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Vimes fue de patrulla con Zanahoria.

Sentía que algo estaba a punto de derramarse con un súbito hervor dentro de él. Algo estaba rozando las puntas de sus instintos corroídos pero todavía bastante activos, tratando de atraer su atención. Vimes necesitaba moverse, y Zanahoria tuvo que sudar bastante para que no le dejara atrás.

Había asesinos en prácticas en las calles que discurrían alrededor del recinto gremial, todavía muy ocupados barriendo escombros.

—Asesinos a la luz del día —gruñó Vimes—. Me asombra que no se conviertan en polvo.

—Eso les pasa a los vampiros, señor —dijo Zanahoria.

—¡Ja! ¡Tienes razón! ¡Asesinos, ladrones con licencia y putos vampiros! ¿Sabes, muchacho?, hubo un tiempo en el que esta era una gran ciudad.

Sin darse cuenta de lo que hacían, los dos empezaron a andar al mismo paso… a proceder.

—¿Se refiere a cuando teníamos reyes, señor?

—¿Reyes? ¿Reyes, dices? ¡Demonios, no!

Un par de asesinos se volvieron a mirarle con sorpresa.

—Te diré una cosa —dijo Vimes—. Un monarca es un gobernante absoluto, ¿no? El mandamás…

—A menos que sea una reina —dijo Zanahoria.

Vimes lo fulminó con la mirada, y luego asintió.

—De acuerdo, o la mandamasina.

—No, ese término únicamente se le podría aplicar si se tratara de una mujer joven. Las reinas siempre tienden a tener bastantes más años. Tendría que ser una… ¿una mandamasarina? No, eso es para las princesas que son muy jóvenes. No. Mmm. Una mandamasa, creo yo.

Vimes se detuvo. Hay algo en el aire de esta ciudad, pensó. Si el Creador hubiera dicho «Hágase la luz» en Ankh-Morpork, no hubiese llegado más allá de eso porque todo el mundo habría empezado a preguntar: «¿De qué color?».

—El gobernante supremo, de acuerdo —dijo, volviendo a ponerse en movimiento.

—De acuerdo.

—Pero eso no está bien, ¿comprendes? Me refiero a que haya un hombre que tenga poder sobre la vida y la muerte.

—Pero si es un buen hombre… —empezó a decir Zanahoria.

—¿Qué? ¿Qué? De acuerdo, de acuerdo. Vamos a suponer que es un buen hombre. Pero el que actúa como su mano derecha… ¿él también es un buen hombre? Ya puedes esperar que lo sea. Porque él también es el gobernante supremo, en nombre del rey. Y el resto de la corte… tienen que ser hombres buenos. Porque con que solo uno de ellos sea un hombre malo, el resultado será soborno y prebendas.

—El patricio es un gobernante supremo —observó Zanahoria. Luego saludó con una inclinación de cabeza a un troll que pasaba por allí—. Buenos días, señor Carbúnculo.

—Pero no lleva una corona ni se sienta en un trono, y no te dice que es justo que él deba gobernar —dijo Vimes—. Odio a ese bastardo. Pero es honesto. Sí, Vetinari es tan honesto como un sacacorchos.

—Aun así, si el rey fuera un buen hombre…

—¿Sí? ¿Y entonces qué? La realeza le ensucia la mente a las personas, muchacho. Los hombres honestos empiezan a inclinarse y a hacer reverencias por el mero hecho de que el abuelo de alguien fue un bastardo asesino más grande que el de ellos. ¡Escúchame bien! ¡Probablemente hubo un tiempo en el que tuvimos buenos reyes! ¡Pero los reyes engendran otros reyes! ¡Y al final la sangre siempre impone su ley, y terminas teniendo una pandilla de bastardos arrogantes y asesinos! ¡Que le cortan la cabeza a una reina y luchan con sus primos cada cinco minutos! ¡Y tuvimos siglos enteros de eso! ¡Y entonces un día un hombre dijo «No más reyes», y nos levantamos en armas y luchamos contra los putos nobles y sacamos a rastras al rey de su trono, y lo llevamos a rastras hasta la plaza Sator y le cortamos la maldita cabeza! ¡Un trabajo bien hecho, créeme!

