Выбрать главу

—¡Esto no tiene nada que ver con Klast! —replicó Bolbay—. ¡Nada! —Miró a Adikor—. Es por él.

—¿Por qué? —dijo Adikor—. ¿Por qué es por mí?

Bolbay negó de nuevo con la cabeza.

—No tenemos nada de qué hablar.

—Sí que tenemos. Y responderás a mis preguntas aquí, o las responderás delante de un adjudicador. Pero las responderás.

—Es un farol —dijo Bolbay.

Adikor alzó el brazo izquierdo, con la muñeca vuelta hacia ella.

—¿Es tu nombre Daklar Bolbay, y resides en el Centro de Saldak?

—No aceptaré documentos de tu parte.

—Sólo estás retrasando lo inevitable —dijo Adikor—. Conseguiré un servidor judicial que pueda descargar tu implante saques la clavija de control o no. —Una pausa—. Te lo repito, ¿eres Daklar Bolbay, y resides aquí en el Centro de Saldak?

—¿Harás esto de verdad? —dijo Bolbay—. ¿Me arrastrarás ante un adjudicador?

—Como tú me has arrastrado a mí.

—Por favor —dijo Jasmel—. Díselo. Es mejor así… mejor para ti. Adikor se cruzó de brazos.

—¿Bien?

—No tengo nada que decir —replicó Bolbay.

Jasmel dejó escapar un largo suspiro.

—Pregúntale —le dijo a Adikor—, pregúntale por su hombre-compañero.

—No sabes nada de eso —replicó Bolbay.

—¿No? —dijo Jasmel—. ¿Cómo supiste que Adikor era quien había golpeado a mi padre?

Bolbay no dijo nada.

—Obviamente, Klast te lo dijo —continuó Jasmel.

—Klast era mi mujer-compañera —dijo Bolbay, desafiante—. No me guardaba secretos.

—Y era mi madre. Y tampoco me los guardaba a mí.

—Pero… ella… yo… —Bolbay guardó silencio.

—Háblame de tu hombre-compañero —dijo Adikor—. Yo… creo que no lo conozco, ¿verdad?

Bolbay negó lentamente con la cabeza.

—No. Se marchó hace mucho tiempo: nos separamos hace mucho.

—¿Y por eso no tienes hijos propios? —preguntó Adikor, amablemente.

—Eres tan retorcido —replicó Bolbay—. ¿Crees que es tan simple? ¿No pude conservar un compañero y por eso nunca me reproduje? ¿Eso es lo que crees?

—Yo no creo nada.

—Habría sido una buena madre —dijo Bolbay, quizá tanto para sí como para Adikor—. Pregúntale a Jasmel. Pregúntale a Megameg. Desde que Klast murió, he cuidado de ellas maravillosamente. ¿No es así, Jasmel? ¿No es así?

Jasmel asintió.

—Pero eres una 145, igual que Ponter y Klast. Igual que Adikor. Todavía podrías tener un hijo propio. Las fechas para que Dos se conviertan en Uno se cambiarán de nuevo el año que viene: tú podrías…

Adikor alzó la ceja.

—Sería tu última oportunidad, ¿no? Tendrás 490 meses de edad… cuarenta años, el año que viene, igual que yo. Podrías concebir un hijo entonces, como parte de la generación 149, pero sin duda no dentro de diez años, cuando sea concebida la generación 150.

—¿Te han hecho falta tus bonitos ordenadores cuánticos para ese cálculo? —Había desdén en la voz de Bolbay.

—Y Ponter —dijo Adikor, asintiendo lentamente—. Ponter estaba sin mujer-compañera. Tú y él habíais amado a la misma mujer, después de todo, y eras ya tabant de sus dos hijas, así que pensaste…

—¿Tú y mi padre? —dijo Jasmel. No parecía escandalizada por la idea, sino sólo sorprendida.

—¿Y por qué no? —replicó Bolbay, desafiante—. Lo conocía desde hace casi tanto tiempo como tú, Adikor, y siempre nos habíamos llevado bien.

—Pero ahora él tampoco está —dijo Adikor—. Ésa fue mi primera idea, ¿sabes? Que te sentías desconsolada por su pérdida, y por eso me mostrabas los dientes. Pero tienes que ver, Daklar, que te equivocas al hacerlo. Yo amaba a Ponter, y desde luego no habría interferido en su opción de una nueva mujer-compañera, así que…

—Eso no tiene nada que ver —dijo Bolbay, sacudiendo la cabeza—. Nada.

