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Bliip.

—Embarazoso. Ya sabes, algo de lo que sentirse avergonzado. Bliip.

—Quizás un ejemplo me ayudará a entender lo que quieres decir —dijo Ponter.

Mary arrugó los labios, pensando.

—Bueno, um, vale, digamos que yo… digamos que estaba, ya sabes, practicando, um, el sexo con el compañero de otra persona. El hecho de que lo estuviera haciendo podría ser mi coartada, pero no querría que la gente lo supiera.

—¿Por qué no?

—Bueno, porque creemos que el adulterio —bliip— está mal.

—¿Mal? —dijo Ponter, después de que Hak dedujera al parecer el significado de la palabra sin traducir—. ¿Cómo puede ser, a menos que se presente una demanda de falsa paternidad? ¿A quién hace daño eso?

—Bueno, no sé. Quiero decir que nosotros, ah, consideramos que el adulterio es un pecado.

Bliip.

Mary se esperaba aquel pitido, al menos. Si no tenías ninguna religión, ninguna lista de cosas que, aunque no hicieran realmente daño a otra persona siguieran siendo conductas indeseables (uso de drogas, masturbación, adulterio, ver vídeos porno), entonces tal vez no fueras tan fanático en lo concerniente a tu intimidad. La gente insistía en ella porque, al menos en parte, había cosas que hacía y que no deseaba que los demás supieran. Pero en una sociedad permisiva, una sociedad abierta, una sociedad cuyos únicos delitos eran los que tenían víctimas específicas, tal vez no fuese tan gran cosa. Y, por supuesto, Ponter no había demostrado ningún pudor por la desnudez (una idea religiosa, nuevamente) y ningún deseo de aislarse en el cuarto de baño.

Mary sacudió la cabeza. Todas las veces que se había sentido cohibida y avergonzada en su vida, todas las veces en que se había alegrado de que nadie pudiera ver lo que estaba haciendo… ¿eran cosas incómodas simplemente porque se trataba de normas impuestas por la Iglesia? La vergüenza que sintió por dejar a Colm; la vergüenza que le impedía divorciarse; la vergüenza que sentía a la hora de afrontar sus propios impulsos ahora que no tenía ningún hombre en su vida; la vergüenza que sentía a causa del pecado… Ponter no soportaba nada de eso, parecía; mientras no le hiciera daño a nadie, nunca se sentía incómodo de hacer las cosas que le daban placer.

—Supongo que vuestro sistema podría funcionar —dijo Mary, dubitativa.

—Funciona —replicó Ponter—. Y recuerda que para los delitos serios, los que implican ataques a otra persona, suele haber al menos dos registros de coartadas disponibles: el de la víctima y el del perpetrador. La víctima normalmente presenta su archivo como prueba, y la mayor parte del tiempo muestra claramente al perpetrador.

Mary se sentía a la vez fascinada y repelida. Sin embargo…

Aquella noche en York…

Si se hubieran grabado imágenes, ¿podría habérselas mostrado a nadie?

Sí, se dijo con firmeza. Sí. Ella no había hecho nada malo, nada de lo que avergonzarse. Ella era la víctima inocente. Todos los folletos que Keisha le había dado en el centro de crisis por violación lo decían, y ella de verdad intentaba creerlo.

Pero… pero aun en el caso de que hubiese un registro de lo que ella había visto, ¿podría haber sido utilizado para capturar al monstruo? Llevaba pasamontañas: no le había visto en ningún momento la cara, aunque un millar de rostros distintos habían acosado sus sueños desde entonces. ¿A quién habría acusado? ¿De quién habría sido el archivo de coartadas que hubiesen ordenado abrir los tribunales? Mary no tenía ni idea de por dónde empezar, ni de quién sospechar.

Sintió el estómago revuelto. Tal vez ése era el verdadero problema, la situación que el pueblo de Ponter había evitado: tener demasiados sospechosos, demasiada población, demasiado anonimato, demasiada saña y agresividad en los… hombres, pensó. Hombres. Todos los académicos de su generación procuraban utilizar un lenguaje neutro en lo concerniente a los géneros. Pero los crímenes de naturaleza violenta eran de manera abrumadora obra de varones.

