintiendo.

—Y —continuó Ponter— has hablado de vuestra incapacidad para llevaros bien, incluso con otros de vuestra misma especie.

Mary volvió a asentir.

—Hay algunas pruebas arqueológicas de esto entre vuestra especie en mi mundo también —dijo Ponter—. Una teoría extendida es que os destruisteis mutuamente… ya que al no ser tan inteligentes… Verás… —Ponter agachó la cabeza—. Lo siento. No quería molestarte.

—No importa.

—Estoy seguro de que hay una explicación mejor —dijo Ponter—. Sabíamos tan poco de vosotros…

—En cierto modo —dijo Mary—, el hecho de saber que podría haber sido de otra manera, que no tendríamos que haber sobrevivido necesariamente… probablemente sirva de algo. Recordará a mi gente lo preciosa que es la vida.

—¿Es que eso no les parece obvio? —preguntó Ponter, con los ojos muy abiertos de asombro.

31

Adikor salió por fin de la sala del Consejo, tras atravesar lenta y tristemente la puerta. Todo aquello era una locura, ¡una locura! Había perdido a Ponter y, como si eso no fuera lo bastante devastador, ahora tendría que enfrentarse a un tribunal pleno. La confianza que pudiera tener en el sistema judicial (una entidad de la que sólo había sido vagamente consciente hasta entonces) había quedado destrozada. ¿Cómo podía una persona inocente y dolida ser acosada de esa forma?

Adikor se encaminó por un largo pasillo de cuyas paredes pendían retratos cuadrados de grandes adjudicadores del pasado, hombres y mujeres que habían desarrollado los principios de la ley moderna. ¿Era esa… esa burla lo que realmente tuvieron en mente? Continuó su camino, sin prestar mucha atención a la gente con la que se encontraba ocasionalmente… hasta que un destello naranja le hizo volverse.

Bolbay, todavía vestida con el color de los acusadores, estaba al fondo del pasillo. Se había entretenido en el edificio del Consejo, tal vez para evitar a los exhibicionistas, y ahora buscaba la salida.

Antes de poder pensárselo, Adikor echó a correr hacia ella, sintiendo el musgo de la alfombra bajo sus pies. Cuando Bolbay salía por la puerta del fondo al sol de la tarde, la alcanzó.

—¡Daklar!

Daklar Bolbay se volvió, sobresaltada.

—¡Adikor! —exclamó, los ojos muy abiertos. Alzó la voz—. ¡Quienquiera que esté monitorizando a Adikor Huld para su escrutinio judicial que preste atención! ¡Ahora se está enfrentando a mí, su acusadora!

Adikor negó lentamente con la cabeza.

—No estoy aquí para hacerte daño.

—He visto que tus hechos no siempre casan con tus intenciones —dijo Bolbay.

—Eso fue hace años —dijo Adikor, empleando la palabra que más enfatizaba la cantidad de tiempo—. Nunca había golpeado a nadie antes y nunca he vuelto a hacerlo desde entonces.

—Pero lo hiciste —dijo Bolbay—. Perdiste el control. Te desataste. Intentaste matar.

—¡No! No, nunca quise hacerle daño a Ponter.

—No está bien que estemos hablando —dijo Bolbay—. Tienes que disculparme.

Se dio la vuelta.

Adikor extendió la mano, agarrando a Bolbay por el hombro.

—¡No, espera!

El rostro de ella mostró pánico mientras se volvía a mirarlo, pero rápidamente cambió de expresión, mirándole significativamente la mano. Adikor la apartó.

—Por favor —dijo—. Por favor, tan sólo dime por qué. ¿Por qué me persigues con tanta… con tanta saña? En todo el tiempo que hace que nos conocemos, nunca te hice ningún mal. Tienes que saber que yo amaba a Ponter, y que él me amaba a mí. Él no querría que me acosaras de esta forma.

—No te hagas el inocente conmigo —dijo Bolbay.

—¡Pero es que soy inocente! ¿Por qué estás haciendo esto?

Ella simplemente negó con la cabeza, se dio media vuelta y se marchó.

—¿Por qué? —preguntó Adikor tras ella—. ¿Por qué?

—Tal vez podamos hablar sobre tu gente —le dijo Mary a Ponter—. Hasta ahora, sólo hemos tenido fósiles de Neanderthal para estudiarlos. Se ha debatido sobre muchas cosas, como, bueno, por ejemplo, para qué sirven vuestros arcos ciliares prominentes.

Ponter parpadeó.

—Protegen mis ojos del sol.

—¿De veras? —dijo Mary—. Supongo que eso tiene sentido. Pero entonces, ¿por qué no los tenemos nosotros? Quiero decir: los Neanderthales evolucionaron en Europa, mis antepasados procedían de África, donde hay mucho más sol.

—Nosotros nos preguntamos lo mismo cuando examinamos los fósiles de los gliksins —dijo Ponter.

—¿De Gliksins?

—El tipo de homínido fósil de mi mundo al que más os parecéis. Los gliksins no tenían el ceño prominente, así que supusimos que eran nocturnos.