—Entonces, ¿por qué me odias tanto?

—No te odio por lo que le sucedió a Ponter.

—Pero me odias.

Bolbay guardó silencio. Jasmel estaba mirando el suelo.

—¿Por qué? —insistió Adikor—. Nunca te he hecho nada.

—Pero golpeaste a Ponter —replicó Bolbay.

—Hace años. Y él me perdonó.

—Y por eso continuaste entero —dijo ella—. Tuviste un hijo propio. Te saliste con la tuya.

—¿Con la mía?

—¡Con tu crimen! ¡Con tu intento de matar a Ponter!

—Yo no intentaba matarlo.

—Eras violento, un monstruo. Deberías haber sido esterilizado. Pero mi Pelbon…

—¿Quién es Pelbon? —dijo Adikor.

Bolbay guardó de nuevo silencio.

—Su hombre-compañero —dijo Jasmel, en voz baja.

—¿Qué le pasó a Pelbon?

—No sabes cómo es —dijo Bolbay, apartando la mirada—. No tienes ni idea. Te despiertas una mañana y descubres a dos controladores esperándote, y se llevan a tu hombre-compañero y…

—¿Y qué?

—Y lo castran.

—¿Por qué? —preguntó Adikor—. ¿Qué hizo?

—No hizo nada. No hizo absolutamente nada.

—Entonces, ¿por qué…? —empezó a decir Adikor. Pero entonces comprendió—. Oh. Uno de sus parientes.

Bolbay asintió, pero no miró a Adikor a los ojos.

—Su hermano había atacado a alguien, y por eso su hermano fue esterilizado junto con…

—Junto con todo aquel que compartiera el cincuenta por ciento de su material genético —terminó Adikor.

—Mi Pelbon no hizo nada —dijo Bolbay—. No le hizo nada a nadie y fue castigado. Yo fui castigada. ¡Pero tú! ¡Tú casi mataste a un hombre y saliste limpio! ¡Deberían haberte castrado a ti, no a mi pobre Pelbon!

—Daklar —dijo Adikor—. Lo siento. Lo siento mucho…

—Marchaos —dijo Bolbay con firmeza—. Dejadme sola.

—Yo…

—¡Marchaos!

38

Ponter se terminó la hamburguesa y luego miró por turnos a Louise, Reuben y Mary.

—No es que quiera quejarme —dijo—, pero me estoy cansando de esta… ¿vaca la llamáis? ¿Existe la posibilidad de que podamos pedirle a la gente de fuera que nos traiga algo distinto para esta noche?

—¿Cómo qué? —preguntó Reuben.

—Oh, cualquier cosa —contestó Ponter—. Tal vez unos filetes de mamut.

—¿Qué?

—¿Mamut? —dijo Mary, asombrada.

—¿Está comunicando Hak incorrectamente lo que digo? —preguntó Ponter—. Mamut. Ya sabéis… un elefante velludo de climas norteños.

—Sí, sí, sí —dijo Mary—. Sabemos lo que es un mamut, pero…

—¿Pero qué? —preguntó Ponter, la ceja alzada.

—Pero, bueno, los mamuts están extintos.

—¿Extintos? —repitió Ponter, sorprendido—. Ahora que lo pienso, no los he visto por aquí, pero, supuse que no les gustaba acercarse a una ciudad tan grande.

—No, no, están extintos —dijo Louise—. Por todo el mundo. Llevan extintos miles de años.

—¿Por qué? —preguntó Ponter—. ¿Alguna enfermedad?

Todos guardaron silencio. Mary soltó lentamente el aire de sus pulmones, intentando decidir cómo presentarlo.

—No, no es por eso —dijo por fin—. Umm, verás, nosotros… nuestra especie, nuestros antepasados, cazamos los mamuts hasta que se extinguieron.

Ponter abrió mucho los ojos.

—¿Hicisteis qué?

Mary se sintió asqueada; odiaba que su versión de la humanidad quedara tan mal.

—Los matamos para alimentarnos, y bueno, seguimos matándolos hasta que no quedó ninguno.

