Algunos espectadores se quedaron boquiabiertos.
—Muy bien —dijo Sard, la cabeza gacha, preparándose para tomar nota—. ¿Y su nombre es?
—Boddit —dijo Ponter. Sard alzó la cabeza—. Ponter Boddit.
Ponter contempló la sala. Jasmel había estado conteniendo a Megameg, pero ahora dejó ir a su hermana menor. Megameg cruzó corriendo la sala del Consejo y Ponter la alzó en volandas, abrazándola.
—¡Orden! —gritó Sard—. ¡Que haya orden!
Ponter sonreía de oreja a oreja. Una parte de él se había preocupado porque las autoridades pudieran intentar mantener en secreto la existencia de la otra Tierra. Después de todo, fue sólo en los últimos momentos que los doctores Montego y Singh impidieron que las autoridades gliksin se lo llevaran, posiblemente para no ser visto nunca más. Pero en aquel preciso instante, miles de personas estaban usando sus miradores en casa para ver qué estaban viendo los exhibicionistas, y una sala llena de Acompañantes regulares transmitía señales a los cubos de coartadas de sus propietarios. Todo el mundo, todo este mundo, pronto oiría la verdad.
Bolbay se puso en pie.
—¡Ponter!
—Tu ansiedad por vengarme es loable, querida Daklar —dijo él—, pero, como puedes ver, fue prematura.
—¿Dónde has estado? —exigió saber Bolbay. A Adikor le pareció que estaba más furiosa que aliviada.
—¿Dónde he estado? —repitió Ponter, contemplando las ropas plateadas entre el público—. Debo decir que me halaga que el trivial asunto del posible asesinato de un físico del montón haya atraído a tantos exhibicionistas. Y, con todos ellos aquí y un centenar de otros Acompañantes enviando señales al pabellón de archivos, me alegraré de explicarlo.
Escrutó los rostros, anchos, planos. Rostros con narices de tamaños adecuados, no aquellas cosas respingonas que tenían los gliksins; rostros masculinos peludos y rostros femeninos menos peludos; rostros con arcos ciliares prominentes y mandíbulas rectas; rostros guapos, rostros hermosos, los rostros de su gente, sus amigos, su especie.
—Pero primero déjenme decir que no hay nada como el hogar.
47
Adikor y Ponter llegaron a la casa de Dern, el ingeniero de robótica. Dern los condujo al interior, y luego apagó su mirador; Ponter vio que era fan de Lulasm.
—¡Caballeros, caballeros! —dijo Dern—. Me alegro de veros. —Señaló la pantalla ahora en blanco del mirador—. ¿Habéis visto la visita de Lulasm a la Academia de Economía esta mañana?
Ponter negó con la cabeza. Adikor hizo lo mismo.
—Vuestra amiga Sard ha dejado de ser adjudicadora. Al parecer, a sus colegas les pareció que había sido un poco menos imparcial de lo natural, dada la forma en que salió tu juicio.
—¿Un poco nada más? —dijo Adikor, asombrado—. Eso es quedarse corto.
—En cualquier caso —continuó Dern—, los Grises decidieron que haría una contribución más significativa enseñando mediación avanzada a los 146.
—Probablemente no llamará la atención de ningún exhibicionista —dijo Ponter—, pero Daklar Bolbay está recibiendo ayuda también. Terapia para manejar el dolor, la furia y todo eso.
Adikor sonrió.
—Le presenté a mi antiguo escultor de personalidad, y él la ha puesto en contacto con la gente adecuada.
—Eso está bien —dijo Dern—. ¿Vas a exigir una disculpa pública por su parte?
Adikor negó con la cabeza.
—Ya he recuperado a Ponter —dijo simplemente—. No necesito más.
Dern sonrió y le dijo a uno de sus muchos robots domésticos que trajera bebidas.
—Os doy las gracias a ambos por venir —dijo, tendiéndose en un sofá alargado, cruzando los pies, los dedos entrelazados tras la cabeza, su vientre redondo subiendo y bajando mientras respiraba.
