—Toma. Mantenlo a buen recaudo.
Salieron a la noche. Había una estrecha pasarela de tablas unida a las paredes, y más allá de ella estaba el río.
Vimes se incorporó cautelosamente.
—Esto no me gusta nada, Zanahoria —dijo—. Hay algo malo debajo de todo esto.
Zanahoria miró hacia abajo.
—Lo que quiero decir es que están ocurriendo cosas ocultas —le explicó Vimes pacientemente.
—Sí, señor.
—Volvamos al Yard.
Procedieron hacia el Puente de Latón, a una marcha bastante lenta porque Zanahoria saludaba con efusividad a todas las personas con las que se encontraban. Rufianes endurecidos, cuya respuesta normal a una observación procedente de un guardia habría sido amablemente parafraseada en una ristra de símbolos procedentes de la fila superior del teclado de una máquina de escribir, llegaban a sonreír torpemente y farfullaban algo inofensivo en respuesta al jovial «¡Buenas noches, Machacador! ¡Mire por dónde va!» de Zanahoria.
Vimes se detuvo en el centro del puente para encenderse el puro, rascando una cerilla en uno de los hipopótamos ornamentales. Luego bajó la mirada hacia las turbias aguas.
—¿Zanahoria?
—¿Sí, capitán?
—¿Crees que existe lo que podríamos llamar una mente criminal?
Zanahoria hizo un esfuerzo mental casi audible para tratar de entender la pregunta.
—¿Qué… quiere decir como… el señor Y-Voy-A-La-Ruina Escurridizo, señor?
—Escurridizo no es un criminal.
—¿Ha comido usted alguno de sus pasteles, señor?
—Lo que quería decir era que… sí, he comido alguno… No, lo que le ocurre a él es que sufre una pequeña divergencia geográfica en el hemisferio financiero.
—¿Señor?
—Lo que quiero decir es que Escurridizo no está de acuerdo con otras personas acerca de la posición de las cosas. Como el dinero, por ejemplo. Él piensa que todo el dinero debería estar dentro de su bolsillo. No, me refería a…
Vimes cerró los ojos, y pensó en humo de puros, licor que fluía y voces lacónicas. Había personas que eran capaces de robarle dinero a la gente. Eso no era demasiado grave, porque solo se trataba de robar. Pero había personas que, con una sola palabra, eran capaces de robarle la humanidad a la gente. Eso ya era otra cosa.
Lo importante era que… bueno, a Vimes no le gustaban los enanos y los trolls. Pero, en realidad, nadie le gustaba demasiado. La diferencia estribaba en que Vimes pasaba cada uno de sus días moviéndose entre ellos, y tenía derecho a que no le gustaran. Lo realmente era que ningún gordo idiota tenía derecho a decir esa clase de cosas.
Contempló el agua. Uno de los pilares del puente quedaba justo debajo de Vimes, y el Ankh aspiraba y gorgoteaba a su alrededor. Restos variados —leños, ramas, basura— habían ido amontonándose en una especie de sórdida isla flotante. Incluso había hongos creciendo encima de ella.
Lo que le hacía falta ahora era una botella de Abrazodeoso. El mundo siempre quedaba mucho mejor enfocado cuando lo contemplabas a través del fondo de una botella.
Algo más entró nadando en su campo visual.
Doctrina de firmas, pensó Vimes. Así era como la llamaban los herbolarios. Era como si los dioses hubieran puesto en las plantas una etiqueta que dijese «Utilízame». Si una planta parece una parte del cuerpo, entonces es buena para las dolencias propias de esa parte. Tenemos la dentaria para los dientes, el bazón para los… bazos, la mirada limpia para los ojos… incluso existe una seta llamada Phallus impudicus, y no sé para qué es exactamente, pero a Nobby le encantan las tortillas de setas. Y ahora veamos… o esa seta que hay ahí abajo es justo la medicina apropiada para las manos, o…
Vimes suspiró.
—Zanahoria, ¿tendrías la bondad de ir a buscar un bichero y traerlo aquí?
