No tenía absolutamente ninguna clase de plan. Se había limitado a batirse en retirada, tal como hacen las personas cuando se sienten atacadas, hacia una posición más defendible, es decir, el pasado, y entonces de pronto ocurrió algo que tuvo el mismo efecto sobre Edward que el hecho de encontrar un plesiosaurio en su estanque de las carpas habría tenido sobre un estudioso de los reptiles antiguos.
Edward había salido a pasear una tarde calurosa después de un día pasado en compañía de la gloria desaparecida, y cuando estaba parpadeando bajo el intenso sol había visto cómo el rostro del pasado pasaba junto a él, saludando afablemente a la gente con la cabeza.
Edward no había podido controlarse.
—¡Eh, tú! ¿Quién eres? —había dicho.
—Cabo Zanahoria, señor —había dicho el pasado—. Guardia Nocturna. Y usted es el señor De M’uerthe, ¿verdad? ¿ Puedo ayudarle en algo?
—¿Qué? ¡No! No. ¡Ocúpate de tus asuntos!
El pasado asintió y le sonrió y luego siguió su camino, dirigiéndose hacia el futuro.
Zanahoria dejó de mirar la pared.
He gastado tres dólares en una caja de iconografías que, es una cosa con un duendecillo en su interior que pinta imágenes de cosas, eso es algo que está haceindo Furor estos días. Dentro encontraréis imágenes de mi habitación y de mis amigos en la Guardia, Nobby es el que está haceindo el Gesto Humerístico pero es un Diamante en Bruto y una buena alma en el fondo.
Volvió a detenerse. Zanahoria escribía a casa al menos una vez a la semana. Los enanos generalmente lo hacían. Zanahoria medía dos metros de alto, pero al principio había crecido como un enano y luego todavía más como un humano. Las empresas literarias no eran algo que se le diera fácilmente, pero perseveraba.
«El tiempo —escribió, muy despacio y con mucho cuidado— continúa siendo Muy Caluroso…»
Edward no se lo podía creer. Comprobó los registros. Luego volvió a comprobarlos. Hizo preguntas y, debido a que eran unas preguntas lo bastante inocentes, la gente le dio respuestas. Y finalmente se fue unos días a las Montañas del Carnero, donde una investigación cuidadosa terminó llevándolo a las minas de los enanos que había alrededor de Cabeza de Cobre y desde allí hasta un claro que por lo demás no tenía nada de notable y se encontraba en el centro de un hayedo donde, tal como era de esperar, unos cuantos minutos de paciente excavación sacaron a la luz restos de carbón de leña.
Edward pasó el día entero allí. Cuando hubo terminado de volver a colocar en su sitio con mucho cuidado las hojas y el moho mientras se ponía el sol, estaba totalmente seguro.
Ankh-Morpork volvía a tener un rey.
Y aquello era apropiado. Y era el destino el que había permitido que Edward reparara en aquello precisamente cuando ya tenía su Plan. Y era apropiado que fuese el Destino, y que la ciudad fuera a Salvarse de su innoble presente por su glorioso pasado. Edward contaba con los Medios, y tenía el objetivo. Y así sucesivamente… Los pensamientos de Edward solían seguir esa clase de curso.
Edward podía pensar en cursivas. A esas personas no hay que perderlas de vista.
Pero preferiblemente desde una distancia prudencial.
Me Interesó mucho vuestra carta en la que decíais que la gente ha estado vineindo a preguntar por mí, esto es Asombroso. Apenas si llevo Cinco Minutos aquí y ya soy Afamado.
Me hizo mucha ilusión enterarme de la apertura del Pozo número 7. No me importa Deciros que aunque, estoy muy contento aquí, echo de menos los Buenos Tiempos allá en Casa. A veces en mi día Libre voy y, me seinto en el Sótano y me doy en la cabeza con el mango de un hacha, pero No Es Lo Mismo.
