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—Pero —dijo Louise—, según lo que he leído, durante sesenta mil años no tuvieron ningún pensamiento. Durante sesenta mil años, no hicieron nada que no fuera instintivo. Pero luego, hace cuarenta mil años, todo cambió.

Mary abrió mucho los ojos.

—El Gran Salto Adelante.

—¡Exactamente!

Mary sintió que el corazón le latía con fuerza. El Gran Salto Adelante era el término que algunos antropólogos daban al despertar cultural que había tenido lugar hacía cuarenta mil años: otros lo llamaban la Revolución del Paleolítico Superior. Como había dicho Louise, los seres humanos de aspecto moderno llevaban vivos seiscientos siglos a esas alturas, pero no habían creado ningún arte, no adornaban sus cuerpos con joyas y no enterraban a sus muertos con sus pertenencias. Pero de manera simultánea, hacía cuarenta mil años, de repente los humanos empezaron a pintar hermosas imágenes en las paredes de las cuevas, llevaban collares y brazaletes y enterraban a sus seres queridos con comida y herramientas y otros objetos de valor que sólo podían ser útiles en una supuesta otra vida. El arte, la moda y la religión aparecieron simultáneamente; en efecto, un gran salto adelante.

—Entonces, ¿lo que estás diciendo es que algunos CroMagnons empezaron de pronto hace cuarenta mil años a tomar decisiones y el universo empezó a dividirse?

—No exactamente —contestó Louise. Había terminado su primer café; se levantó y compró un segundo—. Piensa en esto: ¿qué causó el Gran Salto Adelante?

—Eso no lo sabe nadie.

—Para todos los propósitos e intenciones, es un punto de inflexión, en los anales arqueológicos, que muestra el amanecer de la conciencia, ¿no te parece?

—Supongo que sí.

—Pero ese amanecer no va acompañado de ningún cambio físico notable. No es que una nueva forma de ser humano apareciera de pronto y empezara a hacer arte. Los cerebros capaces de conciencia habían existido durante sesenta mil años, pero no eran conscientes. Y entonces, sucedió algo.

—El Gran Salto Adelante, sí. Pero, como decía, nadie sabe qué lo causó.

—¿Has leído a Roger Penrose? ¿La nueva mente del emperador?

Mary negó con la cabeza.

—Penrose es un matemático de Oxford. Sostiene que la mente humana es de naturaleza mecánicocuántica.

—¿Y eso qué significa?

—Significa que lo que nosotros consideramos inteligencia, conciencia del yo, no surge de una red bioquímica de neuronas, ni de algo así de burdo. Más bien, surge de procesos cuánticos. Específicamente, él y un anestesista llamado Hameroff sostienen que la superposición cuántica de electrones aislados en los microtúbulos de las células del cerebro crean el fenómeno de la conciencia.

—Ah —dijo Mary, vacilante.

Louise tomó un sorbo de su nuevo café.

—Bueno, ¿no lo ves? Eso explica el Gran Salto Adelante. Cierto, nuestros cerebros eran tal como son hoy desde hace cien mil años, pero la conciencia no comenzó hasta que se produjo un evento mecánicocuántico, presumiblemente al azar: la creación sola y única de un nuevo universo que sucedió como piensa Everett.

Mary asintió; sí que era una idea interesante.

—Y los eventos cuánticos, por propia naturaleza, tienen múltiples resultados posibles —dijo Louise—. En vez de esa fluctuación cuántica, o lo que quiera que fuese, creando conciencia en el Homo sapiens, lo mismo podría haber sucedido en la otra especie humana que existió hace cuarenta mil años: ¡el hombre de Neanderthal! La primera división del universo fue un accidente, un azar cuántico. En una rama, pensamiento y cognición surgieron en nuestros antepasados; en otra, surgieron en los antepasados de Ponter. He leído que los Neanderthales existieron hace tal vez unos doscientos mil años, ¿no?

Mary asintió.

