De repente, Pabo salió corriendo de la casa, ladrando. Adikor alzó la cabeza y, como siempre esos días, el corazón le dio un vuelco. ¿Podría ser? ¿Podría ser?
Pero no, no lo era. Por supuesto que no. Y sin embargo era alguien a quien Adikor no esperaba ver: la joven Jasmel Ket.
—Día sano —dijo ella, cuando estuvo a diez pasos de distancia.
—Día sano —respondió Adikor, intentando mantener un tono neutral.
Jasmel se sentó en el otro sillón, el que usaba su padre. Pabo conocía bien a Jasmel; la perra había acudido a menudo al Centro cuando Dos se convertían en Uno, y estaba claramente contenta de ver otro rostro familiar. Pabo se frotó el hocico en las piernas de Jasmel, y la muchacha rascó la piel castaño rojiza de la cabeza del animal.
—¿Qué le ha pasado a tu sillón? —preguntó Jasmel.
Adikor apartó la mirada.
—Nada.
Jasmel prefirió evidentemente no insistir. Después de todo, lo que había sucedido era obvio.
—¿Accedió Lurt a hablar en tu favor? —preguntó.
Adikor asintió.
—Bien —dijo Jasmel—. Estoy segura de que hará todo lo que pueda. Guardó silencio un rato, y luego, tras mirar de nuevo la silla rota, añadió:
—Pero…
—Sí dijo Adikor—. Pero…
Jasmel contempló el paisaje. En la distancia deambulaba un mamut, estoico, plácido.
—Ahora que este asunto ha sido transferido a un tribunal pleno, el cubo de coartadas de mi padre ha sido trasladado al ala de los muertos. Daklar se pasó toda la tarde revisando partes, mientras se prepara para presentar su caso contra ti. Es su derecho, naturalmente, como acusadora que habla en defensa de una persona muerta. Pero yo insistí en que me dejara ver también el archivo de coartadas de Ponter. Y os he visto a mi padre y a ti juntos, en los días anteriores a su desaparición.
Volvió a mirar a Adikor.
—Bolbay no puede verlo, pero claro, lleva sola mucho tiempo. Aunque… bueno, ya te dije que había un joven que se interesaba por mí. A pesar de lo que dijiste de que todavía no tengo lazos, sé cómo es el amor… y en mi mente no hay ninguna duda de que amabas verdaderamente a mi padre. Después de verte como él te veía, no puedo creer que le hicieras ningún daño.
—Gracias.
—¿Hay… hay algo que yo pueda hacer para ayudarte a presentarte ante el tribunal?
Adikor negó con la cabeza tristemente.
—No estoy seguro de que haya ya nada que pueda salvarnos, ni a mí ni a mis parientes.
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BÚSQUEDA DE NOTICIAS
Palabra(s) clave: Neanderthal
Playgirl le ha enviado una carta a Ponter Boddit, preguntándole si le gustaría posar desnudo…
«¿Tiene alma? —dijo el reverendo Peter Donaldson, de la Iglesia del Redentor de Los Ángeles—. Ésa es la pregunta clave. Y yo digo, no, no la tiene…»
«Creemos que la prisa por conceder a Ponter la ciudadanía canadiense está calculada para permitirle representar a Canadá en los próximos Juegos Olímpicos, y solicitamos al COI que prohíba específicamente que compita cualquiera que no sea Homo sapiens…»
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Los Escépticos Alemanes, con sede en Nuremberg, anunciaron hoy que no había ningún buen motivo para creer que Ponter Boddit procede de un universo paralelo. «Ésa sería la última interpretación que cabría aceptar —dijo el director ejecutivo Karl von Schlegel—, y sólo debería serlo cuando todas las otras alternativas, más sencillas, hayan sido descartadas…»
La policía arrestó hoy a tres hombres que intentaban rebasar el dispositivo especial montado en torno a la casa del doctor Reuben Montego, en Lively, una ciudad situada catorce kilómetros al sudoeste de Sudbury, donde el hombre de Neanderthal permanece en cuarentena…
Había muchas formas de pasar el tiempo, y parecía que Louise y Reuben habían encontrado una de las más antiguas. Mary no había mirado realmente a Reuben bajo esa luz, pero, ahora que lo hacía, advertía que era bastante guapo. Las cabezas afeitadas no eran lo suyo, pero Reuben tenía rasgos firmes, una sonrisa deslumbrante y ojos inteligentes, y era esbelto y de músculos bien proporcionados.
Y, naturalmente, tenía aquel maravilloso acento… pero eso no era todo. Resultó que hablaba fluidamente francés, lo que significaba que Louise y él podían conversar en ese idioma. Además, a juzgar por su casa, ganaba obviamente sus buenos dineritos, lo que no era sorprendente puesto que era médico.
Un verdadero hallazgo, como diría la hermana de Mary. Naturalmente, Mary tenía bastante mundo para comprender que, una vez terminada la cuarentena, la relación de Reuben y Louise probablemente terminaría también. Con todo, se sentía incómoda: no porque fuera una puritana; le gustaba pensar, a pesar de su educación de niña buena católica, que no lo era. Sino más bien porque tenía miedo de que Ponter se hiciera una idea equivocada sobre la sexualidad en este mundo, que pudiera pensar que ahora se esperaba que él se emparejara con Mary. Y la atención de un hombre era lo último que ella quería en aquel preciso momento.
De cualquier manera, el romance de Louise y Reuben implicaba que Ponter y ella pasaban mucho tiempo juntos y a solas. Pasado un día, resultó que Reuben y Louise se pasaban la mayor parte del tiempo abajo, en el sótano, viendo vídeos de la enorme colección de Reuben, mientras que Mary y Ponter solían estar juntos en la planta baja. Y como Reuben y Louise dormían ahora juntos, se habían quedado con la cama de matrimonio de Ponter. Mary no sabía qué le había dicho Reuben para conseguir el cambio, pero la nueva cama de Ponter era el sofá del despacho de Reuben del piso superior, lo que dejaba todo el salón para Mary.
Algunos domingos Mary iba a misa. No había ido esa semana… aunque podría haberlo hecho, ya que el CLCE no había ordenado la cuarentena hasta el domingo por la tarde. Pero ahora lamentaba habérsela perdido.
Por fortuna, había misas televisadas. El canal Vision transmitía una misa católica en directo desde una iglesia de Toronto a diario. Reuben tenía una tele en su despacho, además del aparato que Louise y él utilizaban en el sótano. Mary subió al despacho para ver allí la misa. El cura iba vestido con una opulenta casulla verde. Tenía el pelo blanco y las celas negras, y una cara que le recordó a Mary un Gene Hackman delgado.
—… la gracia y la paz de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros —anunció el sacerdote, un tal monseñor DeVries, según el rótulo superpuesto en la pantalla.
Mary, sentada en el sofá que esa noche le serviría de cama a Ponter, se persignó.
—Jesús fue enviado para aliviar a los que sufren —anunció DeVries—. Señor, ten piedad.
Mary se unió a la congregación televisiva y repitió:
—Señor, ten piedad.