—Uf —dijo Zanahoria—. ¿Quién era?

—¿Quién?

—El hombre que dijo «No Más Reyes».

La gente les estaba mirando. El rostro de Vimes pasó del rojo de la ira al rojo de la vergüenza. Aun así, había muy poca diferencia en la tonalidad.

—Oh… Era comandante de la Guardia de la Ciudad de Ankh-Morpork en aquellos tiempos —farfulló—. Le llamaban el Viejo Cara de Piedra.

—Nunca he oído hablar de él —dijo Zanahoria.

—El, ejem, no aparece mucho en los libros de historia —dijo Vimes—. A veces tiene que haber una guerra civil, y a veces, después, es mejor fingir que algo no ocurrió. A veces las personas tienen que hacer un trabajo, y luego tienen que ser olvidadas. Él empuñó el hacha, ¿sabes? Nadie más estaba dispuesto a hacerlo. Después de todo, se trataba del cuello de un rey. Los reyes son —escupió la palabra— especiales. Incluso después de que se les vieran las… habitaciones privadas, y limpiaran los… trocitos. Incluso entonces. Nadie estaba dispuesto a limpiar el mundo. Pero él cogió el hacha y los maldijo a todos y lo hizo.

—¿De qué rey se trataba? —dijo Zanahoria.

—Lorenzo el Bueno —dijo Vimes, distantemente.

—He visto su retrato en el museo del palacio —dijo Zanahoria—. Un anciano gordo. Rodeado por montones de niños.

—Oh, sí —dijo Vimes, hablando muy despacio y con mucho cuidado—. A Lorenzo el Bueno le gustaban mucho los niños.

Zanahoria saludó con la mano a un par de enanos.

—No sabía nada de eso —dijo—. Pensé que solo había sido alguna rebelión malvada o algo por el estilo.

Vimes se encogió de hombros.

—Está en los libros de historia, si sabes dónde buscar.

—¿Y ese fue el fin de los reyes de Ankh-Morpork?

—Oh, creo que un hijo sobrevivió. Y unos cuantos parientes que estaban locos también sobrevivieron. Se les desterró. Se supone que eso es un destino terrible, para la realeza. No veo por qué, francamente.

—Yo sí que puedo verlo. Y a usted le gusta mucho la ciudad, señor.

—Bueno, sí. Pero si tuviera que elegir entre el destierro o que me cortaran la cabeza, lo único que te pediría sería que me ayudaras a bajar con esta maleta. No, estamos mejor habiéndonos librado de los reyes. Pero lo que quiero decir es que… la ciudad solía funcionar.

—Todavía lo hace —dijo Zanahoria.

Pasaron por delante del Gremio de Asesinos y llegaron a los imponentes muros del Gremio de Bufones, que ocupaba la otra esquina del bloque.

—No, se limita a seguir en marcha —dijo Vimes—. Quiero decir, mira ahí arriba.

Zanahoria alzó obedientemente la mirada.

En el cruce de la Vía Ancha con Alquimistas había un edificio familiar. La fachada estaba suntuosamente adornada, pero se hallaba cubierta de mugre. Las gárgolas la habían colonizado.

El lema corroído que había encima del pórtico rezaba: NI LA NIEVE NI LA LLUVIA NI LA TENEBORSA NOCHE PUEDEN APARTAR A ESTOS MENSAGEROS DE SU DEVER, y en días más espaciosos muy bien pudo ser ese el caso, pero recientemente alguien había encontrado necesario clavar un apéndice en el que ponía:

NO NOS PRESGUNTES ACERCA DE:

rocas

trolls con palos

Toda clase de dragones

La señora Cake

Henormes cosas verdes con dientes

Cualquier clases de perros negros con cejas anaranjadas

Lluvias de mastines

niebla.

La señora Cake

—Oh —dijo—. El Correo Real.

—La Oficina de Correos —lo corrigió Vimes—. Mi abuelo decía que hubo un tiempo en el que podías echar una carta allí y llegaba a su destino antes de un mes, sin falta. No tenías que dársela a un enano que pasaba por ahí y esperar que el pequeño mamón no se la vaya a comer antes de…