—Sabes lo que sucedió, naturalmente —dijo Jasmel mientras esperaban a que regresara Dern—. Mi padre atravesó eso, sea lo que sea. Por eso no hay ningún rastro de su cuerpo.
—Pero el otro lado no está a ras de suelo —dijo Adikor—. Debe de haberse caído y…
Jasmel alzó la ceja.
—Y tal vez se rompió el cuello. Lo cual… lo cual significa que lo que podríamos ver en el otro lado es…
Adikor asintió.
—Es su cadáver. Ya lo he pensado, lamento decirlo… pero, la verdad es que esperaba verlo ahogado en un tanque de agua pesada.
Reflexionó un momento sobre eso, y luego se acercó al robot, que estaba completamente seco.
—Había una reserva de agua pesada en el otro lado cuando Ponter atravesó y… ¡cartílagos!
—¿Qué?
—Tenemos que haber conectado con un universo diferente, no al que fue Ponter.
El labio inferior de Jasmel tembló.
Adikor puso derecho al robot. Comprobó el cable conector, pero por lo que podía ver, se encontraba en buen estado. Jasmel, mientras tanto, se había apartado, caminando despacio, la cabeza gacha, a recoger el extremo suelto del cable de fibra óptica; se lo trajo a Adikor, que lo puso en su sitio. Luego ajustó las dos abrazaderas que encajaban en los huecos del borde del conector, ayudando a mantenerlo en su sitio.
Dern regresó entonces con dos linternas eléctricas y las pilas esféricas que les suministraban energía. También traía un rollo de cinta adhesiva, que utilizó para sujetar con fuerza las linternas a cada lado del ojo de la cámara del robot.
Volvieron a colocar al robot exactamente en la misma posición que antes, junto al registro 69, y los tres regresaron a la sala de control. Adikor amontonó algunas cajas de equipo y se subió a ellas para poder manejar simultáneamente la consola y mirar por encima del hombro la sala de cálculo.
Fue marcando una vez más la cuenta atrás.
—Diez. Nueve. Ocho. Siete. Seis. Cinco. Cuatro. Tres. Dos. Uno. Cero.
Esta vez, Adikor lo vio todo. El portal se abrió como si fuera un aro de fuego azul. Oyó el aire revolotear de nuevo, y el robot, que parecía estar justo en el borde de un precipicio, dio un vuelco y desapareció. El cable de control se tensó, y el aro azul se contrajo alrededor de su perímetro y luego desapareció.
Los tres se volvieron al unísono hacia el monitor de vídeo. Al principio pareció de nuevo que no había ninguna señal, pero luego los rayos de luz parecieron captar algo (cristal o plástico) y vieron brevemente un reflejo. Pero eso fue todo: el espacio donde colgaba el robot debía de ser enorme.
La luz les mostró algo más (¿tubos metálicos que se entrecruzaban?), mientras el robot oscilaba a un lado y a otro como un péndulo. Y entonces, de pronto, hubo iluminación en todas partes, como si…
—Alguien debe de haber encendido las luces —dijo Jasmel. Ahora quedó claro que el robot estaba girando, colgado del extremo de su cable. Vieron un atisbo de paredes rocosas, y más paredes rocosas, y…
—¿Qué es eso? —exclamó Jasmel.
Sólo lo vieron un instante: una especie de escalerilla apoyada contra el lado curvo de una enorme cámara y, bajando por la escalerilla, una figura delgada vestida con una especie de ropa azul.
El robot continuó rotando y vieron que en el suelo había un gran entramado geodésico, con cosas como flores metálicas en sus intersecciones.
—Nunca he visto nada parecido —dijo Dern.
—Es precioso —comentó Jasmel.
Adikor contuvo la respiración. La visión seguía girando; mostró de nuevo la escalerilla, dos figuras más bajando por ella, y entonces, para su desesperación, las figuras desaparecieron cuando el robot siguió girando.
