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Su voz se fue perdiendo en el silencio.

—Uh. Lo siento. Lo he dicho sin ánimo de ofender.

—No me ha ofendido —dijo Zanahoria alegremente.

—No es que tenga nada en contra de los enanos, que conste. Yo siempre he dicho que tendrías que buscar mucho antes de encontrar una, una pandilla de gente más respetuosa con la ley, más trabajadora y más conocedora de su oficio que esos…

—¿… pequeños mamones?

—Sí. ¡No!

Continuaron andando.

—Esa señora Cake es una mujer muy decidida, ¿eh? —dijo Zanahoria.

—No lo sabes tú bien —dijo Vimes.

Algo crujió bajo la enorme sandalia de Zanahoria.

—Más cristales —dijo—. Los trozos han llegado realmente lejos.

—¡Dragones que estallan! Menuda imaginación tiene esa chica.

—Guau, guau —dijo una voz detrás de ellos.

—Ese maldito perro nos ha estado siguiendo —dijo Vimes.

—Le está ladrando a algo en la pared —dijo Zanahoria.

Gaspode los contempló sin inmutarse.

—Guau, guau, maldito gañido gañido —dijo—. ¿Es que estáis ciegos o qué?

Era cierto que las personas normales no podían oír hablar a Gaspode, porque el caso es que los perros no hablan. Es un hecho sobradamente conocido. Es sobradamente conocido al nivel orgánico, al igual que ocurre con muchos otros hechos sobradamente conocidos que invalidan las observaciones de los sentidos. Esto es así porque si las personas fueran por ahí dándose cuenta de todo lo que estaba ocurriendo continuamente, nadie llegaría a terminar nada de lo que había empezado.[7] Además, la inmensa mayoría de los perros no hablan. Aquellos que lo hacen son un mero error estadístico, y por lo tanto pueden ser ignorados.

No obstante, Gaspode había descubierto que se le tendía a escuchar a un nivel subconsciente. Sin ir más lejos, el día anterior alguien lo había mandado a la cuneta de una patada sin darse cuenta, y luego había dado unos cuantos pasos antes de que pensara súbitamente: «Soy un hijo de puta de mucho cuidado».

—Hay algo ahí arriba —dijo Zanahoria—. Mire… algo azul, colgando de esa gárgola.

—¿Guau, guau, guau! ¿Os lo podéis creer?

Vimes se subió a los hombros de Zanahoria y fue subiendo la mano por la pared, pero la pequeña tira azul siguió estando fuera de su alcance.

La gárgola volvió un ojo de piedra hacia ellos.

—¿Te importa? —dijo Vimes—. Está colgando de tu oreja…

Con un rechinar de piedra sobre piedra, la gárgola elevó una mano hacia arriba y se desprendió el material.

—Gracias.

—’A ’ido ’n ’acer.

Vimes volvió a bajar al suelo.

—Le gustan las gárgolas, ¿verdad, capitán? —dijo Zanahoria mientras se iban.

—Pues sí. Puede que solo sean una especie de trolls, pero no se relacionan con el resto del mundo, rara vez llegan a ir por debajo del primer piso, y no cometen crímenes que lleguen a descubrirse nunca. Sí, las gárgolas son justo mi tipo de gente.

Desdobló la tira.

Era un collar para animales o, al menos, lo que quedaba de un collar para animales. Estaba quemado en ambos extremos y la palabra «Regordete» era apenas legible a través del tizne.

—¡Los muy malvados! —dijo Vimes—. ¡Realmente hicieron estallar un dragón!

El hombre más peligroso del mundo debería ser presentado.

En toda su vida nunca le ha hecho daño a ningún ser vivo. Ha diseccionado a unos cuantos, pero solo después de que estuvieran muertos,[8] y se ha asombrado ante lo bien hechos que estaban teniendo en cuenta que el trabajo había sido llevado a cabo por mano de obra no especializada. El hombre más peligroso del mundo llevaba varios años sin salir de una habitación muy grande y bien ventilada, pero aquello no suponía ningún problema para él porque en cualquier caso siempre pasaba la mayor parte del tiempo dentro de su propia cabeza. Existe un cierto tipo de persona a la cual resulta muy difícil encarcelar.