Zanahoria siguió la dirección de su mirada.
—Justo a la izquierda de ese tronco, Zanahoria.
—¡Oh, no!
—Me temo que sí. Sácalo del río, averigua quién era y haz un informe para el sargento Colon.
El cadáver era un payaso. Una vez que Zanahoria hubo bajado por el pilar del puente y apartado los restos, quedó flotando boca arriba con una gran sonrisa triste pintada en la cara.
—¡Está muerto!
—Parece que es contagioso, ¿verdad?
Vimes contempló el cadáver sonriente. No investigue. Manténgase alejado del asunto. Deje que los asesinos y el gilipollas de Quirke se encarguen de ello. Estas son sus órdenes.
—¿Cabo Zanahoria?
—¿Señor?
Estas son sus órdenes…
Bueno, al cuerno con eso. ¿Quién se había creído Vetinari que era Vimes? ¿Una especie de soldadito de relojería?
—Vamos a averiguar qué es lo que ha estado ocurriendo aquí.
—¡Sí, señor!
—Vamos a averiguarlo pase lo que pase.
El río Ankh probablemente sea el único río del universo en el que los investigadores pueden dibujar con tiza el contorno del cadáver.
Querido sargento Colon:
Espero que se encuentre bien de salud. Hace un tiempo Magnífico. Este es un cadáver que, sacamos del río anoche pero, no sabemos quien es excepto que es un miembro del Gremio de Bufones llamado Beano. Ha sido seriamente golpeado en la parte de atrás de la cabeza y ha estado atascado debajo del puente durante un teimpo, no es muy Bonito de ver. El capitán Vimes dice que averigüemos cosas. Dice que él peinsa que está mezclado con el asesinato del Señor Martillogrande. Dice que hay que hablar con los Bufones. Dice Hágalo. También haga el favor de encontrar trozo de Papel adjunto. El capitán Vimes dice, pruebe con los Alquimistas…
El sargento Colon dejó de leer durante unos momentos para maldecir a todos los alquimistas.
… porque esto es una Prueba Incomprensible. Esperando que esta carta lo encuentre Gozando de Buena Salud, Suyo Sinceramente Zanahoria Fundidordehierroson (Cabo).
El sargento se rascó la cabeza. ¿Qué demonios significaba todo aquello?
Dos bromistas veteranos del Gremio de Bufones habían venido justo después del desayuno para llevarse el cadáver. Cadáveres en el río… bueno, no había nada de insólito en eso. Pero normalmente los payasos no morían de aquella manera. Después de todo, ¿qué tenía un payaso que valiera la pena robar? ¿Qué clase de peligro representaba un payaso?
En cuanto a los alquimistas, que le colgaran unos cuantos fuegos artificiales del cuello si…
Pero él no tenía por qué hacerlo, claro. Alzó la mirada hacia los reclutas. Tenían que servir para algo.
—Cuddy y Detritus… ¡no saludes!, tengo un trabajito para vosotros dos. Llevad este trozo de papel al Gremio de Alquimistas, ¿de acuerdo? Y pedid a uno de esos chiflados que os diga a ver qué saca en claro de él.
—¿Dónde está el Gremio de Alquimistas, sargento? —preguntó Cuddy.
—En la calle de los Alquimistas, naturalmente —dijo Colon—. Al menos por el momento. Pero si fuera tú, yo me daría prisa.
El Gremio de Alquimistas está justo enfrente del Gremio de Jugadores. Es decir, normalmente lo está. A veces está por encima de él, o por debajo, o cayendo en mil trocitos a su alrededor.
A los jugadores a veces se les pregunta por qué siguen manteniendo un establecimiento justo enfrente de un gremio que hace saltar en pedazos su sala gremial por accidente cada pocos meses, entonces ellos responden: «¿Has leído el letrero que hay en la puerta al entrar?».
El troll y el enano fueron hacia allí, tropezando de vez en cuando el uno con el otro de una manera deliberadamente accidental.
—Y de todas maneras, tú que ser tan listo, ¿él dio papel a mí?