Y, sin embargo, ella se había pasado la vida rodeada de hombres buenos y decentes. Su padre; sus dos hermanos; tantos colegas que le habían ofrecido su apoyo; el padre Caldicott, y el padre Belfontaine antes que él; muchos buenos amigos; un puñado de amantes.

¿Qué proporción de hombres constituía realmente el problema? ¿Cuántos eran violentos, coléricos, incapaces de controlar sus emociones, incapaces de refrenar sus impulsos? ¿Era un grupo tan grande que no podría haber sido «limpiado» (era la palabra que había empleado Ponter, una palabra positiva, una palabra esperanzada) del poso genético hacía generaciones?

No importaba lo grande o pequeña que fuera la población de varones violentos, pensó Mary, había demasiados. Una sola bestia ya sería demasiado y…

Y allí estaba ella, pensando como el pueblo de Ponter. En efecto, al poso genético le vendría bien una buena limpieza, una purga terapéutica.

Sí, sin duda.

34

Adikor Huld yacía en su cama, mullida, en el suelo, contemplando el reloj montado en el techo. El sol llevaba fuera varios diadécimos ya, pero no encontraba ningún motivo para levantarse.

¿Qué había pasado ese día, allá en el laboratorio de cálculo cuántico? ¿Qué había salido mal?

Ponter no se había evaporado; no lo habían consumido las llamas; no había explotado. Todas aquellas cosas habrían dejado huellas abundantes.

No, sin duda, Ponter había sido transferido a otro universo… pero…

Pero eso le sonaba ridículo incluso a éclass="underline" comprendía lo escandaloso que debía de haberle parecido a la adjudicadora Sard. Y sin embargo, ¿qué otra explicación había?

Ponter había desaparecido.

Y una inmensa cantidad de agua pesada había aparecido en su lugar.

Presumiblemente, pensó Adikor, había sido un intercambio equilibrado: masas idénticas pero volúmenes radicalmente diferentes. Después de todo, no había sido sólo Ponter lo que había desaparecido; Adikor había oído el aire saliendo de la cámara de cálculo cuántico, como si también hubiera sido absorbido a otro lugar. Pero incluso una habitación llena de aire tenía poca masa, mientras que el agua en estado líquido (incluso el agua pesada líquida) se encontraba en el estado de más densidad de esa sustancia, más incluso que el sólido cuando estaba congelada.

Así pues, un gran volumen de aire y un hombre habían desaparecido de ese universo, y una masa idéntica, pero de volumen mucho más pequeño, de agua pesada había venido a reemplazarlos desde… desde el otro lado. Ése era el planteamiento que no abandonaba la mente de Adikor.

Pero…

Pero entonces eso significaba que había agua pesada en el mismo emplazamiento en el otro universo. Y el agua pesada pura no se producía de modo natural.

Lo cual significaba que… el portal, otra palabra que se le ocurrió de pronto, tenía que haberse abierto en un tanque de almacenamiento de agua pesada. Y si el agua pesada había sido transferida desde allí hasta aquí, entonces Ponter había sido transferido de aquí hasta allí, lo que quería decir…

Lo que quería decir que probablemente se habría ahogado.

Las lágrimas llenaron las profundas cuencas de los ojos de Adikor, como agua de lluvia acumulándose en pozos.

Ponter se agitó en el sofá y miró de nuevo a Mary.

—Los archivos de coartadas no sólo resuelven delitos —dijo—. Tienen muchos otros usos. Por ejemplo, vi ayer en la televisión que dos excursionistas se habían perdido en el parque Algonquino.

Mary asintió.

—Perderse así es imposible en mi mundo. Tu Acompañante triangula las señales de varios transmisores colocados en la cima de las montañas para detectar tu posición, y si estás herido o atrapado por un alud o algo parecido, es fácil que los equipos de rescate conecten con tu Acompañante. Alzó una mano, copiando lo que Mary había hecho antes, cortando la esperada objeción—. Naturalmente, sólo un adjudicador puede ordenar que te localicen de esa forma, y sólo cuando lo solicitas enviando una señal de emergencia, o cuando lo pide un miembro de la familia.