Su rotación ofreció dos atisbos más de figuras que vestían trajes sueltos azules, con caparazones amarillo vivo en la cabeza. Eran de hombros demasiado estrechos para ser hombres; Adikor pensó que tal vez fuesen mujeres, aunque eran delgadas incluso para ser mujeres. Pero sus caras, vistas tan brevemente, parecían carentes de vello y…
Y la imagen se sacudió de repente, y luego se aquietó, y el robot dejó de girar. Una mano apareció desde un lado, dominando brevemente el campo de visión de la cámara, una mano extraña y de aspecto débil con un pulgar corto y una especie de círculo de metal en un dedo. La mano había agarrado al robot, sujetándolo. Dern manejaba frenéticamente su caja de control, moviendo la cámara lo más rápido posible, y vieron bien por primera vez al ser que ahora extendía la mano y agarraba al robot colgante.
Dern jadeó. Adikor sintió un nudo en el estómago. La criatura era horrible, deforme, con una mandíbula inferior que sobresalía como si el hueso interior estuviera incrustado de bultos.
El repulsivo ser seguía sujetando el robot, tratando de bajarlo al suelo; los cables parecían estar a una distancia de medio cuerpo por encima del suelo de la enorme sala.
Cuando la cámara del robot se ladeó, Adikor vio que había una abertura al pie de la esfera geodésica, como si parte de ella hubiera sido desmontada. En el suelo de la sala había gigantescas piezas curvas de cristal o plástico transparentes apiladas unas encima de otras; seguramente lo que iluminaron al principio las linternas del robot. Esas piezas curvas de cristal parecían haber formado antes parte de una enorme esfera.
Ahora pudieron ver de manera intermitente a tres de los mismos seres, todos igualmente deformes. Dos de ellos carecían también de vello facial. Uno señalaba directamente al robot: su brazo parecía un palo.
Jasmel se llevó las manos a las caderas y sacudió lentamente la cabeza.
—¿Qué son? —Adikor movió la cabeza, asombrado.
—Son una especie de primates —dijo Jasmel.
—No son chimpancés ni bonobos —dijo Dern.
—No —respondió Adikor—, aunque son muy flacuchos. Pero casi carecen de pelo. Se parecen más a nosotros que a los simios.
—Lástima que lleven esas extrañas cosas en la cabeza —dijo Dern—. Me pregunto para qué son.
—¿Para protección? —sugirió Adikor.
—Si es así, no son muy eficaces —respondió Dern—. Si algo les cae en la cabeza, su cuello, no sus hombros, soportará todo el peso.
—No hay ni rastro de mi padre —dijo Jasmel, apenada.
Los tres guardaron silencio un momento. Entonces Jasmel volvió a hablar.
—¿Sabéis qué parecen? Parecen humanos primitivos… como esos fósiles que se ven en las cuevas galdarab.
Adikor retrocedió un par de pasos, literalmente conmocionado por la idea. Encontró una silla, la hizo girar sobre su base y se sentó.
—Gente de Gliksin —dijo, recordando el término. Gliksin era la región donde se habían encontrado por primera vez aquellos fósiles de los únicos primates conocidos sin arco ciliar y con aquellas ridículas protuberancias en la mandíbula inferior.
¿Podría su experimento haber atravesado fronteras de mundos, accediendo a universos que se habían separado mucho antes de la creación del ordenador cuántico? No, no. Adikor sacudió la cabeza. Era demasiado, una locura. Después de todo, los gliksins se habían extinguido… bueno, la cifra de medio millón de meses apareció en su cabeza, pero no estaba seguro de si era correcta. Adikor se pasó el borde de la mano una y otra vez por encima del arco ciliar. El único sonido era el zumbido del equipo purificador de aire; los únicos olores, su propio sudor y feromonas.
—Esto es bestial —dijo Dern en voz baja—. Es descomunal. Adikor asintió lentamente.
—Otra versión de la Tierra. Otra versión de la humanidad.
—¡Está hablando! —exclamó Jasmel, señalando a una de las figuras visibles en la pantalla—. ¡Subid el sonido!