—Y tenían el cerebro más grande que el nuestro, ¿no es así? Mary volvió a asentir.

—Pero en este mundo —dijo Louise—, en esta línea temporal, esos cerebros nunca cobraron conciencia. Lo hicieron los nuestros, y la ventaja que nos dio esa conciencia (astucia y previsión) nos llevó a triunfar sobre los Neanderthales, y a convertirnos en dueños del mundo.

—¡Ah! —dijo Mary—. Pero en el mundo de Ponter…

Louise asintió.

—En el mundo de Ponter sucedió lo contrario. Fueron los Neanderthales los que se volvieron conscientes, desarrollando arte y cultura… y astucia. Ellos dieron el Gran Salto Adelante mientras nosotros continuábamos siendo los brutos bobos que habíamos sido durante los sesenta mil años anteriores.

—Supongo que eso es posible —dijo Mary—. Podrías hacer un buen ensayo con esas ideas.

—Más que eso —dijo Louise. Sorbió más café—. Si tengo razón, significa que Ponter podría volver a casa.

El corazón de Mary dio un vuelco.

—¿Qué?

—Me baso en parte en lo que me contó Ponter, y en parte en la comprensión de la física que tenemos en nuestro propio mundo. Supongamos que cada vez que un universo se divide, no lo hace como lo hacen las amebas…, con una ameba convirtiéndose en dos hijas, y la madre desapareciendo en el proceso. Supongamos que en cambio sucede más bien como los vertebrados dando a luz: el universo original continúa y se crea un nuevo universo hijo.

—¿Sí? —dijo Mary—. ¿Y…?

—Bueno, verás, los universos son de edades distintas. Podrían parecer absolutamente idénticos, a excepción de lo que tomaste para desayunar esta mañana, pero uno de ellos tiene doce mil millones de años de antigüedad y el otro es… —miró su reloj—, bueno, el otro tiene unas cuantas horas. Naturalmente, el universo hijo parecería tener miles de millones de años de antigüedad, pero en realidad no sería así.

Mary frunció el entrecejo.

Umm, Louise, no serás por casualidad creacionista, ¿no?

—¿Quoi? —Entonces se echó a reír—. No, no, no… pero veo el paralelismo al que te refieres. No, estoy hablando de física de verdad. —Si tú lo dices. Pero ¿cómo devuelve todo esto a Ponter a casa?

—Bueno, supongamos que este universo, donde tú y yo estamos ahora mismo, es el original donde el Homo sapiens se volvió consciente… el que inicialmente se desgajó del universo donde los Neanderthales se volvieron conscientes en cambio. Todo el otro revoltijo de universos donde existen los Homo sapiens conscientes son hijos, o nietos, o tataratataranietos de éste.

—Eso es mucho suponer —dijo Mary.

—Lo sería, si no tuviéramos ninguna otra prueba. Pero tenemos la prueba de que este universo concreto es especiaclass="underline" la llegada de Ponter aquí, entre todos los otros sitios a los que podría haber llegado. Cuando el ordenador cuántico de Ponter se quedó sin versiones donde existían otras versiones de sí mismo, ¿qué hizo? Vaya, pues buscó otros universos en donde no existía. Y, al hacerlo, se lanzó primero al que se había desgajado inicialmente de todo el árbol de aquellos en donde sí existía, el que, cuarenta mil años antes, había iniciado otro camino, con otro tipo de humanidad al mando. Naturalmente, en cuanto alcanzó un universo donde no existía un ordenador cuántico en el mismo punto, el proceso de búsqueda de factores se quebró y el contacto entre los dos mundos quedó roto. Pero si la gente de Ponter repite el proceso exacto que lo llevó a quedar atrapado aquí, creo que hay una verdadera posibilidad de que el portal a este universo específico, el que primero se desgajó de su línea temporal, sea recreado.

—Son muchos «si» —dijo Mary—. Además, si pudieran repetir el experimento, ¿por qué no lo han hecho ya?