No obstante, había llegado a la conclusión de que una hora de ejercicio al día era esencial para tener un apetito sano y unos movimientos intestinales apropiados, y en aquel momento se encontraba sentado encima de una máquina de su propia invención.

La máquina consistía en un sillín situado encima de un par de pedales que hacían girar, mediante una cadena, una gran rueda de madera que quedaba mantenida encima del suelo por un soporte metálico. Otra rueda de madera que giraba libremente estaba colocada delante del sillín y podía accionarse mediante un dispositivo de timón. El hombre más peligroso del mundo había adaptado la rueda adicional y el timón de tal manera que podía llevar rodando todo el artefacto hasta la pared cuando había terminado de hacer ejercicio, y, además, eso otorgaba una agradable simetría a toda la estructura.

La llamaba «la-máquina-de-hacer-girar-la-rueda-con-pedales-y-otra-rueda».

Lord Vetinari también estaba trabajando.

Normalmente, se encontraba en el Despacho Oblongo o sentado en su sencilla silla de madera al pie de los escalones en el palacio de Ankh-Morpork. Al final del tramo de escalones había un suntuoso trono, cubierto de polvo. Era el trono de Ankh-Morpork, y estaba hecho nada menos que de oro. A Vetinari nunca se le había pasado por la cabeza sentarse en él.

Pero hacía un día precioso, así que estaba trabajando en el jardín.

Quienes visitaban Ankh-Morpork solían sorprenderse al descubrir que había unos cuantos jardines muy interesantes anexos al palacio del patricio.

El patricio no era la clase de persona dada a los jardines. Pero algunos de sus predecesores sí que lo habían sido, y lord Vetinari nunca cambiaba o destruía nada si no existía una razón lógica para hacerlo. Mantenía el pequeño zoo, y el establo de caballos de carreras, e incluso reconocía que los jardines eran de un extremado interés histórico porque obviamente ese era el caso.

Los había diseñado Jodido Estúpido Johnson.

Muchos grandes jardineros de exteriores han pasado a la historia y se les ha recordado muy bien por los magníficos parques y jardines que diseñaron con un poder y una previsión casi divinos. No se lo pensaron dos veces antes de hacer lagos, desplazar colinas y plantar bosques para permitir de esa manera que las generaciones futuras pudieran apreciar la sublime belleza de la Naturaleza salvaje transformada por el Hombre. Ha habido hombres como Capacidad Brown, Sagacidad Smith, Intuición de Veré TobogándeSangre…

En Ankh-Morpork estuvo Jodido Estúpido Johnson.

Jodido Estúpido «Ahora Puede Que No Parezca Gran Cosa Pero Vuelva Usted Dentro de Quinientos Años» Johnson. Jodido Estúpido «Mire, Cuando Yo Los Dibujé Los Planos Estaban Del Derecho» Johnson. Jodido Estúpido Johnson, quien hizo amontonar dos mil toneladas de tierra en un promontorio artificial delante de la mansión de Quirm porque «A mí me haría enloquecer pasarme el día entero viendo un montón de árboles y montañas, ¿y a usted?».

Los terrenos del palacio de Ankh-Morpork estaban considerados como el punto álgido, si es que se lo podía llamar así, de la carrera de Johnson. Por ejemplo, contenían el lago ornamental de truchas de ciento cincuenta metros de longitud, y, debido a uno de esos insignificantes errores de notación que llegaron a caracterizar todos los diseños de Jodido Estúpido, tres centímetros de anchura. El lago era el hogar de una trucha, la cual se encontraba muy a gusto allí con tal de que no intentara dar la vuelta, y durante un tiempo contuvo una suntuosa fuente que cuando se puso en funcionamiento por primera vez, no hizo nada aparte de gemir ominosamente durante cinco minutos para luego disparar hacia lo alto un pequeño querubín de piedra que se elevó trescientos metros en el aire.

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7

Esto es otro rasgo de supervivencia.

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8

Porque era una forma temprana de científico librepensador, y no creía que los seres humanos hubieran sido creados por alguna clase de ser divino. Diseccionar personas cuando todavía estaban vivas tendía a ser una preocupación sacerdotal, porque los sacerdotes pensaban que la humanidad había sido creada por alguna clase de ser divino y querían ver más de cerca Su obra.