Ponter y Adikor se sentaron a horcajadas.
—Dijiste que tenías algo importante de lo que hablar —instó amablemente Ponter.
—Así es —respondió Dern, girando la cabeza para poder mirarlos—. Creo que tenemos que hallar un medio para conseguir que el portal entre las dos versiones de la Tierra permanezca abierto de manera permanente.
—Parecía estar abierto mientras había un objeto físico atravesándolo —dijo Ponter.
—Bueno, sí, en lapsos de tiempo breves —dijo Adikor—. En realidad no sabemos si puede ser mantenido indefinidamente.
—Si puede, las posibilidades son asombrosas —dijo Ponter—. Turismo. Comercio. Intercambio cultural y científico.
—Exactamente —replicó Dern—. Echad un vistazo a esto.
Puso los pies en el suelo y colocó un objeto sobre la pulida mesa de madera. Era un tubo hueco, hecho de malla de alambre entretejido, un poco más largo que su dedo más largo y no más grueso que el diámetro del más pequeño.
—Esto es un tubo de Derkers —dijo. Usó los extremos de dos dedos para tirar de la boca del tubo, y la abertura se expandió y expandió, y la malla con su membrana elástica se estiró haciéndose cada vez más grande, hasta tener la anchura de la mano abierta de Dern.
Le tendió el tubo a Ponter.
—Intenta aplastarlo —dijo Dern.
Ponter sostuvo el tubo con una mano abierta y lo rodeó con la otra. Apretó entonces, suavemente al principio y luego con todas sus fuerzas. El tubo no cedió.
—Es un tubo pequeño —explicó Dern—, pero en la mina tenemos algunos que se expanden hasta tres brazadas de diámetro. Los usamos para asegurar los túneles cuando parece probable un hundimiento. No podemos permitirnos perder esos robots mineros, después de todo.
—¿Cómo funciona? —preguntó Ponter.
—La malla es en realidad una serie de segmentos articulados de metal, cada uno con extremos dentados. Una vez que lo abres, la única manera de cerrarlo es usar herramientas y desmontar los mecanismos de cierre uno a uno.
—¿Entonces estás sugiriendo que deberíamos volver a abrir el portal al otro universo, y luego colocar uno de estos… ¿cómo lo has llamado? ¿Un «tubo de Derker»? —dijo Ponter—. ¿Meter uno de estos tubos de Derker por la abertura y expandirlo hasta su diámetro máximo?
—Eso es —contestó Dern—. Y entonces la gente podría pasar de este universo al otro.
—Ellos tendrían que construir una plataforma y escaleras al otro lado, para que lleve hasta el tubo.
—Estoy seguro de que será fácil de hacer.
—¿Y si el portal no se abre indefinidamente? —preguntó Adikor.
—No le recomiendo a nadie que se entretenga en el túnel —dijo Dern—, pero si el portal se cerrara, simplemente cortaría el túnel, dividiéndolo en dos partes. O arrastraría al túnel por completo a un lado o a otro.
—Hay cosas que tener en cuenta —dijo Ponter—. Me puse muy enfermo cuando llegué allí. Al otro lado existen gérmenes contra los que no tenemos inmunidad.
Adikor asintió.
—Tendremos que ser cautos. No queremos que agentes patógenos pasen libremente de su universo al nuestro, y los viajeros que vengan hacia aquí sin duda requerirán una serie de inmunizaciones.
—Estoy seguro de que podría resolverse —dijo Dern—. Aunque no sé cuáles deberían ser exactamente los procedimientos. Guardaron silencio un rato. Finalmente, Ponter habló.
—¿Quién toma la decisión? —preguntó—. ¿Quién decide si deberíamos establecer contacto permanente, o incluso reestablecer un con tacto temporal, con el otro mundo?
—Estoy seguro de que no hay precedentes —dijo Adikor—. Dudo que nadie haya considerado jamás la posibilidad de tender un puente hacia otra Tierra.
—Si no fuera por el peligro de los gérmenes, yo diría que debemos continuar y abrir el portal, pero… —dijo Ponter.