—Oh —dijo Ponter, en voz baja. Miró por la ventana el gran patio trasero de la casa de Reuben—. Me gustan los mamuts. No sólo su carne, que es deliciosa, sino como animales, como parte del paisaje. Hay un pequeño rebaño de mamuts que vive cerca de mi casa. Me gusta verlos.

—Nosotros tenemos sus esqueletos —dijo Mary—, y sus colmillos, y de vez en cuando se encuentra alguno congelado en Siberia, pero…

—Todos ellos —dijo Ponter, moviendo la cabeza adelante y atrás lentamente—. Los matasteis a todos…

Mary tuvo ganas de protestar: «No yo personalmente», pero eso habría sido falso: la sangre de los mamuts seguía siendo cosa suya. A pesar de todo, necesitaba algún tipo de defensa por débil que fuera.

—Sucedió hace mucho tiempo.

Ponter pareció incómodo.

—Casi tengo miedo de preguntarlo, pero hay otros grandes animales que yo solía ver en esta parte del mundo en mi versión de la Tierra. Una vez más, había supuesto que simplemente evitaban esta ciudad vuestra, pero…

Reuben meneó su afeitada cabeza.

—No, no es eso.

Mary cerró brevemente los ojos.

—Lo siento, Ponter. Eliminamos casi toda la mega-fauna… aquí, y en Europa… y en Australia —sintió un nudo en el estómago a medida que la letanía iba creciendo—, en Nueva Zelanda y en Suramérica. El único continente que tiene muchos animales grandes todavía es África, y la mayoría corren peligro de extinción.

Bliip.

—Están a punto de desaparecer —dijo Louise.

El tono de Ponter indicaba que se sentía traicionado.

—Pero has dicho que todo esto sucedió hace mucho tiempo. Mary miró su plato vacío.

—Dejamos de matar mamuts hace mucho tiempo porque, bueno, nos quedamos sin mamuts que matar. Dejamos de matar alces irlandeses y los grandes felinos que solían poblar América del Norte, y los rinocerontes lanudos, y todos los demás, porque no quedó ninguno que matar.

—Matar a todos los miembros de una especie… —dijo Ponter. Meneó lentamente su enorme cabeza.

—Hemos aprendido —dijo Mary—. Ahora tenemos programas para proteger a las especies en peligro y hemos tenido algunos éxitos. La grulla estuvo a punto de desaparecer, y el águila de cabeza calva. Y el búfalo. Todos han sido recuperados.

La voz de Ponter fue fría.

—Porque dejasteis de matarlos hasta la exterminación.

Mary pensó en argumentar que no era todo resultado de la caza; gran parte había tenido que ver con la destrucción por parte de los humanos de los hábitats naturales de esas criaturas… pero de algún modo eso no parecía mejor.

—¿Qué… qué otras especies siguen todavía en peligro de extinción? —preguntó Ponter.

Mary se encogió un poco de hombros.

—Montones de clases de aves. Las tortugas gigantes. Los osos panda. Las ballenas. Los chim…

—¿Los chim? —dijo Ponter—. ¿Qué son los…?

Ladeó la cabeza, escuchando quizás a Hak proporcionar su mejor deducción de la palabra que Mary había empezado a decir.

—Oh, no. No. ¿Los chimpancés? Pero… pero si son nuestros primos. ¿Cazáis a nuestros primos?

Mary se sintió empequeñecer. ¿Cómo podía decirle que se cazaba a los chimpancés como alimento, que los gorilas eran asesinados para poder hacer con sus manos ceniceros exóticos?

—Son valiosísimos —continuó Ponter—. No tienen precio. Sin duda tú, como genetista, debes saberlo. Son los únicos parientes cercanos vivos que tenemos: podemos aprender mucho sobre nosotros mismos estudiándolos en libertad, examinando su ADN.

—Lo sé —dijo Mary en voz baja—. Lo sé.

Ponter miró a Reuben, luego a Louise y después a Mary, midiéndolos, parecía como si los viera (como si los viera realmente) por primera vez.

—Matáis sin reparo —dijo—. Matáis a especies enteras. Incluso matáis a otros primates.

Hizo una pausa y los miró de nuevo cara a cara, como si les diera una oportunidad de rebatir lo que estaba a punto de decir, de ofrecerle una explicación lógica, un factor atenuante. Pero Mary no dijo nada, ni los otros dos, y por eso Ponter continuó.

—Y en este mundo mi especie está extinta.