Esperando que esta carta os encuentre a todos Gozando de Buena Salud, se despide cariñosamente, Vuestro hijo que os quiere, adoptado,
ZANAHORIA
Zanahoria dobló la carta, introdujo las iconografías, la selló con un poco de cera de vela apretada en su sitio con el pulgar y se la guardó en el bolsillo de los pantalones. El correo de los enanos a las Montañas del Carnero era bastante fiable. Cada vez más enanos estaban viniendo a trabajar a la ciudad, y como los enanos siempre lo hacen todo a conciencia, muchos de ellos enviaban dinero a casa. Aquello hacía que el correo de los enanos fuese tan seguro como puede llegar a ser algo, dado que se hallaba estrechamente vigilado. Los enanos se sienten muy apegados al oro. Cualquier salteador de caminos que exigiera «La bolsa o la vida» haría bien en llevar una silla plegable, un almuerzo preparado y un libro para leer mientras iba teniendo lugar el debate.
Después Zanahoria se lavó la cara, se puso la camisa y los pantalones de cuero y la cota de malla, se ciñó la coraza y, con el casco debajo del brazo, salió alegremente a la calle, listo para hacer frente a lo que pudiera traer consigo el futuro.
Aquella era otra habitación, en algún otro lugar.
Era una estancia opresiva y nada acogedora, con el yeso empezando a desprenderse de las paredes y los techos aflojándose hacia abajo como el somier de la cama de un hombre gordo. Y el mobiliario hacía que estuviese todavía más abarrotada.
Todos los muebles eran antiguos y de muy buena calidad, pero aquel no era el lugar apropiado para ellos. Aquellos muebles hubiesen tenido que estar en salas de techo muy alto y llenas de ecos. Allí, no te dejaban moverte. Había sillas de roble oscuro. Había largos aparadores. Incluso había una armadura completa. Apenas si había espacio para la media docena de personas que se encontraban sentadas a la enorme mesa. Apenas si había espacio para la mesa.
Un reloj hacía tictac entre las sombras.
Las gruesas cortinas de terciopelo estaban corridas, a pesar de que todavía quedaba mucha luz del día en el cielo. La atmósfera era asfixiante, tanto por el calor del día como por las velas que había encendidas dentro de la linterna mágica.
La única iluminación provenía de la pantalla, que en aquel momento estaba mostrando un excelente perfil del cabo Zanahoria Fundidordehierroson.
La reducida pero muy selecta audiencia lo contemplaba con las expresiones cuidadosamente vacías propias de las personas que están medio convencidas de que a su anfitrión le falta un tornillo, pero le siguen la corriente porque acaban de disfrutar de una comida abundante y sería de mala educación irse demasiado pronto.
—¿Y bien? —dijo una de ellas—. Me parece que lo hemos visto andar por la ciudad. ¿Y qué? No es más que un guardia, Edward.
—Por supuesto. Es esencial que deba serlo. Una posición humilde en la vida. —Edward de M’uerthe hizo una señal y acto seguido hubo un suave chasquido cuando otra diapositiva de cristal se introdujo en la ranura de la linterna mágica—. Esta no fue p-intada en vida. El rey P-paragore. Tomada de un c-uadro antiguo. Este… —¡clic!— es el rey Veltrick III. De otro r-etrato. Esta es la reina Alguinna IV… ¿os dais cuenta de la línea de la barbilla? Esta… —¡clic!— es una p-ieza de siete reales del reinado de Webblethorpe el Inconsciente, volved a fijaros en el detalle de la barbilla y la estructura ó-sea general, y esta… —¿clic!— es una imagen i-nvertida de un jarrón lleno de flores. D-elfinios, creo. ¿A qué se debe esto?
—Ejem, lo siento, señor Edward, pero el caso es que todavía me quedaban unas cuantas placas, y los demonios no estaban cansados y…
—Siguiente diapositiva, por favor. Y luego puedes dejarnos.